Grupoanálisis e Intimidad

Barreras a la intimidad

Existen temores proyectados, el espanto de repetir la dolorosa existencia y últimas experiencias, las transferencias grupales: la necesidad de conducir al Self más allá del temor y zonas aborrecibles, situarlas fuera, el nivel de relación transferencial con objetos parciales, la necesidad de actuar como receptáculo para esas partes proyectadas de los otros que le mantienen a uno en una posición aislada y, además, todos los derivados de la vergüenza. Ya he tenido que luchar con alguna de las ansiedades que conducen la universal capacidad humana de avergonzarse. Ser tratado como un objeto por otros cuando uno quiere ser tratado como sujeto, ser criticado, humillado, despreciado, excluido. Sin embargo, debemos tener en cuenta las cualidades positivas y adaptativas de la vergüenza, la protectora modestia frente a la precoz autoexposición a potenciales críticas y un mundo que rechaza. La modestia ofrece un aplazamiento a situaciones que exponen en exceso, cuando estas acciones no pueden ser respondidas con sentimientos de complicidad, relaciones de cooperación, que sólo pueden derivarse de prolongadas conexiones en relaciones próximas y recíprocas, donde se abren sinceramente el uno al otro, embebidos en la matriz grupal. La sensación de vergüenza aquí es adaptativa, puede postponerse abrirse a los demás hasta el momento oportuno, el “kairos”, el tiempo más allá del tiempo cronológico, el momento propicio, el tiempo de la revelación, admirable y tremendamente hermoso. Nunca debemos menospreciar la dimensión estética del grupoanálisis, la respuesta creativa que transforma la fealdad en belleza, el terror en valentía, la autocompasión en autoestima.
Broucek escribe, “la sensación de vergüenza previene al componente libidinal de la pulsión sexual de conducirnos a una cerrada intimidad con otro si no es compatible con una pronta emoción en ese encuentro. Cuando la sensación de vergüenza es excesiva, y el contacto sexual con el otro se nos hace indiferente, la situación se hace análoga a la de disgusto oral, pudiendo surgir el mismo afecto, resultando desagradable el otro objetivado y uno mismo”. El grupo debe resistir las pulsiones hacia las relaciones sexuales y preservar la dimensión erótica, lo que permite a las personas, unas frente a otras en su creada identidad, ser cautos respecto a las experiencias corporales y las dimensiones vitales de lo sexual. Pueden darse momentos de gran intimidad cuando el grupo ofrece la oportunidad y crea capacidad para el erotismo, para la toma de conciencia y disfrute de la compleja y fascinante dimensión de la vida sexual humana.
Mi primer artículo publicado fue una revisión de Masters y Johnson, con su descripción de laboratorio sexual, sexo divorciado de intimidad y relación erótica. El despertar sexual de los científicos al contemplar a sus sujetos copulando y masturbándose, debía suprimirse y renegarse, siendo necesaria una “pseudo-objetivación”. Es una casualidad que su trabajo coincida con la emergencia del movimiento de grupos de encuentro donde se reclamaba una pseudo-intimidad fugaz por parte de sus participantes. Las violentas excitaciones y la estimulación de estas breves intimidades, que esperan algo que no va a ser, pueden provocar en el individuo con frecuencia adición en un intento de salir del aislamiento y el empobrecimiento emocional, buscando soluciones temporales sin modificar la patología subyacente. El lento desarrollo de intimidad en la situación grupoanalítica, ofrece la sólida solución a la habitual sensación que subyace de neurótica sobredependencia y aislamiento. Quiero recordar aquí la tesis básica de Foulkes en cuanto a que los síntomas, inarticulados y autistas, vociferantes mientras esperan ser sobreescuchados, pueden articularse en la situación grupal, intercambiarse en un lenguaje que comunica responsabilidad respecto a los demás, donde gradualmente se disuelven las barreras hacia la intimidad, donde a través de las relaciones entre compañeros el Self puede rellenarse, reafirmarse y volver a emerger más capaz de enfrentarse con las tareas encaminadas al crecimiento y desarrollo de oportunidades de vida individual.
John Shotter afirma que la caridad en el amor permite a los amantes ver en las vagas e incompletas respuestas que se dan uno al otro, caminos ideales que satisfacen y gratifican y en los que cada uno de ellos puede sentir la completud. En su intensa implicación entre ellos. perciben posibilidades, sutiles “ademanes” que escaparían a miradas menos atentas. Podemos ver y mostrar las posibilidades que existen en el otro, encontrar en él nuestra imagen de un ideal para de esta forma encontrar ese ideal para nosotros mismos. Por tanto, los amantes adultos pueden crear y reencontrar estas imágenes ideales en sus vidas, esa intimidad entre el niño y quien le cuida, fundamentalmente encontramos a la madre respectiva. Lo que el niño crea a partir de estos cuidados es la posibilidad de una respuesta amorosa a las necesidades de supervivencia. Sonrisas, vocalizaciones, tienen el poder de evocar la responsabilidad a través de la que el niño comienza a poner en marcha sus posibilidades de comunicación evocando respuestas afectivas. La persona que le atiende, presta especial atención a la conducta específica del niño, encontrando un sentido e intención en sus gestos. Al responder a los ademanes del niño con otras actitudes, ya sean gestos, palabras, entonaciones o comprensión, comienza a formarse un dominio del entendimiento donde emplea todas las sensaciones. Sabemos que tocar, oler, escuchar, ver, moverse, todo lo que más tarde se llamarán Sentidos especiales, parecen emerger al comienzo de la vida en un campo completo de sensaciones y respuestas, en el susurro fértil y confuso de William James. Con todo, esta confusión lleva en sí el comienzo del orden y la organización, las raíces de la identidad se intrincan por vías particulares donde patrones y ritmos son establecidos entre el niño y su cuidador. El analista Heinz Lichtenstein llama a esto “imprinting”, es decir la personalidad se va haciendo en función de cómo el niño y quienes se ocupan de él crean una sensación de mutuo reaseguramiento y un entorno placentero, los dos seres separados, se sienten uno. Dos juntos haciendo uno, sabemos que es una de las mayores sensaciones de placer y el intercambio que se anhela y puede conseguirse en algunos momentos de intimidad.
