La Concepción Lacaniana de la Transferencia

Una dificultad para exponer el tema es que no sabemos hasta qué punto el auditorio conoce las contribuciones teóricas originales de los Post-freudianos. Por consiguiente, tampoco sabemos hasta qué punto podemos abordar directamente el tema, sin hacer una brevísima introducción de dichos aportes.
En este sentido, la propuesta lacaniana ofrece dificultades especiales porque Lacan propone un retorno a Freud con características particulares que lo hizo producir una reformulación temática, conceptual y formal en la cual, a menudo, la obra freudiana se torna irreconocible. Esto, sin duda, se debe al hecho de que el trabajo lacaniano productivo genera novedades considerables y la singular concepción de Lacan sobre el discurso teórico de nuestra disciplina, en concordancia con la materialidad singular que atribuye a nuestro objeto de estudio y de intervención: el sujeto psíquico y, en especial, su inconsciente.
Todo el psiquismo es inmanente al lenguaje que Lacan aísla y redefine, como un sistema significante. Para Lacan, la secuencia significante que denomina discurso, es animada por una fuerza insistente que es el deseo, constituye al sujeto, y éste, a su vez, segrega sus objetos, ya que la materialidad última del objeto y del llamado sujeto exige que la teoría que da cuenta de él, y la práctica de su conocimiento y transformación, tengan en claro que se desarrolla íntegramente en el campo del lenguaje o del sentido. La teoría psicoanalítica, en consecuencia, desde este axioma, no será un metalenguaje que habla acerca de su objeto. Sino que tendrá el peculiar estilo que propicia ser hablado por él. Es decir, una especie de “dramatización” significante.
Su tesis más importante, la de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje y funciona, según afirmaba Freud, basado en operaciones de desplazamiento y condensación, que Lacan denomina metonimia y metáfora, exige que la teoría del inconsciente sea un lenguaje apropiado para vehiculizar estas operaciones. De ahí que Lacan afirme que la teoría debe estar formulada de manera aproximativa –no dentro de la modalidad cartesiana de las “ideas claras”, sino utilizando figuras retóricas en las cuales el sentido desliza, lo cual no impide, por otro lado, que junto a una estilística literaria y aporética, él se proponga una singular precisión en sus formulaciones, tal como en sus matemas que expresan una lógica, un álgebra especial, en la cual Lacan circunscribió las estructuras constitutivas del sujeto de manera precisa.
En cuanto al tema de la transferencia, como tantos otros, Lacan parte estrictamente de Freud. Recordemos que, en Freud, la transferencia según como vimos, puede caracterizarse en cuatro formas que fueron apareciendo sucesivamente en el pensamiento freudiano. Freud entiende la transferencia como repetición de los prototipos inconscientes. La repetición en este sentido es, por un lado, aquello que constituye el motor de la cura y el material a ser entendido o modificado. La repetición también aparece como resistencia, como obstáculo en dirección a la cura. La oscilación como motor y como resistencia-obstáculo configura una ambigüedad que debe ser cuidadosamente considerada. La transferencia aparece, en el tercer sentido, como sugestión, como estado singular de sumisión del paciente al analista, lo cual tiene mucho que ver con la idealización del hipnotizador y con el sentimiento de amor que hace que entre hipnosis, sugestión y enamoramiento, exista una conexión claramente advertida en Freud, especialmente en Psicología de las masas y Análisis del Yo. El cuarto sentido freudiano que Lacan subraya es el de la transferencia como el acontecimiento central dentro de la enfermedad artificial que el comienzo del análisis desencadena, conocido clásicamente con el nombre de “neurosis de transferencia” –especie de reedición concentrada y reformulada de la neurosis cotidiana por la cual el paciente llega a consultar.
Lacan pone el énfasis en la transferencia tal como ella se presenta en La Interpretación de los sueños, entendida como repetición de sentidos que se desplazan de una representación hacia otra, lo cual exige que el contenido manifiesto del sueño sea descifrado e interpretado, considerando que el analista es capaz de capturar como una de las representaciones de los restos diurnos, igual a los que se construyen en los sueños.
La transferencia como resistencia, como obstáculo, como fenómeno amoroso, formando parte de una enfermedad artificial, es un hecho que sorprende a Freud en el orden del acontecimiento inesperado. En rigor de verdad, la transferencia como resistencia, se localiza fundamentalmente en una infracción al pedido del analista, aceptado por el paciente, de cumplir con la libre asociación, decir todo lo que le viene en mente, sin rechazar o seleccionar lo que debe ser dicho.
