Estados generales del Psicoanálisis Para una metapsicología de la perelaboración

febrero 2000

Me interesa señalar que si bien la perelaboración es un concepto psicoanalítico, teóricamente algo difuso, en realidad constituye uno de esos recursos curativos propios de la condición humana, previos al acontecer que marcó la irrupción del psicoanálisis.

La idea de perelaboración no queda abarcada por el concepto de elaboración. El prefijo per, tal como lo señala el diccionario de la Real Academia Española, y también los de otras lenguas, indica a la vez mayor intensidad de un proceso y, de manera menos explícita, lo que perdura en el tiempo, lo per-durable.

Es común aludir, algo ambiguamente, a la perelaboración como el proceso de cura que avanza aun cuando es difícil identificar un accionar interpretativo que lo impulse. En esos momentos pareciera que el tratamiento se ha estancado frente a la proximidad angustiante de un importante núcleo patógeno aún no nombrado. El apalabramiento asociativo del paciente, resultará entonces eficaz si le permite sutiles, casi imperceptibles, registros de nuevos conocimientos que acrecientan su saber acerca de sí mismo, mientras vacila ante ese temido núcleo patógeno. Este proceso puede formularse de la siguiente manera: “me doy cuenta que siempre supe lo que acabo de saber… para volver a olvidarlo”. Un volver a olvidar por la recaptura de aquello que quizá fue entrevisto sólo fugazmente. Si lo reprimido, en la atemporalidad inconsciente, puede significarse como “eterno” -en tanto no envejece en su capacidad de promover síntomas- cuando pasa a manifestarse como “lo siempre sabido” , es decir cuando ingresa a la tópica de la consciencia, aun por breves instantes, pierde la condición de “eternidad” para formar parte de la temporalidad consciente. En la consciencia el tiempo fluye como fluye el pensamiento, de ahí que al ser recapturado aquello que es vuelto a olvidar, este “olvido” se trasforma, en el territorio de lo reprimido -usando libremente una expresión freudiana- en un “representante representativo” de la consciencia metafórica. Esta representación temporalizada, hace más permeable al territorio captor y lo torna más expresivo en relación a lo reprimido. Cabría interrogarse acerca de si la tópica de retorno, para lo recapturado, es sólo el preconsciente, cosa obvia, o también el inconsciente mismo, algo no descartable. Visto desde una perspectiva metapsicológica, lo anterior puede ubicarse como uno de los procesos íntimos de la perelaboración.

Para pensar con mayor precisión la idea de perelaboración, tal como se deduce de los escritos freudianos, es útil emparentarlo al concepto de trabajo psíquico, (el Durcharbeiten freudiano, el working-through en inglés, o en castellano trabajo-a-través-de …) como el proceso por el cual el aparato psíquico elabora los estímulos perturbadores, cualquiera sea su origen. Entonces la perelaboración es el arduo y silencioso camino por el que se transfiere (transcurre) lo reprimido entre una y otra tópica del aparato psíquico. Un lento aproximarse, no ya hacia el núcleo reprimido, sino de este a la temerosa conciencia; produciendo aquel me doy cuenta que siempre…

Freud destaca que el incremento de la resistencia marca un momento culminante, en el proceso mayor del trabajo-a-través-de. Él señala que la perelaboración puede convertirse en una ardua tarea para el paciente, y en una prueba de paciencia para el analista, pero remarca que se trata de un momento de beneficiosos efectos alteradores para ambos y esto distingue al tratamiento psicoanalítico, de cualquier otro influjo subjetivo. Pienso que efectivamente son esos efectos, alteradores de las estructuras subjetivas, promovidos por la perelaboración, los que impulsan la cura en el paciente y la capacitación teórica-metodológica en el clínico; en esto se fundamenta la diferencia que el psicoanálisis tiene con cualquier otro quehacer psicoterapéutico alternativo. Desde esta perspectiva la perelaboración corresponde a ese acontecer, inherente al funcionamiento mismo del aparato psíquico, como un proceso en cierta forma independiente –nunca del todo- del importante accionar interpretativo de la neurosis de transferencia.

No empleo al azar el término acontecer, sino que lo encuentro preciso para hablar del psicoanálisis como un proceder crítico. Sabido es que todo proceder crítico debe ser eficaz, en primer término, sobre quien sostiene la crítica. Así como el vocablo suceder connota lo que sucede a lo anterior, como secuencia de lo ya existente, algo propio del pensamiento deductivo que parte de propuesta previas, el término acontecer no se juega a lo ya existente, sino a los efectos promovidos a futuro inmediato o mediato. Esta idea se corresponde bastante ajustadamente a la producción de pensamiento crítico. Es que la clínica psicoanalítica es un proceder promotor de tal pensamiento.

