Capitalismo y Subjetividad – Capitalismo rizomático

Luc Boltanski y Ève Chiapello publicaron un libro titulado Le nouvel esprit du capitalisme. Es una obra de 850 páginas, con muchas preguntas interesantes que aquí serán dejadas de lado –como por ejemplo, ¿por qué el capitalismo “se arraiga”, si excluye a tanta gente? ¿qué mecanismo de adhesión usa? ¿qué justificaciones inventa? ¿cómo desarma él a sus críticos? ¿por qué a partir de la década del ’80 esa crítica retrocede completamente, etc? Concentrémonos en algunas pocas tesis generales que atraviesan el libro entero. La primera de ellas es que el capitalismo retomó muchos aspectos de la crítica formulada en contra suyo durante los años ‘60-70, y los incorporó activamente, construyendo así una poderosa réplica para una crisis no sólo de credibilidad, sino también económica que él enfrentó con la onda del mayo francés. Así se forjó un nuevo espíritu del capitalismo, con ingredientes venidos del caldo contestatario ideológico, político, filosófico y existencial de los años ’60. En líneas generales, digamos que las reivindicaciones por mayor autonomía, autenticidad, creatividad, libertad, hasta incluso la crítica a la rigidez de la jerarquía, de la burocracia, de la alienación en las relaciones y en el trabajo, fue íntegramente incorporada por el sistema, y forma parte de una nueva normatividad que está presente en los manuales de management que sus ejecutivos siguen hoy. Esa recuperación no es sólo ornamental, ni tiene el sentido de sólo desarmar a sus detractores, sino que también constituye un punto de apoyo importante para una reevaluación en los años ’80. Significa que al satisfacer en parte las reivindicaciones libertarias, autonomistas, hedonistas, existenciales, imaginativas, el capitalismo puede al mismo tiempo movilizar en sus trabajadores esferas antes inalcanzables. Por ejemplo, en las décadas del ‘60-70 los empresarios notaron un rechazo creciente, sobre todo de los jóvenes que ingresaban al mercado laboral, de cumplir tareas mecánicas, automatizadas, repetitivas, embrutecedoras. A través de una reconfiguración técnico-científica de todos modos ya en curso, la reivindicación por un trabajo más interesante, creativo, imaginativo obligó al capitalismo a exigir de los trabajadores una dimensión creativa, imaginativa, lúdica, un empeño integral, una implicación más personal, una iniciativa, su inventiva, su capacidad de conexión fue siendo tomada como elemento indispensable en la nueva configuración productiva. Claro está que, eso no significaba una desintegración de las estructuras rígidas, jerárquicas, autoritarias heredadas del fordismo o del taylorismo, un funcionamiento mucho más abierto, flexible, en un cierto sentido más autónomo y horizontal, en equipo, atendiendo así a toda la crítica del trabajo masificado y homogeneizador. A partir de ahí, cada cual debería descubrir su potencial específico en el interior de una estructura más maleable, con conexiones más abiertas, más ágiles, más desenvueltas. Los manuales de management que los autores consultaron insisten en una palabra clave: conexión. El poder de conexión, la capacidad de conectarse con personas de su medio laboral, de otros medios, con personas de otros universos, ampliando sus informaciones, su horizonte, su capacidad de navegación en el magma de oportunidades, su posibilidad de inventar proyectos interesantes. Lo que se diseña ahí, a través de ese estímulo para una navegación más abierta, a una maleabilidad sin precedentes, es lo que los autores llaman capitalismo en red, un capitalismo conexionista.

CAPITALISMO CONEXIONISTA.
Hoy el ideal es ser lo más enjuto posible, lo más leve posible, tener el máximo de movilidad, el máximo de conexiones útiles, el máximo de informaciones, el máximo de navegabilidad, a fin de poder captar los proyectos más pertinentes, con duración finita, para lo cual se movilizan las personas certeras, y al cabo de lo cual están todos nuevamente disponibles para otras invitaciones, otras propuestas, otras conexiones. La figura misma del emprendedor ya no coincide más con aquel que acumula todo, capital, propiedad, familia –al contrario, es aquel que puede desplazarse más, de ciudad, de país, de universo, de medio, de lengua, de área, de sector. El mundo conexionista es completamente rizomático, no finalista, no identitario, favorece las hibridaciones, la migración, las múltiples interfaces, metamorfosis, etc. Claro que el objetivo final del capitalismo sigue siendo el mismo, apunta al lucro, pero el modo por el cual ahora tiende a hacerlo –y ésa es la tesis de los autores- es prioritariamente a través de la red.