Cuando Freud hizo su famosa clasificación de transferencia entre amistosa y erótica, constituyendo la transferencia positiva y la hostil, constituyendo la negativa (aclaremos que, erótica u hostil, la transferencia se constituye como resistencia), Lacan observa que la amistosa no es sólo igual a cierta forma de sugestión, aunque no deje de contenerla, ella es una respuesta a una demanda del analista, justamente, de libre asociación. Ésta es la única presión que el analista se da el derecho de ejercer sobre el paciente, ya que su actitud, a partir de ese momento, debe ser pasiva y no un activo intento de interpretar las resistencias del paciente y de procurar disolverlas o forzarlas; el inconsciente se manifestará en el discurso del paciente, a través de las formaciones del inconsciente (de las cuales el analista es una de ellas), no resiste, sólo sabe insistir en desear. La resistencia viene del yo, que Lacan divide en je y moi, y, más precisamente del moi, porque la liberación de lo reprimido le producirá displacer. En Inhibición, Síntoma y Angustia, Freud hizo un cuadro (al cual ya nos hemos referido) en que Lacan enfatiza las resistencias del Yo mientras minimiza las del Superyó como inconsciente, y las del Ello, que funcionan según un automatismo de repetición que procura la temporalización de la experiencia de la transferencia.
La transferencia que se da en la situación psicoanalítica no es muy diferente, para Lacan, de la que se da en la vida real, lo cual es un cuestionamiento de la realidad misma de esta vida. Ella sólo es provocada artificialmente en la situación analítica y permanece intensificada por la resistencia. Lacan da a entender que vivimos en un sueño y que despertamos cuando nos aproximamos a lo que es verdaderamente real en nosotros (el deseo y las pulsiones).
Para Lacan, todo aquel que emite un discurso lo hace inconscientemente, encaminándolo hacia otro, que Lacan llama el Gran Otro y que en rigor, dará el verdadero sentido del discurso, de modo tal que el sujeto conciente se ve sorprendido porque siempre dice más o menos lo que pensaba y se encuentra con un dicho, cuyo sentido él desconocía, revelando que el inconsciente –estructurado como un lenguaje- contiene un saber del cual el sujeto nada sabe. Cuando este discurso y su verdad se plantean, parecieran venir de otro al cual, iría dirigido.
Para Lacan la importancia del lugar del analista, que por medio de los dispositivos técnicos analíticos desencadena y condensa todo el proceso en base a la propuesta de la libre asociación, consiste en convocar la transferencia teniendo fe en que todo lo dicho (por más sin sentido que parezca) quiere decir algo que obedece a causas. Diga lo que diga el paciente, esto querrá decir algo. La transferencia es la consecuencia inmediata de la estructura de la situación analítica. Lacan pretende dar cuenta de esta estructura transfenoménica, es decir, que fundamenta y explica todas las formas aparentes en que se manifiesta la transferencia. El analista acepta ser el soporte del Otro. En este sentido, y transitoriamente, concuerda en convertirse en el Amo del Sentido, o sea, en aquel que decide qué quiso decir el discurso inconsciente. En otras palabras, el Amo de la Verdad, lo cual implica para el analista tener clara la responsabilidad y la dignidad de su función. El analista pone al paciente en una condición de apertura que lo prepara para la transferencia. El principal instrumento para provocar esa disposición es el silencio del analista, que hace que no responda a las demandas manifiestas del paciente, permitiendo la posibilidad para que la demanda inconsciente se manifieste en el discurso inesperado que aparece luego. Por eso, se recomienda al analista, frente a cada paciente, olvidar lo que sabe en el sentido teórico-epistemológico tradicional del término.
A comienzos de 1954, Lacan piensa la transferencia predominantemente como Freud lo hizo en su versión fenoménica, como relación imaginaria de amor-pasión. Diez años después, Lacan rectifica esta versión y plantea como mecanismo central la adjudicación del analista de la condición de Sujeto supuesto saber, que denomina pivot del procedimiento. En principio, debe entenderse que la posición de Sujeto supuesto saber no debe ser confundida con actitudes o convicciones concientes del paciente por las cuales puede suponer que el analista ya sabe anticipadamente lo necesario para solucionar todos sus problemas. En ciertas ocasiones, el paciente declara manifiestamente lo contrario, supone que el analista no sabe o no entiende lo que él está diciendo. Se trata de una posición estructural que anteriormente denominamos transfenoménica. Es el sujeto inconsciente que supone que el saber del inconsciente ya está todo producido en el lugar del analista, lo cual haría innecesario el procedimiento de la libre asociación. En rigor, este malentendido acerca de la ubicación del analista en el lugar de sujeto- supuesto-saber (el sujeto que sabe no es el mismo sujeto supuesto saber del inconsciente) sólo se vuelve manifiesta en una situación particular –cuando al comienzo del análisis desencadena una psicosis alucinatoria paranoica en la cual el paciente claramente piensa que el analista ya sabe todo lo que le va a decir. En otras palabras, le adivina el pensamiento, lo cual –en general- adquiere características persecutorias y torna especialmente difícil el análisis, sino imposible.
