Daño en el tono vital. Estrés del tono.

Introducción
Este escrito está inspirado en algunas lecturas, en mi observación clínica de más de dos décadas con grupos de mujeres que trabajan sus cuerpos a través de la eutonía, en mis propias vivencias corporales y experiencias sociales, en los conceptos de Daño Psicológico, Ecología Humana y otros, que abren interrogantes acerca de la dimensión micropolítica de la producción de subjetividad contemporánea. Dimensión que abarca fenómenos que, con frecuencia pasan desapercibidos para los umbrales perceptivos personales y sociales.

Daño Psicológico. S.I.D.P.A.
“La perversión ética individualista y eficientista, cultura dominante del Mercado es una infección social que ataca la personalidad de cada sujeto, produciendo efectos en su modo de ser y en su modo de estar en el mundo, naturaliza como costumbre aquello que debería ser excepcional: lo escandaloso como lo normal, las desviaciones éticas como medios que justifican la sobrevivencia y el éxito, y la ausencia de la consideración solidaria como lo esperable en los tiempos que corren. (…)Es imprescindible volver a interrogar qué se entiende por ética de la cura y qué es salud y calidad de vida, y no sólo cuánto se está dispuesto a luchar por conseguirla sino también con qué y cuánto pagar para acceder a ella y sostenerla. (…)La infección debilita la claridad y la potencia habitual de nuestras defensas yoicas que constituyen la inmunidad natural de nuestro psiquismo cotidiano, fuerzas inmunitarias que sostienen la impermeabilidad y la reacción combativa contra las agresiones yoicas. Por ello y consonando con el nombre de la enfermedad infecto-contagiosa más temible y globalizada de nuestros tiempos denomino a este daño psicológico: S.I.D.P.A. Síndrome de Inmuno Deficiencia Psicológica Adquirida. Un conjunto de síntomas, signos y formas semánticas y comunicacionales que dibujan figuras metafóricas reconocibles en la observación clínica e instrumentables para la intervención operativa. Es también un nivel, un dispositivo de análisis para interrogar las bases de la clínica psicológica de la vida cotidiana en su conjunto. Todos somos potenciales portadores del S.I.D.P.A. (…)La gente, para sobrevivir ha desarrollado sus propias defensas para adaptarse activamente a la realidad, ha creado una cintura psicológica que la ayuda a hacer circular la vida para oponerse al deterioro cotidiano, generado sus propios anticuerpos. Por eso, hablo del S.I.D.P.A. describiendo el daño que provoca y los anticuerpos posibles para luchar contra este daño, contra esta infección.” (Hernán Kesselman, Producción de Subjetividad y Globalización den la Psicología”, Campo Grupal, N° 3, 1998)

Sensibilidad delegada, sensibilidad relegada
La confianza en la existencia de un Estado protector ha desarrollado una filosofía de vida, un modus vivendi, que produjo durante décadas y siglos tal vez, una subjetividad confiada en un Alguien (Ente, Estado, Oficina gubernamental, Organismo Internacional del tipo Comisión de Derechos Humanos, Cruz Roja, OEA, Tribunal de la Haya, etc.) que nos ampara y repara los daños materiales y morales que se nos inflingen como personas, ciudadanos, habitantes planetarios.
Los seres humanos nos formamos en la creencia de que existían mecanismos sociales confiables que actuarían con pautas regladas ante los excesos y violencias varias que se ejercieran sobre la vida. Crecimos en la esperanza de un Estado mediador, protector, confiando en asociaciones y organismos humanizados en quienes poder delegar (nos).
Esta confianza del humano en la existencia de instituciones que tendrían a su cargo defender la vida, la convivencia, las relaciones sociales, los derechos en todas sus formas, se estrelló en el momento actual con el tipo de organismos que crecieron bajo el ala del Capitalismo Mundial Integrado, del Imperio y de las leyes del Mercado. Organismos que habían sido creados para dar cabida a la natural expectativa de que no se le arrebate al ser humano su calidad de humano, expelen, expulsan sus obligaciones hacia aquellos mismos a quienes deberían defender, cuidar. Y esto ocurre más allá de quiénes sean las personas que los dirijan, que pueden ser buenas o malas, eficientes o negadas, progresistas o retrógradas. Aunque haya iniciativas, buena voluntad, sensibilidad por parte de quienes están a cargo, los límites que el Mercado impone, los retrocesos en los programas sociales, la sensibilidad diluida de los dirigentes, frustrarán (por el momento) las buenas voluntades.
Este ser humano –cualquiera de nosotros- confiado en la protección y cuidado de las instituciones sociales, puso su propia sensibilidad entre paréntesis. Alguna autoridad reaccionará, algún organismo lo defenderá de la violencia, de la falta de alimento para sus hijos, de la dificultad de darles estudio. Alguna asociación se ocupará de su salud y de la salud de su familia. Habrá quienes le den amparo cuando pierda su vivienda tras una inundación, etc..
Entre instituciones que se van descarnando, burocratizando y un ser humano que cedió su encarnadura, que delegó y relegó su sensibilidad, fuente de potencia de vida, se genera una máquina mortífera de inmovilización y desmovilización, de desesperanza (¿para qué moverse, si no habrá respuestas? ¿para quién moverse?, si es inútil moverse, entonces ¿para qué sentir?, etc.).
Esta máquina se va construyendo en la complejidad de un fenómeno de insensibilización progresiva que está en la raíz del Daño en el Tono Vital, otra forma del Daño Psicológico. El tono, la energía, se desvitaliza; la persona no registra qué la daña y, en consecuencia, no reacciona frente a un daño que no percibe como tal.