Por tanto, en la intimidad construimos extraordinarias y privadas, normalmente incontables, regiones de conducta humana; incontables en el sentido de que nuestra responsabilidad en la sociedad, la profunda huella de la sociedad es liberada y degustada. En la relación de pareja, la relación en la que estamos involucrados se une a las normales acciones “externas” de la vida que nos rodea, tal como somos, por el amplio dominio social. Anhelamos encontrar esos espacios privados, habitaciones, la sensación de un lugar donde sea posible cierta cercana intimidad al margen de la mirada pública. En esos lugares, hablamos de otra manera, más ”conversación”, en el sentido de que los participantes no tienen la impresión de tomar posición en la vida pública, teniendo que mantener la responsabilidad sobre la naturaleza de sus intercambios. Por tanto, surge una especial conciencia de sí mismo, además de una esfera realmente privada en la vida. Como el poeta y filósofo Bachelard dijo, “Los seres humanos son criaturas medio abiertas, mitad planta mitad animales, abriéndose del todo tan sólo en esas situaciones en la que no se encuentran expuestos a la luz de la vida pública.” Sin embargo los dominios público y privado son inseparables y nos movemos constantemente de la relación interpersonal íntima a los asuntos públicos, de forma intencional o por accidente, en un momento de descuido. Si ocurre de ésta forma, el curso interpersonal de la actividad se rompe en una dimensión donde la sensación de ”nostridad”, comunidad, se pierde, y donde había dos unidos haciendo uno, vuelven a encontrarse dos personas separadas que ahora sienten que deben tomar responsabilidades, justificar su conducta frente al otro, no hallando más recursos en su relación. Cuando la relación se mantiene personal, se pierde esa sensación de fusión y cada uno se siente separado, públicamente responsable. El lenguaje de la intimidad es persuasivo, utiliza palabras que son medio nuestras, medio de otros, no imponiendo nunca al otro autoridad, salvo que se juegue a ello. La voz de la autoridad es la voz del monólogo que excluye el diálogo, donde quien ejerce la autoridad, niega al otro los mismos derechos y responsabilidades: el otro es un objeto y éste no llega al “usted”. A partir de esta palabra objeto, podemos acceder a una mayor comprensión de la naturaleza de la intimidad, es algo que surge en el camino que nos cuestiona y nos niega tanto la salida como el libre paso. Como contraste, el Sujeto, en el estadio de subjetividad, tiene connotaciones de ofrecer un camino, aceptando algo de la fuerza, el deseo, el anhelo del otro por formar parte de los dominios del sujeto. A través de la negociación entre dos personas que son sujetos el uno para el otro, la zona de intersubjetividad comienza a surgir.
En el lenguaje de la psicología del Self de Kohut, los seres humanos nunca dejan de ser “objetos del Self” para los demás, es decir, de ser personas de las que deducimos nuestro sentido de lo que es válido y la validez. Son relaciones recíprocas donde la gente se confirma y confirma a los demás como personas. Sin embargo, además de ser objetos del Self para otros, debemos reconocer y respetar a las personas como autónomas, siendo protagonistas de su propia sensación de iniciativa y autonomía. En la vida social vemos qué difícil es para nosotros vivir en esos dos dominios y cómo las condiciones de la vida, las “exigencias” de las que tan a menudo hablaba Freud, nos ponen en situaciones en las que nuestras relaciones son instrumentales y otras personas se convierten en objetos. No hay salida para esta dimensión existencial; los problemas surgen cuando quedamos anclados en uno u otro modo y perdemos la capacidad de movernos flexiblemente de uno a otro.
En esta breve expedición sobre la intimidad, no he contemplado las regiones de la pseudo-intimidad, que observamos en estilos patológicos de relación, prevalentemente en la vida de las organizaciones; las dificultades aparecen al diferenciar la pseudo-intimidad de prácticas sexuales perversas habituales como opuestas a la flexibilidad que conduce a patrones sexuales de placentera intimidad, intimidad que se niega a todos los demás: las perversiones de la intimidad, de la vida familiar cuando los adultos abusan de su poder y no necesariamente de forma directamente sexual, aunque sepamos cada vez más con cuánta frecuencia se da este caso. Pero creo haber podido abrir una perspectiva de forma comedida en torno a esta materia esencialmente privada de la intimidad en un espacio público.

Quiero terminar con algunas líneas de W.R.Auden, al que antes cité:

A unas treinta pulgadas desde mi nariz
Llega la frontera de mi persona;
Y todo el aire baldío alrededor
Es pago privado o se degrada
Extraño, menos con los ojos del dormitorio
Te hago la señal de la fraternidad
Prevengo no atravesarlo rudamente;
No tengo escopeta pero puedo escupir.

(Sobre la casa. Londres 1966).

En Revista “Clínica y Análisis Grupal” Nº 71, Madrid, 1996

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