Congreso de Las Palmas. Canarias (Octubre de 2002). ¿Vale una imagen más que mil palabras?

En estos momentos en los que parece ser más verdad que nunca el dicho que reza que una imagen vale más que mil palabras, yo me pregunto, por un lado, qué imagen se tiene de los psicoanalistas y del psicoanálisis, y por otro, qué lugar ocupa éste último en esta sociedad en la que vivimos, en la que parece haberse implantado el dominio casi absoluto de la imagen, siendo como es el psicoanálisis una ciencia que se sustenta en el poder terapéutico de la palabra.

En cuanto a la primera cuestión, es decir, que se entiende en la calle por psicoanálisis, he preguntado un poco a mi alrededor, y a la conclusión a la que he podido llegar es la de que, aparte de ser un gran desconocido identificado casi únicamente con algunos de los tópicos que el cine y últimamente también la publicidad han reflejado, la impresión más general, subyacente a casi todos los comentarios que he recogido, es algo así como que los tiempos del pisicoanálisis no se adecúan al ritmo de la sociedad actual. Entendiendo como ritmo no sólo la duración de la terapia, sino algo más profundo que tiene que ver, creo yo, con el concepto de proceso entendiendo como proceso la elaboración de contenidos tanto internos como externos al individuo que implican crecimiento y toma de conciencia y que está intrínsicamente unido a la idea de tiempo y de internalización.

Es decir, desde esta perspectiva el proceso se asemejaría a la imagen tantas veces utilizada de los tejidos, no sólo de Penélope sino también de la mitología y literatura celta, que reflejan el tejer, los telares, los husos y las ruecas como metáfora de la vida. Es una actividad que conlleva un dejarse ir, una cadencia y una atención latente determinada. El manto en sí no es importante si no se tienen en cuenta las oraciones que se cosen a cada puntada. Aquí, el resultado sin el proceso queda vacío de contenido.

Es ese ritmo que podríamos llamar “procesual” el que no parece estar en consonancia con las necesidades actuales.

Esta cuestión nos llevaría directamente al segundo interrogante que planteaba a partir de la frase que da título al trabajo, cuando hacía referencia al lugar del psicoanálisis hoy, en el imperio de la imagen.

Basta con escuchar el ruido de fondo de la calle para darse cuenta de que la sensación imperante es la de que algo va mal, y de que el poder parar un momento para reflexionar sobre ello es ó prácticamente imposible ó se toma como un gran lujo. Paralelamente, se da la aparición de multitud de estilos “terapéuticos” cuya única herramienta terapéutica parece ser la movilización y su único objetivo el dejar al paciente epatado y con una ilusoria sensación de sanación. Y aún así dan la impresión de ser capaces de satisfacer las necesidades de la gente, en muchos casos mucho más que la terapia psicoanalítica. Estos estilos sí han adoptado los ritmos actuales.

En Empatía, la novela de Sara Schulman, se hace la siguiente reflexión en torno al personaje de Doc, un terapeuta muy peculiar: Pero a la gente ya no le interesa el análisis. Prefieren la catarsis. Todos prefieren decir que están desamparados y que no pueden cambiar a la otra gente, es decir, el mundo. La posmodernidad ha sustituido al marxismo; los cursillos de control mental en trece lecciones, al psicoanálisis. Era el final del contenido.

Soy consciente de que hay respuestas evidentes a la anterior cuestión. Podemos decir que los usuarios de ese tipo de “cursos mentales” en realidad, no quieren enterarse de lo que les pasa, que el acudir a ese tipo de terapias puramente catárticas no hace sino reforzar las resistencias que frenan un proceso más elaborativo. Sería algo así como “voy a terapia para no tener que mover nada”, es decir, se traslada el movimiento fuera para dejar el interior intacto y poder así escudarse tras la excusa de estar ya haciendo algo para avanzar para instalarse en la no búsqueda, en el no proceso. En definitiva, se dá un “como si” de terapia con ese matiz perverso que a mi modo de ver tiñe la cultura contemporánea, en la que se priman los antes y los después pero no lo que pasa en medio, los procesos están vacíos de contenido. Cuanto más rápido se obtengan resultados menos te van a preguntar como los has obtenido. Podrá no ser una visión muy positiva de nuestra contemporaneidad pero lo cierto es que esa es la sociedad en la que estamos inmersos como personas y como profesionales y por ello creo que merece una reflexión.

En la era de las imágenes, la publicidad vende un modo de vida que ha cambiado la concepción de la existencia del individuo en base al principio “pienso luego existo” por una declaración de principios en torno a “tengo luego existo”. Un anuncio publicitario de la marca comercial IKEA reza lo siguiente:

TEST DE PERSONALIDAD:

¿No puedes esperar a tener en casa

todos estos productos? Entonces eres un

auténtico romántico que cree en el amor

eterno y la paz y armonía universales.

Así de sencillo.

Es decir, el deseo irrefrenable tanto de consumir como de poseer, reafirma el hecho de que el consumidor está inmerso en una especie de nirvana cósmico. Si nos damos cuenta, el lenguaje publicitario está cambiando sus códigos de venta. Tiempo atrás la ilusión que se prometía al consumir una colonia, un coche, un gel, etc…, era la de conseguir un aspecto físico como el de la modelo, llevarse a la chica en los anuncios destinados a un público masculino ó en definitiva, alcanzar una especie de brillo social necesario para triunfar en el mundo que la publicidad crea. Luego podríamos decir, que con la oferta de una imagen supuestamente ideal, que juega con las frustaciones del individuo, se crean una serie de necesidades artificiales cuya satisfacción se ofrece como llave del éxito social. Ahora bién, la oferta está “evolucionando”, como decíamos arriba, los términos están cambiando. Hoy en día, al comprar una bebida, unos pantalones ó una mesa, lo que se promete es la tranquilidad espiritual, el equilibrio, el bienestar ya no sólo físico sino también psíquico del consumidor. Según esto, la solución que se ofrece a ese malestar real reinante en la cultura, es la de poseer cosas.