Capitalismo en red, conexionista, rizomático. La ironía es grande, cuando sabemos que la lógica misma del rizoma, sin duda elaborada en velocidades diversas a lo largo del siglo XX, pero cuya formulación más explícita y acabada vino por la filosofía de Deleuze & Guattari, en Mil Mesetas, en 1980, tenía por objetivo explicitar la lógica de la máquina de guerra de los tiempos por venir, pero también de los tiempos presentes. Los movimientos más interesantes que surgieron en los ’60 rechazaron precisamente la forma jerárquica y burocrática del partido o del sindicato, así como el modelo del Estado. En rigor, tenían un funcionamiento más flexible, ondulante, abierto, con contornos menos definidos, conexiones más múltiples, en suma: eran más rizomáticas. Que el capitalismo se haya apropiado de ese espíritu, de esa lógica, de ese funcionamiento, no podría dejarnos indiferentes. Sería necesario interrogarse sobre la naturaleza de la relación entre la filosofía de Deleuze & Guattari y el capitalismo, a la luz de esa apropiación. Antes de intentar responder a esa pregunta, conviene traer más a colación otros elementos aportados por los autores sobre esa apropiación, sus causas, su precio, sus contrapartidas, etc.
Como fue dicho en un tramo anterior, los autores recorrieron textos de administración, de management, de la década del ’90, y vieron en esa literatura una nueva normatividad del capitalismo, una nueva lógica, una nueva política, una nueva ética, muy distante de aquella heredada de los años ’30, a su vez muy distinta de aquella predominante en el siglo anterior. En su mayoría, esos textos fueron escritos para los administradores de empresa, funcionarios de alto escalafón, y en las consignas de re-ingeniería, revelan la idea de una empresa pequeña, equipos multidisciplinarios orientados hacia proyectos específicos, con una gran autonomía, sin toda la escala jerárquica tradicional, con alianzas puntuales con otros equipos o empresas. Trabajo en red, equipos autoorganizados, nueva función del manager, donde no es propiamente el director que manda, calculador y frío administrador, sino aquel líder visionario e intuitivo, capaz de catalizar un equipo, animarlo, inspirarle confianza, comunicarse con todos, con una intuición creativa –un humanista. Es el hombre de la red, de la complejidad, del mundo reticulado. Es el hombre de la movilidad, que atraviesa fronteras, geográficas, culturales, profesionales, jerárquicas, capaz de establecer contactos personales con actores muy diferentes a él.

CONTROL Y CREATIVIDAD EN EL FUNCIONAMIENTO EN RED.
El problema del neomanagement es precisamente el del control: ¿cómo controlar lo incontrolable, la creatividad, autonomía y la iniciativa ajenas, sino haciendo que los equipos auto-organizados se controlen a sí mismos?. De ahí, las nociones de implicación, movilización, placer en el trabajo –nada que recuerde control o manipulación. Por otro lado, la importancia de la satisfacción del cliente transfiere parte del control hacia afuera, es el cliente el que debe ejercer el control. Los autores resumen ese movimiento como un pasaje del control al autocontrol, una externalización de los costos de control antes asumidos por la empresa en dirección a los propios asalariados y a los clientes. El toyotismo, en oposición al taylorismo, no ve diferencia entre concepción, control y ejecución. Con eso, los trabajadores se vuelven más responsables por el proceso productivo como un todo, menos alienados.