La demanda conciente tiene múltiples sentidos, generalmente demanda de amor, demanda de reconocimiento. Pero lo que el sujeto inconsciente busca estructuralmente es que, amando al analista, lo pondrá en el lugar de su Ideal del Yo y procurará constituirse él en el lugar del Yo Ideal. En la medida en que la identificación es buscada a través del hacerse amar, se torna amable por su Ideal del Yo, se cierra un círculo narcisístico que restaura una situación especular.
Según Lacan, no se trata, como muchos analistas no-lacanianos parecían entender, de poner al analista en el lugar del Superyó, porque el Superyó nada tiene que ver con la Ley, ni con las normas. No es la medida de la realidad. El Superyó es una instancia muy primaria que exige que el sujeto goce. Esta imposición es imposible y tiene mucho que ver con la Pulsión de Muerte. Lacan hace una distinción radical entre placer y goce. El placer es lo diferencial que se establece en el sujeto entre el goce, buscado como estado último de restauración total del narcisismo; y el placer, que es un simulacro o un sucedáneo del goce obtenido en relación al buscado.
El Superyó no es aquella instancia que exige del sujeto que triunfe sino que goce. Por ese motivo, el triunfo a menudo produce efectos paradójicos de culpa y displacer, en consecuencia del incumplimiento de los dictámenes arcaicos e incoherentes del Superyó.
Los analistas no-lacanianos, con excepción tal vez de Melanie Klein, habrían confundido el lugar del analista con el del Superyó, propiciando de diversas maneras la identificación del Yo con el Superyó y definido a esta identificación como cura. Esta situación es la antítesis de lo que Lacan definió como cura, que no es la introyección del analista y la identificación del paciente con este Superyó sino la intervención del deseo del analista, como deseo de ser prescindible, a tal punto que el analista se torne una especie de residuo, de deyección o resto de la operación psicoanalítica. Por eso, Lacan denomina a ese deseo: “deseo del analista”, que no es lo mismo que tornarse analista ni deseo de los analistas. Se trata de que es un deseo de no-dominio, de no-ser, deseo que adquiere, en este sentido, la dimensión del deseo de la muerte.
El sujeto habla a partir de la posición del Otro, Ideal del Yo, Amo de la Verdad para producir el mensaje del cual surge el significante: Ser amable y gobernado por el Otro. En otras palabras, el paciente trata de ser el phalus para el psicoanalista. Si el psicoanalista no tiene claro cuál es su lugar, si no tiene consolidado en sí el deseo de analizar, puede favorecer el deseo del paciente y así, producir un tipo de resultado en el cual el Superyó con el que el paciente lo ve identificado se haya “comido” al sujeto. Lacan, irónicamente, define a dichos análisis “canibalísticos”, provocados por una especie de abyección de la figura del analista. Lacan denomina a la transferencia como “la puesta en acto de la realidad del inconsciente”. La función del analista es la de “desmarcarse”, salir de ese lugar, destituirse, hacer justamente lo que no se espera de él. Para ello, debe adoptar una actitud de total ignorancia y así, lograr que el paciente salga del lugar del Yo Ideal, amable, que busca la identificación narcisística, imaginaria, especular con el ideal del yo amador o amante en que puso a su analista. El paciente se transformará en sujeto de su deseo para que pueda seguir demandando y asociando libremente, y para que este proceso no se interrumpa o se bloquee en una identificación. En otras palabras, el analista debe procurar no aceptar el lugar que Lacan denomina “objeto a” (léase “objeto pequeño a ”), que es el objeto desencadenante del deseo del paciente, sino operar maniobras que permitan “semblantearlo”, como él habla. O sea, escapar de la máscara por la cual el sujeto le atribuye esta condición. Si, por el contrario, el psicoanalista propicia la identificación de diversas maneras, ella puede capturarlo como totalidad o puede producir la “imitación”, por parte del paciente, de un trazo del analista, que Lacan denomina “trazo unario”, lo cual hace que con estas falsas curas se pueda reconocer a los analizados de cierto analista, pues, de una u otra forma, todos terminan por parecerse a él.
El concepto del deseo del analista no debe ser confundido con la contratransferencia. La contratransferencia, según Lacan, se reduce a la aparición, en la situación analítica, de todos los preconceptos e ignorancias del analista que lo llevan a encarnar exclusivamente ese lugar del Otro, del Amo de la Verdad, del Superyó, del objeto a, del amador del paciente y del modelo de identificación.
La situación psicoanalítica no está diseñada ni para la interpretación de la contratransferencia del analista, ni para que ésta sea usada como instrumento de la cura.

