La práctica de un cartógrafo aborda fundamentalmente las estrategias de las formaciones del deseo en el campo social. Poco importa qué sectores de la vida social toma él como objeto. Importa que esté atento a las estrategias del deseo en cualquier fenómeno de la existencia humana que se propone investigar: desde los movimientos sociales -formalizados o no- a las mutaciones de la sensibilidad colectiva, la violencia, la delincuencia, etc… hasta los fantasmas inconscientes y los cuadros clínicos de individuos, grupos y masas -institucionalizados o no.
Del mismo modo, poco importan las referencias teóricas del cartógrafo. Lo que importa es que, para él, teoría es siempre cartografía, siendo así, ella se hace conjuntamente con los paisajes cuya formación él acompaña (inclusive, la teoría aquí presentada, naturalmente). Para ello, el cartógrafo absorbe elementos de cualquier procedencia. No posee el más mínimo racismo de frecuencia, lenguaje, estilos. Todo aquello que de voz a los movimientos del deseo, todo aquello que sirva para acuñar materias de expresión y crear sentido, para él es bienvenido. Todas las entradas son buenas, siempre que las salidas sean múltiples.
Por eso el cartógrafo se nutre de las más variadas fuentes, no sólo escritas y teóricas, también sus operadores conceptuales pueden surgir de un film, de una conversación o de un tratado de Filosofía. El cartógrafo es un verdadero antropófago: vive de expropiar, se apropia, devora y desova.
Siempre está buscando elementos/alimentos para componer sus cartografías. El criterio de sus elecciones es: descubrir qué materias de expresión -mezcladas con otras-, qué composiciones de lenguaje favorecen el pasaje de las intensidades que recorren su cuerpo en el encuentro con otros cuerpos que pretende entender. Para el cartógrafo “entender” nada tiene que ver con explicar, y mucho menos con revelar. Para él no hay nada arriba (cielos de la trascendencia) ni abajo (brumas de la esencia). Lo que hay arriba, abajo y por todos lados, son intensidades buscando expresión. Lo que él quiere es, bucear en la geografía de los afectos y al mismo tiempo, inventar puentes para hacer su travesía: puentes de lenguaje.
Se nota que, para el cartógrafo el lenguaje no es un vehículo de mensajes y salvación. Es, en sí mismo, creación de mundos. Alfombra mágica. Vehículo que promueve la transición hacia otros mundos, nuevas formas de historia. Incluso, hasta podemos decir que: en la práctica del cartógrafo se integran Historia y Geografía.