Al lado de eso, la propuesta es de una cierta liberación generalizada, a medida en que una movilidad es estimulada, es valorizado aquel que puede trabajar con personas muy diferentes, que está abierto y flexible para trabajar en proyectos distintos, adaptarse a circunstancias diversas, y cada proyecto es una oportunidad para enriquecer las competencias propias y aumentar su empleabilidad. Con esto, de hecho el neomanagement responde a las críticas anteriores respecto al control jerárquico otorgando un margen de libertad, reivindicando incluso una autonomía, una movilidad, una pluricompetencia, una convivencia, una apertura a la novedad, a la creatividad, a la sensibilidad, la escucha de lo vivido y el albergue de experiencias múltiples, contactos impersonales, etc. Es, como dicen los autores, el repertorio de Mayo del ’68. Pero si esos eran temas asociados a una crítica radical al capitalismo, ahora, son valorizados por sí mismos y puestos a trabajar a favor de aquello que ayer ellos criticaban. Toda la defensa de las relaciones humanas, de la autenticidad, de un “saber-ser” (más que un “saber-hacer”), de lo que es “humano”. El taylorismo, en su aspecto rudimentario y robótico, “no permitiría poner directamente al servicio de la búsqueda de lucro las propiedades más humanas de los seres humanos, sus afectos, el sentido moral, su honra, su capacidad de invención. Como contrapartida, los nuevos dispositivos, que reclaman un contrato más completo y que se apoyen sobre una ergonomía más sofisticada, integrando los aportes de la psicología post-conductista y de las ciencias cognitivas, precisamente porque son más humanos, penetran también más profundamente en la interioridad de las personas, de las cuales esperan que ellas se “entreguen” –como se dice- a su trabajo y volver posible una instrumentalización de los hombres en lo que ellos tienen de propiamente más humano”. [1]
Detengámonos en ese cambio. De repente, los aspectos más humanos del hombre, su potencial, su creatividad, su interioridad, sus afectos, todo eso que permanecía por fuera del ciclo económico productivo, y antes se refería al ciclo reproductivo, se convierte en materia prima del capital mismo, o se convierte en el capital mismo. Todo eso que antes pertenecía a la esfera privada, de la vida íntima, o incluso de lo que hay de artístico en el hombre, de aquello que caracteriza más al artista que al obrero, pasa a ser requerido en la producción. No hay cómo escapar a la impresión de que esa “liberación” es una liberación también del capital, de su frontera antes restricta, estancada, pesada, mecánica, pudiendo ahora, en el ciclo productivo (ni hablamos del consumo) movilizar al hombre por completo, su vitalidad más propia y visceral, su “alma”.

LA OBSESIÓN DEL PROYECTO.
Al situar al capitalismo en red, los autores se refieren a lo que ellos llaman una “ciudad por proyectos”. Se trata de una ciudad donde hay, más que trabajo, actividades que apuntan a generar proyectos, que dependen de los encuentros. Entonces, la actividad por excelencia, que no existe a priori, consiste en insertarse en las redes y explorarlas, a fin de engendrar un proyecto. Un proyecto es un dispositivo transitorio, y la vida es concebida como una sucesión de proyectos, tanto más válidos cuanto más diferentes unos de los otros, y lo que importa es tener una idea, algo en vista o en preparación, con otras personas, aún sabiendo que ese proyecto es transitorio, que la asociación con esas personas es temporaria –eso en nada debe extinguir el entusiasmo. El término proyecto enmascara la diferencia entre los proyectos capitalistas o políticos, todo es proyecto, con eso mismo las fuerzas hostiles al capitalismo son fácilmente reclutadas por proyectos.
“Justamente porque el proyecto es una forma transitoria al cual él es ajustado a un mundo en red: la sucesión de los proyectos al multiplicar las conexiones y al hacer proliferar los lazos, tiene por efecto extender las redes”. En un mundo conexionista, los seres tienen el deseo de conectarse, de entrar en relación, de establecer vínculos, de no quedar aislados, lo cual exige confianza, comunicación, flexibilidad, actividad, autonomía, riesgos, estar atentos como un radar y poder “robar ideas”, con habilidad y talento, sabiendo anticipar, presentir, examinar las conexiones que merecen ser hechas. Una cosa es el capital económico, otra es el capital social (capital de relaciones), y otra es el capital de información, y esos dos últimos, en un mundo en red, son correlativos.
Para el hombre conexionista, el mundo es una red de conexiones potenciales. Pero él no puede ser sólo un ladronzuelo, un pandillero, él es aquel que sabe estar allá, que pone en valor su presencia, sabe escuchar, cambiar, resonar, es toda una estrategia de monitoreo de sí, presentar una faceta que pueda conectar más, por eso él es afectivo, amigable, es una persona de verdad, no realiza nada mecánicamente, y también pone lo que tiene o sabe al servicio de un cierto bien común, impulsando un medio, facilitando, dando aliento, insuflando, impulsando con vida, dando sentido y autonomía. Él es un conector, un puente, y cuánto él más logra por sí mismo realizar un rol activo en la expansión y en la animación de redes, tanto más será valorado.