Pero el acontecer que aquí más nos interesa es el que promueve que “lo inconsciente”, aún no substantivado, tal lo destaca el artículo neutro lo, adjetivando inconsciente (estatuto que antes de Freud tenía este territorio del psiquismo), habrá de producir efectos que Freud advirtió y conceptualizó principalmente en su trabajo sobre sus sueños, durante su “propio análisis” (él diría autoanálisis) disparado a raíz de la muerte de su padre. Las lecturas sofocleanas sobre Edipo deben haberle servido como restos diurnos, como andamiaje de estos sueños. Es así que en la interpretación de propios y ajenos sueños, empezó a poner a punto el complejo edípico, como una teorización psicoanalítica nuclear, a la par que organizó las bases metodológicas del dispositivo clínico. Un dispositivo en que lo inconsciente fue produciendo psicoanálisis, es decir metapsicología, como reflejo mesurado -toda teoría lo es- de la desmesura inconsciente. Una teoría que a su vez habrá de volverse, clínica mediante, sobre aquello de lo cual es reflejo -vale decir lo inconsciente- adviniendo así el inconsciente freudiano. No pienso que el inconsciente es de Freud, o de ningún psicoanalista.. Más bien cabe pensar, que por efectos perelaborativos, el inconsciente se va articulando a la conciencia. Algo propio en quienes emprenden este personal apoderamiento, necesario a la condición psicoanalítica. Puede sí tener propietario el campo metapsicológico como reflejo teórico del inconsciente.

Lo dicho anteriormente acerca del imbricamiento entre inconsciente y psicoanálisis, operando uno sobre otro, permite pensar al psicoanálisis como un oficio próximo a los que pueden considerarse oficios básicos de la palabra, que forman legítimamente parte de la condición humana. Son oficios mucho más antiguos que el psicoanálisis, acompañaron siempre el proceso cultural. Hace un tiempo trabajé estas ideas en relación al tiempo y al aparato psíquico. El tiempo y el inconsciente siempre han promovido la curiosidad y la especulación desarrollando conocimientos. De inicio produjo pensamiento místico, esa impaciencia de la inteligencia frente a la inquietud del misterio. También nutrió la poética como un limitado reflejo de la desmesura y de lo invisible, entreviendo fugaces inspiraciones; esto vale para cualquier creación del arte. Bastante más tarde impulsó la cavilación que abre las conjeturas y las incredulidades filosóficas frente a los excesos de la mística y de la poética. Desde temprano el ingenio humano inventó herramientas para su trabajo y al experimentarlas fue haciendo observaciones que con los siglos avanzaron la racionalidad crítica, aproximando los procederes de la ciencia y la epistemología. Lenta y azarosamente, la humanidad procuró la organización política y económica, en general divorciada de lo anterior, desmintiendo tantas veces la racionalidad y los progresos alcanzados. El psicoanálisis puede ser ubicado como oficio, entre la filosofía y la epistemología, mas es posible que de acuerdo al estilo personal del analista éste llegue a tomar algo de la índole de los otros oficios. Todos estos quehaceres básicos, más antiguos que el psicoanálisis, están estrechamente ligados a la elaboración perelaborativa de la angustia frente a lo desconocido.

El psicoanálisis puede presentarse como una disciplina curiosa por muchas razones, pero básicamente por el lugar que ocupa en la capacitación de un analista la curiosidad, incluso cuando la culpa que la curiosidad provoca con referencia a lo sexual, puede ser camino para seguir avanzando acerca del conocimiento de sí mismo. Cura y curiosidad están estrechamente articuladas, siendo una función de la otra.

La curiosidad nos introduce en una última consideración acerca de la perelaboración y su relación con la creatividad, algo esencial en el proceso psicoanalítico. Un aforismo popular, aludiendo a la creatividad, sobre todo a la artística, atribuye un mínimo porcentaje a la inspiración y una máxima participación a la transpiración, en el trabajoso plasmar en obra, lo disparado por aquella inspiración. Se corresponde esto con algo propio del proceso creativo que siempre va desde lo más sutil y fugaz de la inspiración, hacia lo más denso, representado por lo hecho con arte, es decir el artefacto. Se trata de un verdadero trabajo “a-través-de…” distintos estados de consciencia, verdaderas estaciones psíquicas con antigua tradición en la cultura. El filósofo-lógico Wittgenstein se ocupó cuestionadora e inteligentemente de estos estados de consciencia. Ellos son la intuición (recordemos que la inspiración-intuición es porcentualmente breve y que luego comienza el esforzado trabajo), meditación, cavilación, reflexión y las diferentes circunstancias del habla, es decir del loquis, para arribar finalmente a las inscripciones que hacen obra. Cuando se trata de la escritura, habrá un verdadero trabajo perelaborativo podador de los excesos del loquis. Por ese camino de excesos y sobriedades se materializa una obra, que para ser de arte, deberá capturar, transportar y transparentar, la inicial y fugaz sutileza que la originó. El artefacto, tal vez una interpretación o quizá un texto metapsicológico, en tanto momento denso del proceso creativo, transparenta lo que desde la sutil inspiración transporta aumentando así las chances, para el que contempla, con los ojos o con los oídos, esas obras, acceda -si su percepción lo merece- a lo que entrevió el inspirado autor que pudo atravesar fugazmente la opacidad de lo real.