PREGUNTAS E INTERVENCIONES.

– ¿Cuál es el rol de la contratransferencia? ¿Está ausente? ¿No cumple ningún rol en el proceso de la cura?

Respuesta: Respecto a eso, Lacan dijo que es probable que alguna cosa como la contratransferencia acontezca durante el proceso analítico. Pero, el experimento psicoanalítico, la maquinaria psicoanalítica de la sesión no está diseñada ni para dar cuenta de la contratransferencia, no sirviendo para analizarla, ni para utilizarla como un instrumento con el fin de analizar al paciente. Si existe, si acontece en el proceso psicoanalítico, la contratransferencia es sólo registrada como la ignorancia del analista de los principios teóricos que rigen el dispositivo analítico. El desconocimiento del sentido de la función de analizar, lo cual hace que en el lugar de los principios el analista ponga sus preconceptos, sus opiniones, sus valores y hasta su cuerpo, su figura, alterando, obturando, su función de ocupar el lugar del sujeto-supuesto-saber y tornándolo el lugar del muerto, que le corresponde ocupar.
No es que esté ausente y no juegue un rol. Así como el instrumental psicoanalítico está diseñado, si el analista tiene claro en qué consiste su lugar y función, puede perfectamente controlar, gobernar, excluir estas ignorancias y preconceptos que son la forma en que aparece la contratransferencia dentro del proceso analítico. Esta posición es muy diferente de la que mencionaba Freud en sus artículos técnicos, cuando define la contratransferencia como transferencia recíproca. Estaría en desacuerdo con lo que afirma la Escuela kleiniana y la Escuela argentina, que dicen que la contratransferencia, claro está, es un fenómeno indeseable dentro del funcionamiento de la sesión, pero es un fenómeno aprovechable para el proceso de analizar.