Sería necesario estar atento al hecho de que en ese mundo conexionista, un proyecto es siempre ya una aglutinación de una materia social pre-existente, al menos virtualmente, es la capitalización de relaciones, afectos, ideas ya en circulación, es la activación de un caldo biopolítico en efervescencia, de una vitalidad social. La tradición intelectual y política, tanto del liberalismo cuanto de sus críticos, quiere que el lugar de la creación del valor por excelencia sea la empresa, pero la teoría económica más reciente ve el verdadero lugar de creación del valor en el territorio productivo, es decir, en la sociedad en su conjunto, en la calidad de la población, en la cooperación, en la convención, en el aprendizaje, en las formas de organización que hibridizan el mercado, la empresa, la sociedad. O, como dice Yann Moulier Boutang: “Situar la fuente de la productividad en la naciente y en la desembocadura de la empresa, en la ‘performance global’, situar el lucro en la apropiación por el emprendedor de la información y de la organización espontánea ofrecida gratuitamente por la organización social y estatal en la multitud no es un devaneo utópico, sino el discurso de los jefes de la empresa”. La nueva riqueza es como una búsqueda del oro del conocimiento y de la producción de conocimiento vivo por medio del conocimiento vivo, por lo tanto él reposa sobre lo infinito de las externalidades de la cooperación humana. “La apropiación capitalista de esas riquezas es depredadora de externalidades, así como la conquista del Oeste era devoradora de espacios naturales… Hay en esa depredación… el movimiento de una considerable masa de trabajo intelectual, afectivo, ofrecido gratuitamente o con tarifas ridículamente bajas. Es la nueva miseria como condición de la riqueza… el trabajo que permite el funcionamiento de la economía cognitiva es largamente oculto, no reconocido”. [2]
Curiosamente, en ese contexto, un jefe de proyecto, un manager, de compañeros de espíritu, tiene por modelo a los artistas. “La trama informal es el modo de organización preferido de los artistas, cientistas y músicos que evolucionan en dominios donde el saber es altamente especializado, creativo, personalizado”. Es un tipo que, como artista, debe luchar contra el desorden, estar a voluntad en el fluir, tener capacidad de atravesar distancias geográficas, institucionales, sociales. De ahí el por qué, contrariamente, al viejo burgués, el conexionista es legítimamente un errante, y lo que importa es su capital de experiencias, los diversos mundos que él atraviesa, su adaptabilidad. Teniendo en vista que lo que importa es intangible, impalpable, informal, es en la naturaleza interpersonal de la conexión que recae todo el peso. Pero lo más importante es la movilidad, no la propiedad, el nomadismo, no la seguridad, la levedad, no el enraizamiento, el desplazamiento.
Con todo eso, la metáfora de la red tiende a constituir una nueva representación general de las sociedades. Los autores dicen, con justa razón, que en ese contexto la problemática del lazo, de la relación, del encuentro, de la ruptura, de la pérdida, del aislamiento, de la separación como preludio de nuevos lazos, está en el corazón de la vida personal, amistosa y sobre todo, familiar. El lazo como problemático, frágil, a hacer o rehacer, y el mundo vivido como conexión, desconexión, inclusión y exclusión. Ahí, todo apunta hacia una nueva moral cotidiana, como se puede presumir.

CRÍTICA SOCIAL Y CRÍTICA ARTISTA.
Los autores hacen una diferenciación entre los sesgos que la crítica al capitalismo siguió en el siglo XX, que en general marcharon de modo independiente, pero a veces, se cruzaron. Una es la crítica social, que consiste en la denuncia de la explotación y en la reivindicación por más justicia e igualdad. Otra, que ellos llaman crítica artista, está más centrada en la denuncia de la alienación, de la jerarquía, del autoritarismo, de la burocracia, de la masificación, en una reivindicación de autonomía, de libertad, de espontaneidad, de creatividad. Mayo del ’68 habría asistido a la conjunción de esos dos vectores, aunque los estudiantes hayan sido los portavoces de la crítica artista y los obreros de la crítica social.
