¿Por qué le pedí a Fernando Ulloa que escribiera el prólogo a mi libro Cómo afinar el cuerpo sin ir a California? ¿Por qué pedirle a un psicoanalista que opine, que hurgue en un libro que pretende develar con humor algunos aspectos del mundo de los terapeutas corporales? Un mundo que aparece a veces entre vahos de aromas exóticos y atravesado por un pensamiento mágico que se consuma en recetas sabias e infalibles, un mundo casi prodigioso y organizado alrededor de creencias y poderes sanadores, un mundo si se quiere algo quimérico y dispuesto a ofrecer “la” verdad entre tantas verdades que buscan ser verdaderas. Por un lado, porque Ulloa se ha interesado por las terapias corporales, en particular por la eutonía (eu: buen, tonus: tono) que es la disciplina que practico; por el otro, porque sentí el deseo de buscar una mirada amiga, transdisciplinaria, compleja, sobre lo corporal. Un corporal que no abarca sólo las disciplinas corporales, sino un modo de ser, una sensibilidad para dejarse afectar, una disposición a resonar, a crear nuevas conexiones, nuevas lecturas sobre un texto.
Quería que Ulloa me dijera qué otras lecturas estaban esperando ser leídas en ese libro en el que María, su protagonista, quiere escribir un best seller sobre un tema que desconoce, pero que supone está de moda: el tema del cuerpo. Por tal razón intenta beber en las fuentes del corporalismo, asiste a cursos que le den certidumbres y se pega a personas que considera sabias para robarles ideas e impartirlas como propias.
1. “La lectura de este libro dispara y evidencia, tal vez más allá de la explícita intención de la autora, el pensamiento crítico del lector. Un pensar que resulta crítico porque más allá de apoyarse en lo ya sabido, juega sus efectos a nuevas formas de conocer aquello al parecer muy conocido. Por momentos de una manera directa y en otros por un costado oblicuo, el texto ilumina un tema que de antiguo me interesa: esa irreconciliable y a la par fecunda relación entre el organismo, parido cachorro humano, y el sujeto que en él se constituye. Una descoyuntada relación entre el objeto de la natura y el sujeto de la cultura, sujeto en este sentido sobrenatural, connotaciones místicas aparte, sin que ello impida que quien las piense las integre”.
El cachorro humano descoyuntado. “Un poco de salud por aquí, o por allá es el mejor remedio para un enfermo”, decía Nietzsche en El viajero y su sombra. Esta expresión del filósofo se parece a otras que algún autor nombra como “la gorda salud dominante” frente a la “frágil salud”, la salud de los poetas, los atletas afectivos, inspirándose en expresiones caras a Artaud, Kafka, Deleuze. Un poco de salud, no exageremos.
La eutonía busca el ajuste del tono muscular y vital a las acciones, una regulación tónica que permita atravesar las distonías en el camino hacia el dominio del tono. Por los pasillos de los corporalistas se oye hablar con frecuencia de la unidad mente-cuerpo como negación de las diferencias y traviesamente –en su travesía- Ulloa pone el dedo en ese ventilador, en el irreconciliable y fecundo diálogo entre el organismo y el sujeto, manifestaciones de un lenguaje del “y”, que a veces son leídas desde la lengua del “o” y la guerra comienza. El cachorro tironeado entre la natura y la cultura se descoyunta y evidencia la coyuntura -articulación y oportunidad- que transforma el diálogo en aventura que interroga spinozianamente ¿Qué puede un cuerpo? ¿Quién puede un cuerpo?
2. “El organismo en tanto fragmento cósmico, consecuencia de determinismos y azares, mutaciones y programaciones filogenéticas, no dejará nunca de ser manifestación de lo real por más próximo domus (domicilio) que sea al sujeto. Un real siempre necesario y presente y siempre por fuera y en algo inasible a la eficacia simbólica de la subjetividad. Ajenidad que se hará máxima al final de los días cuando el cuerpo se encamine a la desorganización necesaria para volver a integrar, azarosamente, otra rueda cósmica, la de lo inorgánico, la orgánica o quizá nutriendo alguna manifestación de la vida. Pero esto es por los finales, ya que en tanto cursa el vivir, sí que resultara productiva esa extrañeza entre el cuerpo y el alma”.
En tanto, la vida. “La idea que excluye la existencia de nuestro cuerpo no puede darse en nuestra alma, sino que es contraria a ésta [´…] el primer y principal esfuerzo de nuestra alma es afirmar la existencia de nuestro cuerpo.”, dice Spinoza en su Ética demostrada según el orden geométrico. En tanto caminamos hacia los finales, cursemos el vivir y la extrañeza. A esto nos invita Ulloa. Esa extrañeza entre el cuerpo y el alma, que nos interroga diariamente. “Cuerpo sin órganos”, dice Artaud para nombrar un cuerpo capaz de “n” organizaciones y también de “n” desorganizaciones; en la versión de Ulloa: una desorganización necesaria y azarosa hacia nuevas formas de vida. Quizá la extrañeza entre el cuerpo y el alma es la extrañeza de que múltiples finales son posibles, de que el “en tanto” es desafío y nos conduce a ensayar modos diversos de caminar, es decir de caer. Caminar obliga a caer, a desequilibrarse. El caminante, al trasladar el peso de su cuerpo de un pie al otro, cae y se yergue. Domus errante del equilibrista que busca apoyos móviles para nuevas formas de andar.