– ¿Cuál es la relación entre la función paterna –concepto característico de la lectura lacaniana- y la función del analista?

Respuesta: Podemos responder a esto según los diversos momentos de la teoría lacaniana. Trataré de dar respuesta dentro de lo que me parece ser el momento más maduro. En realidad, la función paterna, el Nombre del Padre, su función como castrador simbólico, separador de la célula-madre-fálica-niño narcisística etc., no es equiparable a la función del analista. La función del analista tal vez pueda abrir un espacio dentro del sujeto para que éste procure alguna cosa o alguien que haga en él la función de registrar el nombre del padre, la metáfora paterna, la castración simbólica, etc. Pero no es el analista el que ocupa ese lugar, porque si lo hiciera distorsionaría de una manera u otra sus exigencias básicas –estar en el lugar del muerto, del sujeto-supuesto-saber-, y no lo desempeñará.

– Cuando Freud habla del estado de privación en que el paciente debe ser mantenido y Lacan se refiere a no atender a las demandas, a soportar el lugar del sujeto-supuesto-saber. El lugar del muerto, ¿está hablando de lo mismo? ¿cuál es la diferencia de la relectura respecto a eso?

Respuesta: La cuestión de la contribución, de la diferencia, es una problemática que afecta a todos y a cada uno de los conceptos lacanianos. No es fácil decir dónde está la diferencia, la novedad, la contribución. Hay quien afirma que la novedad y la diferencia son radicales y sustanciales. Hay quien afirma que, en la medida en que la relectura de Freud no tomó todo el Freud sino a un Freud peculiar, y rechaza al otro o lo corrige, no es imposible decir que el concepto freudiano adoptado es sustancialmente diferente del lacaniano. Es sólo más refinado, seleccionado, resaltado en su valor epistemológico dentro de la teoría. En este caso en particular, me parece (no estoy muy seguro) que la respuesta pasa por una diferencia compleja y sutil –como todas las cosas de Lacan- entre privación, castración y frustración.
Usted usó el término privación. Lacan relaciona esos tres términos con los famosos registros: real, imaginario y simbólico. Brevemente, la privación es del orden de lo real, la frustración es del orden de lo imaginario y la castración es del orden de lo simbólico, aunque existan otras combinaciones posibles.
Esto se complica más aún en un cuadro hecho por Lacan y que dejaremos momentáneamente de lado. En todo caso, el proceso analítico está destinado a producir castración en el sentido simbólico, es decir, autonomización del sujeto y desalienación del sujeto del Otro y, por otro lado, aceptación de la pérdida del Otro imaginario por el sujeto. En lenguaje lacaniano acostumbramos a decir aceptación del sujeto en dejar de ser el phalus del otro (separación) Recordemos que el sujeto se constituye en la dialéctica de dos operaciones: alienación-separación.
Pero los procesos relacionados con la cura, por ejemplo, reciben en Lacan el nombre específico de castración y son del orden de lo simbólico. Se puede reconocer o admitir que esta discriminación hecha por Lacan evita una serie de confusiones porque tanto en Freud como en la teoría psicoanalítica posterior, castración, privación y frustración se confunden permanentemente y no se ve la especificidad de cada uno de los términos. Por ejemplo, los psicoanalistas norteamericanos y los anglosajones hablan permanentemente de frustración. La frustración es el término que explica todo en materia de falta. Lacan dice que la frustración es frustración de amor, de la demanda de amor.
La frustración no se aplica al deseo, por ejemplo. No se aplica a la pulsión y no se aplica a la realidad, en el sentido de que no hay frustración de hambre.
Cada uno de los términos es aplicado a un impulso diferente, a un nivel diferente del requerimiento (de amor, de deseo y de necesidad), jugándose en registro diferente (simbólico, imaginario o real). El rol fundamental del analista es operar la castración en el registro de lo simbólico.

