Buenos Aires. Puerto seguro del mar sangre vino dulce

Macro y Micro: Multiplicando DEVENIRES FASCISTAS
Mediodía de viernes. Sol cetrino de otoño recoleto en vereda restaurante de cinco tenedores: “¿Qué estoy haciendo aquí?” Me sorprendió la pregunta del maitre: “¿Quién lo prueba?”. “El señor”, dijo mi amigo, señalando con dedo regio gentileza. Un minibuche catador lame mis encías el líquido rojo dulce ni tanto ni tan poco. El guardaespaldas del buen gusto, erguido, se apoya en sus torres antes de escanciar espera atento el veredicto, brazos cruzados, -como yo antes de arrojarme al mar haciendo pinta en el espigón de la vidriera Playa Grande Mar del Plata. Puse los ojos en blanco, Conde de Orgaz Greco sin lácrima en el párpado, pleamar del néctar de los Dioses ENTRE las ramas del jacarandá, de los lilas, de las blondas cabelleras de turistas polifónicos como el coro de diversos miniphones que no dejan de anticipar todo lo que mañana leeremos sobre el mercado bursátil & la Constituyente en la primera plana de los diarios más allá del terremoto, de Chiapas, de Santiago. Asiento con mi cabeza al tragar, soy el pugar del César que anuncia el comienzo del festín. Entonces, la ví. Andrajosa. Desgreñada. Boca entreabierta, desdentada. Apuntándome con la mirada sin cesar sosteniendo un niño carnada dormido entre sus brazos. Estaba a menos de diez metros y se venía disparada hacia mí, mezcla de granito de maíz y cervatillo, vuelo rasante halcón PALOMA certera flecha sobre blanco inmóvil.
Sentí pavura. No sé cómo hizo para darse cuenta entre toda esa gente que yo era su víctima segura. No me moví. Nos seguíamos mirando.
Yo sabía ella sabía que me iba a abandonar ENTRE sus manos. Entonces, sentí una infinita SERENIDAD y comprendí por qué los ancianos esquimales van a morir con jubilosa decisión en el valle glaciar de la noche de los osos. Pero un solícito camarero patovica cortándole el paso se interpuso ENTRE nosotros achtung de la aduana ENTRE infierno y paraíso.
Ella seguía mirándome fijamente exasperada. Tenía que seguir avanzando y el camarero no tenía por qué inquietarse -le explicaba. No era con él la cosa. El mangazo iba a durar menos de un minuto, no molestaría a nadie más. Se iría de ese sitio para nunca regresar.
“Por esta vez, nada más” -le suplicaba. El, negó con la cabeza varias veces. “No puede ser”. “No seas pesada”. “Nos vas a espantar a los clientes”. De pronto, hastiado, la tomó por los hombros, la dio vuelta barquito de papel y la impulsó de regreso a la corriente alcantarilla mar adentro. No sé cuándo ni cómo tomé el cuchillo de la mesa, ni a qué VELOCIDAD se lo enterré ENTRE los omóplatos. El, giró la cabeza interrogándome con ojos por qué por qué de huevos duros. Me salpicó una póstuma lluvia de tos granate en el centro de mi cara. “No sé qué hago aquí en este patrullero” -me pregunté, ya con las manos esposadas, encogiéndome de hombros en el interrogatorio itinerante. Sólo recuerdo haber pasado la yema de un meñique por mi pómulo para continuar el interrumpido papel de catador, lamiendo el minibuche de rojo pleamar que bañaba mis encías.

Del Libro de Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky y Juan De Brasi, “Escenas-Multiplicidad: estética y micropolítica”, Ediciones Ayllú/Búsqueda, Buenos Aires, 1996.

Buenos Aires. Puerto seguro del mar sangre vino dulce
Deslizar arriba