3. “Ese cósmico fragmento, tocado por las vicisitudes de la palabra y de los suministros de la ternura, con que los progenitores y otros contertulios juegan sus deseos y sus compromisos éticos, advendrá cuerpo erógeno, sede de los instintos abriendo lugar a las pulsiones, esa frontera indeterminada que articula las extranjerías del cuerpo y el sujeto y que de ambos nutre la fuerza de su trabajo. Cuerpo pulsional que a su vez tocando y tocado por la cultura humana, será la sustancia misma de esa cultura, con sus odios, sus amores, sus oficios –los de las manos, los de la palabra–, con sus creaciones y sus destrucciones. En esa creatividad mutante dada en el enfrente y diferente del cuerpo y el sujeto, el poeta Alberto Girri va un poco más lejos –es menester de la poética– cuando se interroga en apretado verso: ‘¿No será lo corporal acontecer y no sustancia?’. ¿Y qué será ese acontecer descartada la sustancia? […] Por mi parte propongo un acontecer no ajeno a la realidad del cuerpo-alma, ligado a la escritura.”
Fragmento cósmico de un discurso amoroso. “Lo interesante es cuando la escritura alcanza a provocar por sí misma ese sentimiento de inminencia, de que algo acaba de pasar o va a pasar a nuestras espaldas […] Los verbos en infinitivo designan acontecimientos y devenires que desbordan modas y tiempos”, dice Gilles Deleuze en Conversaciones. Acontecer, el infinitivo, en el devenir del cuerpo-alma-escritura, acontecer en el cósmico fragmento, en las vicisitudes de la palabra, en el suministro de la ternura. Acontecer entre las extranjerías. Acontecer en la creatividad mutante en el enfrente y diferente del cuerpo y el sujeto. Es menester la poética para liberar la ternura de la palabra. Acoger la palabra y acoger el cuerpo, los cuerpos, el cuerpo ético, el cuerpo erótico. La palabra como una mano sensible que toca y es tocada, la mano palabra de progenitores y contertulios que rasga el cuerpo y lo entona con diversas melodías.
A nuestras espaldas, enfrente, pasa la escritura. Es menester de la poética para interrogar el apretado verso. Acontecer en un apretado verso de Girri, el poeta. ¿Cómo hace el verso para apretarse? Concibo un cuerpo apretado, pero me pregunto cómo se aprieta un verso. Apretar un verso (estrechar contra el pecho, de pectus pecho) es estrechar el verso contra el pecho. Fragmento cósmico de un discurso amoroso del cuerpo y la palabra.
4. “Para afirmar la escritura como acontecer establezco, algo arbitrariamente, una diferencia entre el relato y la narración. En el relato tal como lo presento aquí, sin que se agote en esto la idea de un relato, la historia se hace relato y el relator repite pasivamente como copista de una cultura, la historia. Se dirá que en esa inexorabilidad no hay acontecer creativo. La narración en cambio (no en vano el término proviene desde muy antiguo de ‘narria’ por trineo y por trajín), hace historia. […] En este sentido cabe decir que las cosas no son ajenas a cómo se las narra. Pero hay algo esencial para que este acontecer narrativo cobre algún sentido, y es advertir que no sólo el sujeto narra el cuerpo, o el cosmos. El cuerpo, como el cosmos son grandes narradores. Un acontecer donde el azar y el determinismo, jugando la materia del tiempo y del espacio, hacen cuerpo, hacen futuro y hacen sujeto”.
Recrear la etimología, tonificar la palabra. “Cada vez que incurrimos en el lujo de ese paseo arqueológico entre ruinas maravillosas que es la etimología, estamos reviviendo la felicidad del lenguaje y la posibilidad de la poesía.”, dice Ivonne Bordelois en La palabra amenazada. El etimologista narra la palabra, pasea por el lenguaje con su trineo. La palabra así trajina desde sus orígenes, desde su infancia (etimon: origen), construye su genealogía, sus rizomas en el árbol de la vida.
El eutonista, como el etimologista, al narrar el cuerpo tonifica su decir óseo -el que sostiene-, epidérmico –la aduana sensible para el intercambio de extranjerías-, lo vigoriza y lo abre a múltiples destinos. Es un novelista del cuerpo. Ulloa, etimologista eutonista narrador devela una poética del tono que acoge el músculo del lenguaje, anda y desanda significados que se fosilizaron y danza sobre los conceptos hasta extraerles su savia.
5. ”Si buscara, para finalizar, una figura que me es cara, diría que lo mejor que puede acontecer con estos dos narradores extranjeros entre sí –me refiero al cuerpo y al sujeto, pero también a corporalistas y psicoanalistas jugando sus oficios- es que acontezca entre ambos lo que se produce entre ‘las amistades extranjeras’, aquellas donde dos, muy diferentes se hablan desde las orillas opuestas del río heraclitiano de la vida”.
Del libro Pensando Ulloa (Compilado por Beatriz Taber y Carlos Aschtul), Libros Del Zorzal, Buenos Aires 2004