– ¿La cuestión del tiempo lógico en la teoría lacaniana a qué registro pertenece?

Respuesta: Trataré de responder de un modo sencillo a fin de hacerme entender (sólo que la teoría lacaniana no es demasiado entusiasta de la idea de que las personas entiendan… Se trata entonces, de un deseo mío). Lacan dice que en el registro que se tiene del discurso del Inconsciente por el cual el sujeto es hablado, cuando aparecen las formaciones del inconsciente, podemos decir que existe un instante de percibir, el momento de concluir y tiempo para comprender. Los tres no son la misma cosa. Ahí están implícitos varios asuntos, por ejemplo: que no se interpreta en base a feelings, como dicen los ingleses; que no se interpreta en base a lo que uno siente; y no se interpreta “precozmente”, como dicen los kleinianos: “Entró, lo vi y tuve la siguiente impresión…”
Según la concepción lacaniana la “creencia” y el “sentimentalismo” no aportan (creo que… siento que). Lacan dice que esto corresponde, en el mejor de los casos, a una actitud fenomenológica estilo Jaspers, en que la propuesta de entendimiento y explicación está dada por la simpatía o por la empatía, es decir, por la posibilidad de ponerse en el lugar del otro y sentir lo que el otro siente. Es así que comprendemos, explicamos e interpretamos. La idea lacaniana es totalmente diferente. El dispositivo, con la propuesta de libre asociación -decir todo lo que venga en mente-, da lugar a que el discurso inconsciente se manifieste. Sólo cuando el discurso del inconsciente se manifiesta como tal, a través de sus expresiones específicas, que son las formaciones del inconsciente, es que se tiene el denominado “material”, sin el cual no se puede trabajar. Existe el momento de percibirlo, en la emergencia de este elemento. Existe el momento de concluir y el tiempo posterior de entender, estableciendo la red de relaciones y conexiones simbólicas. Esto es ilustrado por Lacan en una especie de novela compleja, un juego que se hace entre presidiarios, en que cada uno debe “adivinar” el número del otro. Quien adivina el número del otro, puede quedar libre. Es una explicación bastante compleja en que existe el momento de percibir alguna cosa, el de entender su relación con otra y el de concluir y arriesgar la hipótesis: “Tu número es tal”, para poder obtener o no el beneficio de la libertad.
Otra implicación es que el tiempo, para los lacanianos es el tiempo del inconsciente, y debe ser tenido en cuenta porque opera como una interpretación.
Si los recursos habituales del analista son el uso del silencio y el uso de la palabra, no teniendo otras tácticas (el silencio de los lacanianos cumple el rol de disparador de la demanda, acelerador de la regresión): la intervención –a pesar de las características también peculiares- y la interpretación-construcción que conocemos en Freud, a lo que denominan puntuación.
El analista lacaniano dispone de otro recurso, que es el de corte de la sesión, su interrupción en el momento de concluir, en que el corte hace las veces de interpretación. Propicia, dicho en un lenguaje no lacaniano, ingenua e incorrecta, la continuación del proceso de “auto-análisis”.
Para comprender esto debemos tener en cuenta que el lacaniano insiste en que el centro, el protagonista del proceso analítico, es el analizando (que es el paciente) que, en rigor, se analiza a sí mismo, con la presencia o ausencia del analista. Así el corte en el momento de concluir hace las veces de una interpretación, acelerando la continuación del proceso “auto-analítico”.

– ¿Podría volver a la cuestión del goce y del placer?

