La vejez, ese extraño en nosotros

La vejez, tal es el nombre que los otros le dan
Jorge Luis Borges. “Elogio de la sombra”


En un mundo donde nadie se piensa ni quiere pensarse viejo, la temática de la vejez arrastra como un carromato pesado cristalizaciones del prejuicio en relación a la sexualidad, la salud, la enfermedad, consolidando un imaginario que captura a terapeutas / coordinadores y pacientes / alumnos.

El viejo siempre es otro, ya lo decía Simone de Beavoir en su maravilloso y clásico estudio denominado La vejez. [1] Lo mismo sucedía (y en realidad sucede) con la locura: el “loco” era el paciente, y los profesionales éramos los portadores de la salud, hasta que las concepciones de una Psicopatología Vincular [2] , comenzaron a plantear la neurosis del terapeuta o coordinador de grupos.

Antes el loco, ahora el viejo. Y podríamos seguir nombrando figuras que no son otra cosa que representantes de lo minoritario: pasan a ocupar el lugar del extranjero, “el extraño en nosotros” [3] , desplegando un repertorio de conductas conspirativas y de segregación, que rondan nuestras prácticas cotidianas.

Este racismo, al decir de F. Guattari, forma parte de la subjetividad neurótica o capitalística, dominante en nuestro mundo, y que se define por el terror al otro, a lo diferente, racismo contra todo aquello que no reproduce lo idéntico, porque es vivido como amenazante, como voz de la carencia y no como portador de lo heterogénico del ser.

El viejismo (actitud prejuiciosa y discriminatoria hacia los viejos) del que habla L. Salvarezza [4] , es parte de una xenofobia vital: la guerra contra lo diferente en nosotros, y la gerontofobia, pasa a ser la expresión del racismo hacia el viejo que hay en nosotros.

Pocos profesionales, en general, concurren a los encuentros que tocan el tema de la vejez, en ámbitos que difieren del ruedo gerontológico, aún cuando estén en contacto con pacientes o alumnos mayores. En los campos de lo corporal y lo grupal, en los cuales trabajo, son amigos y compañeros los que se acercan a escuchar y experimentar acerca del tema.

Y tal vez esto de cuenta de que la vejez, ese “extraño en nosotros” requiere de intercesores, manos amigas, como diría Pichuco, para tender un puente en el magma del miedo que nos causan las rupturas de sentido, hacia algo que por lo general, no es ni enfermedad, ni deterioro, ni disfunción de la libido, pero que nadie sabe qué es, porque como siempre en la vida, en el arte, en la clínica, de invención se trata. Alguien que funcione como soporte del terror a lo desconocido, en la contienda contra el fascismo que dispara hacia la voluntad de potencia, en estos tiempos tan violentos. Un aliado para inventar territorios de existencia.

Como plantea Hernán Kesselman [5] , la vejez nos enfrenta en forma radical a dos modos de producción de subjetividad diferentes: el devenir vs el porvenir. Creación de la existencia o terror al otro y adicción a identidades coaguladas que se venden en el gran mercado de la globalización económica y mediática (viejo enfermo que consume drogas, viejo eterno joven que consume lifting, etc.).

Así trabajamos con los colegas que tienen pacientes o alumnos viejos, en las múltiples escenas de la vida profesional que nos envuelven y atraviesan como fantasmas: Las escenas del viejo paciente que nos recuerda a nuestros primeros mayores (abuelos, tíos), o a nuestros mayores contemporáneos (padres) o nos convoca al viejo profesional en nosotros. Dramática del extraño, que con el trabajo grupal, parece ganar aliados.

(Algunas reflexiones, a propósito de la experiencia de coordinar talleres de escenas temidas de los profesionales que trabajan con tercera edad)

La vejez, ese extraño en nosotros
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