Manual del cartógrafo
Es muy sencillo lo que él lleva en su bolso: un criterio, un principio, una regla y un breve itinerario de preocupaciones (cada cartógrafo lo va definiendo y redefiniendo para sí, constantemente).
El criterio de valoración del cartógrafo, ya lo conocés: es el grado de intimidad que cada uno se permite en cada momento con el carácter finito ilimitado, que el deseo imprime en la condición humana deseante y sus miedos. Es el valor que se le da a cada uno de los tres movimientos del deseo. En otras palabras: el criterio del cartógrafo es, fundamentalmente, el grado de apertura para la vida, que cada uno se permite en cada momento. Su criterio presupone un principio.
El principio del cartógrafo es extramoral: la expansión de la vida es su parámetro básico y exclusivo, y nunca una cartografía cualquiera tomada como mapa. Lo que a él le interesa en las situaciones con las cuales se enfrenta es, cuánto de la vida está encontrando canales de realización.
Se puede hasta decir que su principio es un antiprincipio. Un principio que lo obliga a estar siempre cambiando de principios. Es que, tanto su criterio como su principio son vitales y no morales.
¿Y su regla? Él sólo tiene una: una especie de “regla de oro”. Que le da elasticidad a su criterio y a su principio: el cartógrafo sabe que es siempre en nombre de la vida y de su defensa que se inventan estrategias.
Él jamás olvida que hay un límite de lo que se soporta en cada momento, la intimidad con el finito ilimitado, base de su criterio: un límite de tolerancia para la desorientación y la reorientación de los afectos, una “entrada a la desterritorialización”.
Él siempre valora cuánto de las defensas que se están usando, sirve o no para proteger la vida.
Podríamos llamarlo, su instrumento de valoración del “umbral de desengaño posible” en la medida en que, finalmente aquí se trata de valorar cuánto se soporta -en cada situación- el desengaño de las máscaras que nos están constituyendo, su pérdida de sentido, nuestra desilusión. Cuánto se soporta el desengaño, de manera de liberar los afectos recién-surgidos para investir otras materias de expresión y con eso, permitir que se creen nuevas máscaras, nuevos sentidos. O, por el contrario, de cuánto se está privando por no soportar ese proceso. Claro está que, este tipo de valoración nada tiene que ver con cálculos matemáticos, padrones o medidas sino más bien con aquello que el cuerpo vibrátil capta en el aire: una especie de feeling que varía completamente en función de la singularidad de cada situación, incluso del límite de tolerancia del propio cuerpo vibrátil que está valorando, en relación a la situación que está siendo evaluada. Entonces, la regla del cartógrafo es muy simple: es nunca dejar de considerar ese “umbral”.
Eso, nos permite hacer dos observaciones más: para el cartógrafo el problema no es el de lo falso vs. lo verdadero, ni el de lo teórico vs. lo empírico, pero sí el de lo vital vs. lo destructivo, el de lo activo vs. lo reactivo. Lo que él quiere es, participar, embarcarse en la constitución de territorios existenciales, constitución de realidad.
Implícitamente es obvio que, por lo menos en sus momentos más felices, él no le teme al movimiento. Deja que su cuerpo vibre en todas las frecuencias posibles, inventando posiciones a partir de las cuales esas vibraciones encuentren sonidos, canales de pasaje para la existencialización. Él acepta la vida y se entrega de cuerpo-y-palabra.
Restaría saber cuáles son los procedimientos del cartógrafo. Por ahora, éstos poco importan pues él sabe que debe “inventarlos” en función de aquello que le pida el contexto en el que se encuentra. Por eso, él no sigue ningún tipo de protocolo normativo. Por lo tanto, lo que define el perfil de cartógrafo es, exclusivamente, un tipo de sensibilidad, que él propone hacer prevalecer –en la medida de lo posible- en su trabajo. Él siempre procura ser una “noviecita-que-cuando-fracasa-despega”. Lo que él quiere –siempre que sea posible- es: ubicarse en las adyacencias de las mutaciones de las cartografías, posición que le permite elegir el carácter finito ilimitado del proceso de producción de realidad que es el deseo. Para que ello sea posible, él utiliza un “compuesto híbrido” conformado por su ojo, claro está, pero también y simultáneamente- por su cuerpo vibrátil, ya que lo que él quiere es aprehender el movimiento que surge de la tensión fecunda entre flujo y representación: flujo de intensidades escapando del plano de organización de territorios, desorientando sus cartografías, desestabilizando sus representaciones y, al mismo tiempo, representaciones agotando el flujo, canalizando las intensidades, dándoles sentido. Es que el cartógrafo sabe que no tiene orden. Ese desafío permanente es el motor mismo de la creación de sentido.
Desafío necesario –y, de cualquier modo, insuperable- de la coexistencia vigilante entre macro y micropolítica, complementarias e indisociables en la producción de realidad psicosocial. Él sabe que son innumerables las estrategias de esa coexistencia (pacífica, sólo en momentos breves y fugaces de creación de sentido) como innumerables son los mundos que cada una engendra.
Dado que no es posible definir su método (ni en el sentido de referencia teórica, ni en el de procedimiento técnico) sólo su sensibilidad, podemos averiguar: qué clase de equipaje lleva el cartógrafo cuando sale al campo.
Regla de prudencia. Regla de delicadeza para con la vida. Regla que agiliza pero no atenúa su principio: esa regla le permite discriminar los grados de peligro y de potencia, funcionando como alerta en los momentos necesarios. Es que, a partir de cierto límite –que el cuerpo vibrátil reconoce muy bien- la reactividad de las fuerzas deja de ser reconvertible en actividad y comienza a actuar en el sentido de la pura destrucción de sí mismo y/o del otro: cuando esto acontece el cartógrafo, en nombre de la vida, puede y debe ser absolutamente despiadado.
Al poseer estas informaciones, intentaremos definir mejor la práctica del cartógrafo. Afirmábamos que, aborda fundamentalmente las estrategias de las formaciones del deseo en el campo social. Ahora, podemos decir que ella es en sí misma un espacio de ejercicio activo de tales estrategias. Espacio de emergencia de intensidades sin nombre, espacio de incubación de nuevas sensibilidades y de nuevas palabras a lo largo del tiempo.
Desde esta perspectiva el análisis del deseo, en última instancia, habla acerca de la elección de cómo vivir, de la elección de los criterios con los cuales lo social se inventa, lo real social. En otras palabras, habla acerca de la elección de nuevos mundos, de sociedades nuevas. La práctica de cartógrafo es aquí, inmediatamente política.

Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
T.A.A. (traducción autorizada por la autora)
Buenos Aires, 1993.

El Cartógrafo
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