Respuesta: Es un asunto complejo, que se podría responder a partir de la teoría pura, lo cual parecería no ser acertado porque fue sobre la teoría pura que hablé antes y no quedó claro. Entonces, trataremos de responder a partir de un Freud más familiar. En El Malestar en la Cultura hay un pasaje donde Freud dice que estamos habituados a buscar la felicidad como un estado. Sin embargo, sabemos que la felicidad es un contraste y no un estado. Lo que se percibe como felicidad es la eliminación de un sufrimiento o adquisición de cierto bien o placer. En los dos casos, la medida es el estado anterior y el subsiguiente, aunque Freud se quede extrañado ante los orientales, los yoguis, que parecen alcanzar el nirvana permanentemente. Los amigos de Freud, Thomas Mann y Romain Rolland hablaban de la obtención del nirvana por medio de técnicas orientales. Esto sería un estado de felicidad. A pesar de la multiplicación de academias de yoga, parece que no lo logramos… Buscamos un estado de felicidad pero, no obstante sabemos que la felicidad son momentos, midiéndose por contrastes. Así, tal vez se comprenda mejor el ansia de goce y la obtención de placer, que es lo diferencial que se da entre el goce buscado, definitivo, permanente, concluyente, y una cierta dosis que se obtiene y que valoramos después de haberla tenido. Es la famosa historia de lo que sucede después del orgasmo. Con humor, el sujeto “post-orgásmico” preguntaría: “Ah… ¿era esto? Estuvo bueno…”

– Le pido más aclaración respecto al problema de la articulación entre el deseo del analizando y la posición del analista de alguna forma relacionada con el deseo de muerte o de muerte del deseo.

Respuesta: Me parece que el deseo del analizando dentro de las limitaciones de la exposición, está más o menos claro. Es un deseo que insiste en la cadena significante, generando demandas de objetos –demandas que pueden ser calificadas diferentemente, según el momento teórico tratado-, de amor, de identificación, de reconocimiento, etc.
El analista debe funcionar en el lugar del muerto, soporte de transferencias, ofreciéndolo como objeto de transferencia, soporte del sujeto-supuesto-saber (y sólo soporte), no pudiendo desear, en cuanto desear significa demandar, y a su vez, accionar su deseo en busca de las mismas cosas. Los lacanianos hablan de un “deseo del analista” que no es lo mismo que el deseo de ser analista, que es un problema de vocación profesional, y cabe discutir si es lo mismo que deseo de los analistas, en la medida en que los lacanianos insisten en que hay muchos analistas que no comprenden cómo funciona la cosa. Sus deseos no son el deseo del analista. Son sus propios deseos, de la forma en que lo entiende el analizando. El deseo del analista es una función, un lugar estructural, igual o con el mismo estatuto del sujeto-supuesto-saber. No es el deseo de ser analistas o el deseo de los analistas… ¿En qué consiste el deseo del analista? De forma un tanto ingenua, incorrecta, podemos decir, que es el deseo de analizar pura y exclusivamente. El único deseo permitido al psicoanalista que se descompone en las cuestiones de identificación, no asumir el lugar del Ideal del Yo, no ofrecerse como alguien que amará y será amado. Se puede decir que este deseo, que no desea nada, ocupando el lugar que le corresponde, es un deseo de muerte, en cuanto renuncia a todas las expectativas de la realización de “ser” o “tener” en términos freudianos.

– ¿Y la cura?