Bueno, toda esa teorización de la red, proveniente de la crítica artista, y que los autores localizan en varios filósofos, no sólo en Deleuze & Guattari, según ellos tenía un sentido liberador, apuntaba a deshacer la rigidez de la familia burguesa, de la escuela, del Estado, de la Iglesia, del sujeto identitario, de las burocracias y tradiciones. Al mismo tiempo, permitía deshacerse de compartimentaciones entre esferas, campos, clases, instancias que el marxismo había hipostasiado. Así esa crítica liberaba cada una de sus fidelidades personales e institucionales, “servidores ahora sin fundamento”, pero también de las jerarquías de los variados aparatos, sea partidarios, sindicales, que en algún momento sirvieron para la consolidación de derechos.
Curiosamente, esa lucha por la supresión de instancias trascendentes que sobredeterminasen las fuerzas sociales fue la estrategia del capitalismo para volverse más inmamente. Frente a las críticas que sufrió en los años ’60, el capitalismo “endogenizó” las reivindaciones por autonomía y por responsabilidad hasta entonces consideradas como subversivas, y logró sustituir el control por el autocontrol, convirtiendo al trabajo en más atrayente para una mano de obra joven y con mayor escolaridad que en décadas anteriores. El cambio en la organización del trabajo permitió torcer la balanza del poder, hasta entonces desfavorable al empresariado. Al endosar la crítica al capitalismo planificado o estatal, considerado ya obsoleto y coercitivo, y al endosar la crítica artista y su reivindicación por autonomía y creatividad, el capitalismo sale de la crisis de los ‘60-70 y se revaloriza. Se crea una nueva forma, liberada y “libertaria”, de lucrar, que incluye la realización personal, la libre asociación, etc. Capitalismo de izquierda, que al menos en Francia –pero también en otros países- cuenta con la activa colaboración de antiguos militantes del ’68.
Por ahora, dejo de lado todos los efectos sociales importantísimos que acompañaron esa reconfiguración, notoriamente la precarización del trabajo, la supresión de los diversos derechos de los trabajadores, el nuevo desempleo. La nueva selectividad en función de las nuevas normas valorizadas por el conexionismo, excluyendo vastos contingentes cuya subjetividad no se relaciona con los nuevos parámetros personales, relacionales, comunicacionales, afectivos, una explotación que se intensifica de cara a una pulverización de la resistencia, a una individualización de los contratos y de la deconstrucción de la idea misma de clase social, la tematización creciente, en sustitución del tema clasista, de los excluidos como conglomerado.

LA NUEVA MILITANCIA.
La militancia en esa desmovilización general de la crítica debida al acaparamiento de sus argumentaciones y posiciones por un capitalismo revitalizado, se concentró en una posición caritativa o humanitaria. Se centró en un cara a cara con la situación localizada y presente, en vez de una defensa de un porvenir lejano. Se concentró en acciones directas destinadas a aliviar el sufrimiento de los infelices, en un reflujo para microanálisis, y pasó a privilegiar estrategias de acción conforme a otras exigencias, no totales. En relación a sus militantes, por ejemplo, cada uno pasó a tener el derecho de asociarse de manera más fluida en una acción conjunta, sin filiación partidaria. Habría como una “homologación morfológica” entre los nuevos movimientos de protesta y las formas del capitalismo que se instalaron a lo largo de los últimos veinte años.
En compensación, la ruina de varios tabúes, morales, familiares, sexuales, expandió paradójicamente el mercado de bienes o servicios en direcciones antes exteriores al mercado –como la sexualidad, por ejemplo.
El intento de los autores, en ese contexto, es reinventar la fuerza crítica, tanto social cuanto artista, teniendo en cuenta la reconfiguración del capitalismo y de la militancia, y contribuir para una teorización, por ejemplo, de las nuevas formas de explotación en un mundo conexionista. En un análisis que no cabe reproducir aquí, ellos intentan entender en qué medida la movilidad de unos depende de la inmovilidad de otros, y cuánto esa asimetría es interdependiente, y constituye una explotación de una modalidad nueva –lo diferencial de la movilidad. Por consiguiente, hay varias propuestas concretas de ajuste y compensación, nuevas formas de remuneración en el contexto de la precarización, garantías de empleabilidad, pero también la reivindicación por una igualdad en la oportunidad a la movilidad, consolidación jurídica de la noción de actividad, aún en los tiempos muertos –es decir, la idea es la de inscribir esa ciudad de los proyectos en el mundo del derecho.