La sensibilidad para registrar las injurias que se nos infligen ha quedado mermada; no se trata de indiferencia, de falta de voluntad, sino de la dificultad de poder significarla como injuria. Por esta razón se han adormecido, silenciado, muchos de los mecanismos corporales naturales que nos permitirían desarrollar conductas para la autodefensa, para reaccionar frente a lo que nos afecta, nos hiere, nos despoja, nos mata. Éste es el Daño en el Tono Vital: que ni siquiera exista un nombre para este daño.

Violencia imperceptible. Actores y receptores del maltrato
Al relegar su sensibilidad singular y social, el ser humano queda herido en su ser sensible, en sus creencias, en la confianza sobre su capacidad para sentir, para afectarse y despertar conductas acordes a esta afectación. La sensibilidad comienza a sentirse más como molestia que como fuente de vida.
El cuerpo se va haciendo sordo a los mensajes que le llegan del interior y del exterior y no sólo se desvitaliza en su capacidad de sentir y de responder a los estímulos, sino también en su disposición para reinventar otros umbrales perceptivos posibles. Del mismo modo que los receptores auditivos ya no registran los ruidos que los exceden y se van ensordeciendo, así imágenes conmovedoras, que deberían movernos a acciones solidarias, se naturalizan, se registran como normales.
Por lo general, el Daño en el Tono Vital, la violencia que se ejerce sobre la disposición humana a dejarse afectar y a estar sensible, es una violencia imperceptible que la mayoría de las veces la persona no sabe que la está padeciendo. Con frecuencia esta persona, ante situaciones que vive diariamente, puede experimentar sentimientos de rabia, tristeza, miedo y los acalla, no los atiende, se dirá: “si esto es así, quien se equivoca soy yo sintiendo lo que siento”.
El sólo sentir podría generarnos una complicación en la vida cotidiana. Incluso algunas reacciones podrían juzgarse como susceptibles y paranoicas, provocando inconvenientes con autoridades de cualquier tipo que ahora sí aparecerán en el horizonte, y no como la conducta adecuada ante una violencia ejercida sobre nuestra existencia.
Se va gestando así un estado de insensibilidad, psicológica y socialmente valorada como sana, que por un lado nos protege y por el otro debilita la potencia de nuestros receptores necesitados de alimento para continuar desarrollando la vida y desplegar los potenciales colectivos.
Los filtros que se crean como defensa no sólo cuelan las sensaciones insoportables, producen también estados de desgano sensorial para nuevas experiencias.
De esta manera, el diario vivir en estas sociedades globalizadas lleva a un paulatino y constante agotamiento de la sensibilidad, estrés del tono, a la pérdida de la flexibilidad tónica para dar respuestas adecuadas a las circunstancias vitales. El estrés del tono aparece como la dificultad para registrar y reaccionar a pequeños maltratos que no se viven como tales. Triunfo de las fuerzas reactivas de la vida, como diría Nietzsche.
Uno de los efectos del estrés del tono es la desconexión entre estímulo y respuesta, hecho que hace que se generen conductas desviadas de los estímulos, descafeinadas o exageradas. Un ejemplo sería la persona que se enoja con un amigo o con su pareja, en lugar de enojarse con quienes lo están dañando. Las razones siempre son otras, los agentes del dolor siempre son otros. Se tiende a buscar razones para justificar los malestares con la intención de calmar sentimientos que pueden parecer extemporáneos.
Las atonías o distonías de la sensibilidad son efectos de una cultura que produce una manera de sensoriar por lo que calla o por lo que otorga, y que después la juzga como patología.
Por lo general, este Daño en el Tono Vital se manifiesta como un estado de desvigor, de impotencia, de tristeza existencial, de soledad, donde se experimenta que no circula la vida, pero también de agresividad, de irritación, de bronca, que no encuentra canales para expresarse. Conductas que se adjudican al carácter, a la suerte, a la genética, al estrés.
La captura social del caudal disponible de sensibilidad construye una trama invisible que se cierne sobre cada persona, la domestica. La flexibilidad tónica va perdiendo elasticidad y se expresa en conductas estereotipadas, convencionales (el locutor de un noticiero con la misma sonrisa da una buena noticia y otra terrorífica). Hechos que deberían alertarnos, espeluznarnos, no nos mueven o nos mueven en el momento, y no se transforman en potencias de acción. La insensibilidad que desvitaliza la potencia y el entusiasmo es un daño que se expresa en pequeñas y constantes renuncias al ejercicio de la confianza, de la dignidad, de la vida.
El estrés del tono hace que estemos inermes frente al maltrato en la sensibilidad, que es aquél que no golpea sólo con objetos contundentes sino con mensajes y actitudes que hacen sentir inútil cualquier acción en defensa de la vida y que se va instalando en la subjetividad. Un maltrato que se hace sintónico, se naturaliza. Nadie está exento de infectarse. Todos somos portadores del silencio, de la contaminación en las maneras de sentir y sensoriar (lo que hay que sentir, lo que no hay que sentir).
Cada persona puede contribuir al Daño del Tono Vital con conductas diversas. Todos somos actores y receptores de este daño. Incluyo conductas con ánimo de cuidado y en nombre de valores altruistas, pero que enmalezan la sensibilidad. Chantajes afectivos que nos hacen o que hacemos, la protección con la que inmovilizamos a otras personas, los cuidados excesivos que producen miedo, el callar una respuesta, la desconsideración del tiempo de las personas, el ejercicio de poder en la vida familiar, entre amigos, en la vida profesional.
La energía necesaria para producir una respuesta vital es orientada -las técnicas corporales adaptadas a los modelos culturales vigentes contribuyen a ello- más a la descarga -hacer muscular- que a la elaboración creativa, más a la sedación que a la multiplicación de recursos para el entusiasmo.

