La vida por Bleger

Conocí a Enrique Pichón Rivière en la sinuosa recta de sus últimos diecisiete años de vida, a través de mi supervisor, el Dr. José Bleger uno de sus discípulos más notables y de mi análisis personal con Marie (Mimí) Langer, pues Pichón era una persona muy ligada al pensamiento de Mimí.
Marie Langer era muy amiga de Goldenberg (vivían en el mismo edificio y cumplían años el mismo día (el 31 de agosto). Él le pidió encarecidamente que me tomara en terapia analítica, pero ella no tenía horas disponibles y me sugirió hacerlo con Racker, con quien llegué a hacer una entrevista y falleció. Entonces aproveché para realizar mi Psicoterapia Psicoanalítica Grupal, durante dos años (1959/60), en un grupo preformado integrado por los jóvenes encargados de área del Staff de Goldenberg en Lanús (Carlos Sluzki, Dora Romanos, Aurora Perez, Pablo Ulens, Marcelo Casarino, Lía Ricón, Harold Hammond, Gerardo Stein, Guida Kagel y yo). El psicoanalista del grupo era León Grimberg y el ciclo terminó en 1960. En el ínterin, y gracias a la gestión de una de las primeras y notable psicóloga de Lanús: Amalia Radaelli, me conecté con Thelma Recca y con José Bleger, para formarme con él y supervisar mi tarea hospitalaria y privada, individual, grupal, familiar, institucional, comunitaria. Con él aprendí la importancia del núcleo glischocárico y fue quien más me estimuló para que desarrollara mi teoría de los tres núcleos básicos de la personalidad (confusional, melancólico y esquizofrénico) y quien me suministró los primeros menúes para pesquisar autores del campo de las ciencias humanas, resonantes en lo social y en lo político que solidificaron mis bases profesionales y personales. Yo lo admiraba, era mi “ídolo juvenil”, mi tutor en Psicoanálisis Operativo. Bleger me sumó a la corriente de sus seguidores incondicionales entre los que me presentó a Armando Bauleo, por considerar que ambos podríamos unirnos en un saber y en un quehacer convergente (y así fue, durante muchos años) y él apoyarse en sus dos delfines para desarrollar su filosofía psicoanalítica de trabajo entre el Marxismo y el Psicoanálisis, entre la Universidad y el Hospital, entre la Psicoterapia, la Psicohigiene y la Psicología Institucional.
Por Bleger conocí a Fernando Ulloa, querido amigo y joven maestro (con él y con Chichú, su mujer, seguimos acompañándonos en la vida) que compartía con Bleger la actividad de desarrollar el Psicoanálisis en la facultad de Psicología, las simpatías hacia Marie Langer y la devoción hacia Pichón Rivière.
Por Bleger también conocí a Angel Fiasché, amigo, protector y consultor de mis casos más graves, que por aquellas épocas dirigía la coordinación docente de la Escuela de Pichón y se preparaba para vivir su experiencia migratoria en EEUU.
Por pedido de Bleger coordiné reuniones de Crisis Institucional en su Cátedra y me sugirió como coordinador para algunas reuniones de reflexión con el grupo de psicólogos que se preparaba a fundar el CIAP entre los que recuerdo: a Juan Carlos Volnovich y Silvia Wertheim, Estela Troya, Isabel y Tessy Calvo, Susana Balán y María Rosa Glasserman.
Con Bleger y Bauleo formamos un trío docente y viajero para trabajar juntos en la Universidad de Montevideo y desarrollar la teoría y técnica de los Grupos Operativos, dentro y fuera de la Universidad, formando operadores en el campo de la Salud Mental.
Yo los acerqué a la comisión de Medicina Social de la CGTA, alternativa a la Confederación de Trabajadores oficial y llamada la CGT de los argentinos. Fuimos muy cercanos a la familia de Bleger: Lili, su mujer, Dudi, su hija mayor y Leo, su hijo menor, que se acercó a nosotros siendo adolescente, cuando con mi mujer dirigíamos un Centro de Orientación Vocacional, y que fue mi ahijado en el exilio, compartiendo avatares familiares en París (donde se destaca como notable psicoanalista), en ocasiones junto a Marcelo Viñar (junto con Maren, queridos nómades uruguayos), en Madrid y en Buenos Aires hasta el día de hoy.
Bleger compartió “el grupo de los jueves” con todos nosotros: los que nos íbamos a ir de la APA. como movimiento Plataforma. Y cuando decidimos irnos, él se quedó partido entre su pertenencia incólume a la Institución y su grupo de correligionarios de su mismo nivel, su pares: Emilio Rodrigué, Marie Langer, los García Reinoso, Ulloa. Y de sus delfines, Bauleo y yo, sobretodo. Poco tiempo después su corazón se partió en un infarto que decidió por él, según decía Marie Langer, ya que su ausencia y la de Pichón en nuestra lista de renunciantes entristeció el brindis por la alegría y el entusiasmo de lo que estábamos gestando. Por mi parte, nunca sentí ni por Bleger y menos por Pichón (pionero gestor de la Institución Psicoanalítica Argentina), es decir “su” casa, la menor incomprensión por la decisión que ellos tomaron, aunque por supuesto me hubiera gustado que estuvieran con nosotros y no sé hasta qué punto su presencia hubiera sido valiosa para atravesar mejor los malestares que las crisis internas, por disidencias y poder, produjeron en Plataforma y que aún siguen dejando secuelas dolorosas.

Del libro de Hernán Kesselman, “La Psicoterapia Operativa” (dos volúmenes) I. “Crónicas de un psicoargonauta” y II. “El Goce Estético en el de Curar.”, Editorial Lumen-Hvmanitas, Buenos Aires 1999.

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