En cuanto a la revitalización de la crítica artista, sería necesario estar atentos a las nuevas formas de inquietud y de angustia social, que advenidas precisamente de un mundo conexionista, con sus incertidumbres, dificultades de proyectar un futuro, pero también con su exigencia constante de autonomía coercitiva. Dicha exigencia, sin la contrapartida de una seguridad mínima, se convierte en precarización. La obligación torturante de auto-realización ilimitada en condiciones más solitarias, con nuevas formas de control informático o incluso grupal, se vuelve una coerción más pesada que las anteriores, ya que procede de los pares, en una especie de acción policíaca permanente.
También sería necesario examinar en qué medida la crítica artista liberó algo que el capitalismo aprovechó extensamente. “La aspiración de las personas a la movilidad, a la pluralización de las actividades, al aumento de posibilidades de ser y de hacerse, se presenta como un reservorio de ideas casi sin límites para concebir nuevos productos y servicios a ser colocados en el mercado. Podríamos mostrar que casi todas las invenciones que alimentaron el desarrollo del capitalismo fueron asociadas a la proposición de nuevas maneras de liberarse”, y eso desde la parafernalia electrodoméstica, informática, hasta el turismo, la sexualidad, el entretenimiento. Los autores aquí llegan a una conclusión que nos interesa especialmente. El capitalismo mercantilizó el deseo, sobre todo el deseo de liberación, y así lo recuperó y lo encuadró.

LA AUTENTICIDAD.
Aún un cierto deseo de autenticidad fue transformado en mercancía. La crítica a la masificación, el deseo de singularidad, de diferenciación, fue endogenizado, mercantilizado, y se continuó la producción de productos* auténticos, “diferentes”, lo cual representó una ocasión para que los empresarios superasen una saturación del mercado, ingresando a dominios antes ajenos al mercado. Bajo el pretexto de la humanización, tomaron a cargo la producción de bienes “auténticos”. Transformación de lo no-capitalizable en capitalizable, seres, valores, bienes, tesoros. El capitalismo transforma el no-capital en capital, no sólo paisajes, ritmos sino también maneras de ser, de hacer, de tener placer, actitudes, y en eso consiste su inventiva en los últimos años, en la intuición de anticipar los deseos del público, con la importancia creciente de los investimientos culturales y tecnológicos. Mercantilización de la diferencia, de la originalidad –que, claro está, luego se pierde-, de un nuevo sentido, que también se desvanece, generando nuevas formas de inquietud y tal vez nuevos límites. El ejemplo de los productos ecológicos es alarmante, en la medida en que ellos fueron incorporados al mercado, al paso que una sospecha creciente derribó su lucratividad, dada esa dinámica propia al desgaste inherente a la mercantilziación de la autenticidad.
Una nueva forma de mercantilización de la autenticidad está en la espectacularización de la propia experiencia y de la vida, espectacularización que Debord entendió con razón como último estadío de la mercancía.

CONTRA –SENTIDOS SOBRE LA DIFERENCIA: FILOSOFÍA Y SOCIOLOGÍA.
Los autores no defienden un retorno de la autenticidad, o de sus derechos, ya escaldados precisamente por la ineficacia de esa reivindicación, en un mundo que mercantiliza todas las esferas de la existencia. Ellos llegan a localizar en la filosofía o en el pensamiento la deconstrucción de las bases mismas de una reivindicación por autenticidad. Por ejemplo, la tematización del simulacro, tal como Deleuze lo defiende en Lógica del Sentido. Los autores preguntan ¿en qué bases la crítica puede denunciar la falsa autenticidad si ella demolió la base de la propia idea de la autenticidad verdadera?. Del mismo modo, si todo es espectáculo, ¿qué exterioridad puede anclar la crítica a eso? Tal vez la pregunta no pueda ser respondida por estar mal planteada, porque hay mucho que la crítica no necesita de base para efectuarse, y tal vez la idea misma de crítica merezca ser repensada –no es una crítica que vuelva algo caduco, sino un nuevo agenciamento, incluso de ideas.