Reflexiones sobre la defensa del Tono como ejercicio de vida. Anticuerpos…
Esta enfermedad de insensibilización, inmovilización y desvitalización ha ido generando anticuerpos. Hoy los humanos violentados por la injusticia, por el aislamiento social, por la marginación, por el ocultamiento de información, por la disgregación de las instituciones, intentan –intentamos- asumir las propias defensas en nombre de mecanismos solidarios espontáneos. Los humanos comienzan a registrar que el cuerpo está siendo afectado en su potencia por efecto de las restricciones a las que lo somete la pérdida del Estado protector y de instituciones “humanitarias”. Los humanos descubren que su sensibilidad se empobrece, deprivada de experiencias por la imposibilidad de acceder a condiciones de vida dignas. La violencia impercerptible emerge y empieza a hacerse visible.

Los humanos que son afectados en su potencia de vida comienzan a responsabilizarse por las heridas en la sensibilidad. Personas afectadas de modo directo en sus propias carnes (y otras que aunque no se sientan afectadas directamente se identifican con estas luchas), reaccionan agrupándose, creando redes, exigiendo se cumplan las condiciones para que la vida se torne vivible. Así proliferan los grupos de familiares de muertos por accidentes de tránsito, gatillo fácil, piqueteros que reclaman planes para una sobrevivencia mínima, asalariados precarizados que defienden sus fuentes de trabajo, grupos de padres que buscan a sus hijos desaparecidos (sospechados de venta de órganos, de prostitución infanto-juvenil), redes de asistencia social (comedores, merenderos, casas para madres solteras), etc.

Con sólo sentir y compartir qué es lo que aún nos revuelve la sangre en lo personal tendríamos un inventario de situaciones que deberían alertarnos y motivarnos a acciones solidarias, y no estoy refiriéndome a guerras, a niños muertos, daños que no ofrecen dudas, me refiero a hechos que a veces pasan desapercibidos. En mi caso particular, me revuelve la sangre la imagen de esas largas filas para solicitar número que desde la madrugada, a la intemperie, se forman en los hospitales, a veces con niños pequeños que están enfermos.
Los invito a compartir aquellos malestares que el social histórico no ha conseguido anestesiar en nosotros…

Daño en el tono vital. Estrés del tono.
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