Respuesta: Sabemos que el análisis es un proceso interminable, lo cual no quiere decir que no sea, eventualmente, suspendido. Además, necesariamente debe ser suspendido, lo cual no quiere decir terminado, pues es por definición un proceso interminable. En términos freudianos, lo que lleva a la repetición al servicio del principio de inercia o de la pulsión de muerte, a la repetición al servicio del principio del placer, que constituye en rigor la característica del deseo –insistir en la demanda- es el motor del psiquismo y que clínicamente reconocemos como transferencia. Curarse no significa extinguir esto. Significa que esto va a seguir sucediendo, va a seguir buscándose y construyéndose imaginarios fanstasmáticos que “satisfagan” al deseo. La cura consiste en que este proceso adquiera la capacidad de seguir haciéndose fluidamente, que el proceso no se detenga, rectificándose constantemente a partir de lo simbólico, atribuyéndole su condición de imaginario, de imposible, irrealizable e irrealizado. Así, se produce toda una transformación de la economía psíquica que prescinde de sus síntomas, actuaciones y todo lo que podríamos llamar “enfermedad”, dando un nuevo equilibrio al psiquismo, que no es eterno ni invariable, pudiendo en cualquier momento hacer nuevamente una regresión. Por esto Freud decía que no hay vacuna para la neurosis.
La idea lacaniana de cura coincide con cierta idea freudiana. No es la idea de alcanzar un estado último, permanente e invariable. No es la idea de una perfección. En cierto sentido, es justamente lo contrario. Es la idea de aprender a luchar con el deseo. Dejarlo hablar y conocerlo; descifrar los fantasmas y posibilitar que el proceso siga sucediendo libremente y no pretenda la “realización”.
La definición lacaniana de cura huye deliberadamente de todo lo que se considera normatividad. Es decir, en la versión lacaniana de la cura no hay ninguna norma de cómo debe ser el sujeto empíricamente después de curado. No hay ninguna referencia a trazos de la personalidad, a comportamientos sociales, a normas morales, etc. La definición está estrictamente relacionada con la definición que el lacanismo hace acerca de cómo funciona el sujeto.
Para concluir, digamos que, como en toda teoría sistemática, en la obra de Lacan la transferencia se define en relación a otros tres conceptos fundamentales de la disciplina: Pulsión, Inconsciente y Repetición.
La Pulsión, como su nombre lo indica, opera rítmicamente, es decir, la Pulsión pulsa. En cada pulsación, la Pulsión emite un impulso que va en busca de su objeto (alguna parte del cuerpo erógeno que quedó “desprendida” de ella). Pretende contornearlo para descargarse finalmente en la propia zona erógena de la cual partió, cerrando así un círculo que clausura transitoriamente su solución de continuidad.
El campo de las pulsiones es denominado lo Real y, según Lacan, su característica básica es la de ser imposible de realizarse. Lacan toma de Aristóteles dos modalidades: Tyché (causalidad contingente, imprevisible y desordenada) y Automaton (causalidad regular, previsible y ordenada). La Pulsión pulsa según tyché cuando los procesos, organizados según automaton, presentan una hendidura, una grieta). En su búsqueda de realización en el objeto, la Pulsión sólo encuentra la cadena significante, compuesta por las marcas de la ausencia del objeto.
Este encuentro es, en rigor, un desencuentro, o un encuentro fallido, que genera deslizamientos en la cadena significante (metonimia) que resultan en síntomas y formaciones del inconsciente (metáforas).
La reconstrucción interpretativa de ese proceso descifra una escena fantasmática en la cual la Pulsión se pseudo-realizó como deseo y esto fue expresado en una demanda. Es por eso que ese proceso está estructurado como un lenguaje, cuya realidad está constituida por esas sustituciones significantes, animadas por el Deseo y montadas como Fantasmas. A partir de ellos es que se puede situar al sujeto ocupando una posición en la estructura en relación a los objetos y al Campo del Otro.
Tal vez sea viable reconocer en este funcionamiento dos formas de repetición: la de lo Mismo (automaton), en cuya falla emerge lo Diferente (tyché). Entonces, según lo dicho, la transferencia se define como “la puesta en acto de la Realidad del Inconsciente”, bajo la forma de una repetición compleja que articula las dos modalidades mencionadas.
Lo Real como registro, también es definido como “lo que siempre vuelve a su lugar”, fórmula de difícil interpretación que tal vez deba ser entendida así: los efectos de la pulsación instantánea son inmediatamente recompuestos por los mecanismos e instancias, tales como el Yo, que restituyen el orden momentáneamente alterado. Parecería que se puede atribuir a esas operaciones la responsabilidad por el efecto resistencial de la transferencia. Lo que resiste es la coherencia del discurso.

Del libro “Cinco lições sobre a Transferência”, Editora Hucitec, Sao Paulo, 1996.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
Buenos Aires, 21 de abril de 2004

La Concepción Lacaniana de la Transferencia
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