Sin duda el término clave aquí es contemplar. Curiosamente el más remoto antecedente que reconoce la idea de teoría alude a: decir acerca de lo contemplado en la escena teatral.

En el proceso psicoanalítico clínico, la escena a contemplar es la que el paciente despliega favorecido por el espacio que le crea la abstinencia del terapeuta, una escena de la que también se puede decir, acerca de lo que ahí acontece; decir con carácter de pensamiento teórico, primer esbozo que conceptualiza la práctica, que este es el sentido de una interpretación. Se trata de un decir conceptualizador acerca del otro, distinto al decir sobre sí mismo. A partir de ahí, y ya por fuera de la escena clínica, el analista y acaso también el analizante, tal vez inicien la transpirante tarea de la escritura, como un momento privilegiado de la clínica.

¿Qué es lo que impulsa ese segundo y arduo momento de la teorización? Lo impulsa, al menos en la escritura teórica psicoanalítica, aquello que puede considerarse como básico en la hechura de todo psicoanalista: la propia gravedad personal. Una gravedad que se despliega etimológicamente como la gravitación necesaria para sostener una transferencia, como fecunda gravidez creativa, como gravamen, inherente al precio que supone toda actitud ética. Finalmente el agravio de advertir, ahora con sentido patológico, la propia gravedad. Todos estos términos, emparentados etimológicamente, se corresponden a algo que va más allá de la noción de enfermedad aunque la incluye.

Escribí, a los veinte años de la muerte de Pichón Rivière, un texto que titulé: “Pichón Rivière, ¿es la propia gravedad la hechura de un psicoanalista?”. De este texto extraeré, no literalmente, pasajes que ejemplifiquen algunas ideas, por ejemplo un episodio de la vida de Pichón Rivière, significativo en mi propia formación psicoanalítica, en relación a la idea de contemplación como momento perelaborativo.

En ocasión de separarse de su primera mujer, Pichón Rivière fue a vivir a una casa que tenía un patio cubierto muy soleado. Para los que estudiábamos con él resultó sorpresivo e incómodo, quizá con algo de siniestro, ver la amplia biblioteca que había circundado las paredes de su consultorio abandonado, transformada en una montaña de libros con sus laderas de desparramos. Un verdadero librerío para nada library, sino más bien un caos aproximando el sentimiento de lo real irrecuperable, donde parecía zozobrar tanta letra simbólica. Un día, durante un grupo de estudios, se dirigió al desorden, tomó al acaso uno, dos, tal vez tres libros, y los hojeó rápidamente. No era un libro especial el que buscaba, sino algo que nutriera la posibilidad de un enfoque distinto, tal vez rompiendo un bache de aburrimiento en la producción de estudio. Finalmente optó por uno del que leyó algunos pasajes, supongo que reconociendo antiguas lecturas. Es probable, no puedo asegurarlo, pero en mi recuerdo aquel libro contenía un poema de Keats. En todo caso fue por esos días que Pichón Rivière me introdujo en ese poeta. Se trata del poema titulado “De puntillas estaba”, en el que su verso 23 condensa “Contemplé un instante”. De ese poema dirá Cortázar, que en él queda situada “… la plenitud de la primera noche en que William Shakespeare acabó La Tempestad, (…) la noche en que Rilke sintió el tiempo cósmico rugir sobre su cabeza” .

Para mí ese es el momento en que el poeta entrevé en su contemplación la desmesura de lo real, la tentación de capturar algo de lo contemplado lo impulsa a un pensar repentino como primera forma de apoderamiento, produciendo una metáfora poética como forma perelaborativa del pensamiento. En el intento de capturar el tiempo cósmico que huye ante sus ojos, lo entrevisto desaparece no bien alcanza a dibujar aquel denso esbozo del “Contemplé un instante”. La ambigüedad poética de Keats, fluctúa aquí entre la contemplación de un fragmento del tiempo real: ese instante, y la duración del instante. Una manzana metafórica que arrancada al árbol del saber, conlleva la expulsión del paraíso entrevisto, no bien se insinúa cierto conocimiento acerca del mismo. Comienza entonces el bíblico “ganarás el sustento con el sudor de tu frente”. Es el precio que el hombre paga en su empeño por saber. Un impuesto ya contabilizado en el mito del paraíso.

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