El mecanismo sería el siguiente: A través de las imágenes se nos confronta con una realidad de malestar interno palpable haciéndonos en alguna medida, tomar conciencia de dicho malestar y se nos ofrece una solución externa casi inmediata que va a colmar plenamente nuestra necesidad de búsqueda y por tanto de cambio.

Se establece de esta manera una relación peculiar entre lo interno y lo externo en la que es lo externo (las imágenes publicitarias) lo que nos hace tomar conciencia de la interno y lo que además nos ofrece la solución. Elevamos los objetos a seres con carácter de todopoderosos lo que nos produce una herida narcisista y nos empuja a querer devorarles más compulsivamente.

De esta manera, se nos introduce en unas creencias y un ritmo de vida artificiales que alterarían la imagen que el individuo tiene de su psiquismo y de las vías que ha de buscar para acceder a él, con todo lo que ello implica de toma de conciencia de sus limites, tanto para bien como para mal. La búsqueda se realiza fuera, lo interno es fuente de problemas y es fuera del individuo donde están la claves para solucionarlos.

Esta nueva concepción incidiría de una manera muy especial en lo que podríamos denominar “los tiempos de reacción” que el aparato psíquico necesita para elaborar contenidos. Desde mi punto de vista, los procesos internos necesitan un tiempo determinado que se vería alterado por esta nueva presentación del mundo moderno, los ritmos que se muestran están desvirtuados. Se presenta una necesidad inmediata de una manera lineal, cuya satisfacción también se vende como inmediata, “los resultados se ven desde el primer día”. La tolerancia a la frustración y la multideterminación han pasado de moda.

Hay una peculiaridad añadida y es que la validez de ese producto milagro queda anulado en poco tiempo por otro nuevo producto que deja obsoleto al anterior. Es decir, son soluciones de gran caducidad, con lo cual no sólo es una peculiar manera de ratificar que la pulsión nunca se colma sino que se crea un círculo adictivo que se basa en una aparente sensación de plenitud instantánea de muy corta duración, que queda desplazada por una nueva promesa de más y mejor satisfacción más inmediata, más instantánea, más falsa. La adicción y la compulsión a la repetición están servidas.

Este ritmo frenético, que parece lanzar una nueva proclama de “la voracidad al poder”,no sólo marca el consumo de objetos sino que se traslada a gran parte de los ámbitos de la cultura. Me gustaría citar algunos ejemplos que desde mi punto de vista son una buena muestra de lo anterior: la gastronomía, el lenguaje, y la educación de nuestros niños.

En el caso de la alimentación, los sabores que imperan, sobre todo entre los jóvenes y los niños, son los que según los expertos estimulan de una manera muy potente a todos los receptores de las papilas gustativas de la lengua. Son sabores dulces, salados, amargos y ácidos a la vez. Es decir, es un culto a la no elaboración más allá de los sentidos, e incluso se impide la discriminación de estos últimos. De nuevo es una satisfacción fácil, inmediata y perecedera. Las pseudoterapias a las que antes nos hemos referido serían al psiquismo lo mismo que la comida basura al paladar.

En cuanto al lenguaje, todos sabemos como con la aparición de los teléfonos móviles, los adolescentes son capaces de comunicarse con un número bastante limitado de grafismos y que el cuerpo es algo totalmente prescindible en este proceso. Lo verbal y lo no verbal (la palabra y el cuerpo) se traducen a imágenes muy pobres.

Y lo más grave desde mi punto de vista, en el proceso educativo se pretende hacer del niño un pequeño adulto. Aquí más que en ningún otra parcela es patente el hecho de la disminución de lo que arriba hemos llamado “los tiempos de reacción”. El mundo imaginario del niño está siendo mermado. No se respetan los tiempos del desarrollo evolutivo, con lo cual los niños crecen quemando etapas, no viviéndolas. De nuevo es un “como sí” de maduración. En la gran mayoría de los colegios los padres demandan resultados intelectuales inmediatos. En un anuncio publicitario de un nuevo colegio, sobre el que se ha realizado un reportaje en tv presentándolo como la educación del futuro, se ofrece como reclamo la enseñanza de dos idiomas desde los tres años y nuevas tecnologías desde los seis.

Estaréis de acuerdo conmigo, espero, en que el psicoanálisis no cuenta con unas condiciones precisamente favorables por todo lo descrito anteriormente, y que en cambio tiene mucho que ofrecer precisamente por las mismas razones. Personalmente, como individuo, como madre y como profesional, la recuperación del “proceso” de vivir me parece algo fundamental; un reto en las tres facetas que antes citaba y siento por ello que el psicoanálisis que sabe del arte y de la magia de la palabra no puede eludir su responsabilidad ética para con la sociedad de hacerse presente para rescatar lo elaborativo como proceso de construcción individual y grupal. El cómo es lo que se me escapa, ya que traspasar los límites de lo privado para acceder a lo público no se me antoja tarea fácil sin caer en la vacuidad de los contenidos que se hacen públicos.

Acordémonos de que lo que hacía de Excálibur un arma tan valiosa no era sólo el acero sino la vaina donde ésta se guardaba porque cada puntada se había realizado “conscientemente”, poniendo Morgana toda su energía en cada hebra y cosiendo hilos, paño y hechizos necesarios, cuya magia residía precisamente, en el poder de la palabra.

Congreso de Las Palmas. Canarias (Octubre de 2002). ¿Vale una imagen más que mil palabras?
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