De cualquier manera, los autores no ven muy bien, en la deconstrucción subjetiva cómo anclar una crítica a la mercantilización generalizada: “Después de numerosos desvíos, la endogenización por el capitalismo de un paradigma, o de la red, salido de una historia autónoma de la filosofía y construido en parte contra la noción de autenticidad, termina proporcionando argumentos e incluso legitimado un aumento de la mercantilización, sobre todo de los seres humanos. Las diferentes críticas de la autenticidad, que se difundieron a fines de los ’70 y sobre todo en la primera mitad de los ’80, contribuyeron así para desacreditar el rechazo artista de los bienes de consumo, del confort, de la “mediocridad cotidiana”. [3] Tal vez la frase que mejor transmita el malentendido entre sociología y filosofía por parte de los autores, sea la siguiente: “El capitalismo adquirió así una libertad de juego y de mercantilización en un grado que él jamás había alcanzado, porque en un mundo donde todas las diferencias son admisibles pero donde todas las diferencias se equivalen precisamente en cuanto tales, nada merece, apenas a título de su existencia, ser protegido de la mercantilización y todo podrá, desde entonces, ser objeto de comercio”.
Resta saber si la idea de diferencia, tal como las filosofías de la diferencia la desarrollan tendría que ver con la diferencia que el capitalismo explota, justamente cuando transforma todo lo diferente en mercancía, es decir, en lo mismo. No es el desbloqueo filosófico de la noción de diferencia que abrió la esfera del mundo humano para el investimiento capitalista, éste sólo se apropió de un término, y no del concepto, que sigue siendo un concepto anticapitalista por excelencia, una vez que él también es capaz de pensar la producción desmembrada de lo Mismo que la máquina capitalista encarna.

DESEO Y CAPITALISMO.
Si es verdad que la liberación del deseo no enterró al capitalismo, tal como fue anunciado por el freudomarxismo de la década del ’30 a los ’60, ya que el régimen del capital tiene una connivencia profunda con el deseo, sobre el cual él reposa en gran medida, si es verdad que la crítica artista aplicó varias formas de control y abrió una vía hacia nuevas formas de control, si es verdad que la antigua denuncia de la familia, religión, Estado, moral, es hoy totalmente insuficiente, una vez que hace par con los intereses del actual capitalismo mismo, si a su vez la postura aristocrática que condena todo y cualquier aspecto de la sociedad de masas es sólo pasatista y nostálgica, la solución de los autores parece tímida, al defender la estabilidad mínima, la asunción de una herencia, una identidad privilegiada, un espacio no fragmentado. Sí, ralentar, diferir, retardar, espaciar, construir espacio-tiempos más amplios, limitar la extensión de la esfera del mercado, sobre todo en dirección a lo humano –pero aún así todo eso parece defensivo, insuficiente. Los autores suponen que la crítica es menos móvil que el capitalismo, dada su necesidad de apoyarse en las leyes, pero aún así esto parece poco para dar cuenta de ese cuadro que ellos mismos pintaron con tamaña justeza. Tal vez sea pertinente recordar lo que dice Bruno Karsenti en un artículo sobre ese libro: la crítica tiene una dimensión inventiva, le cabe a ella no sólo denunciar, sino también inventar formas de vida. [4] Eso porque en un “plano ontológico, puede decirse que las fuerzas son realidades que tienden siempre a traspasar las fronteras a partir de las cuales se opera su repartición. Ellas son inventivas, imprevisibles, creativas. Ellas inventan modalidades de ejercicio que o bien permiten la introducción de otras fuerzas en el campo cerrado que se quiso trazar, o las transforman a tal punto que ellas se vuelven completamente otras de lo que se las quiso especificar”.
Una de las tantas cuestiones que se plantea, al final de ese libro tan sugestivo, sobre todo en la descripción de un cierto ideario contemporáneo, no obstante son sus límites teóricos evidentes, podría ser reformulada como sigue: ¿sería el caso de revigorizar la crítica, renovarla, reinstrumentalizarla, o antes mapear las fuerzas reales que la están “operando” y volviendo caducas a las viejas formas?

VIDA CAPITAL: Ensaios de biopolítica. Peter Pál Pelbart. Iluminuras Editora, São Paulo, Brasil, 2003.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
(T.A.A.) Traducción autorizada por el autor.
Buenos Aires, 20 de mayo de 2005.

Capitalismo y Subjetividad – Capitalismo rizomático
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