La vida por Mauricio Goldemberg

Trabajé desde 1957 hasta 1970 con Mauricio Goldenberg en el Primer Servicio de Psiquiatría en un Hospital General: el Policlínico “Gregorio Aráoz Alfaro”, de Lanús.
En esa época, “los que no sabían” trabajaban gratis, y “los que sabían”, firmaban y cobraban. Los más jóvenes e inexpertos éramos los que atendíamos a los pacientes psicóticos, a los más graves, a los que nadie quería tomar. Y los que tenían más experiencia habitualmente, no querían pacientes, ni enseñaban, cosa que se repite en esta época como acto paradojal, y es que en la trinchera del trabajo esté el que menos sabe, aunque eso también trae sus ventajas a los pacientes, ya que precisamente como no sabe demasiado, tiene esa luz, esa esperanza, esa mística por la curación, que va perdiendo, en general, con las canas, con el tiempo y los años. Y el amor, como los medicamentos, a veces cura; las ganas de curar, a veces curan.
Goldenberg apostó por estas ideas convocando a los “pibes de las divisiones inferiores” que se acercaron al club, y les dio tareas de responsabilidad desde el comienzo cobijándolos permanentemente con su supervisión y fomentando que los que iban adquiriendo experiencia se hicieran cargo de la guía para los nuevos jóvenes que llegaban, como maestros juveniles, que fuimos unos cuantos.
El fue mi primer Maestro y el más importante que tuve en el campo de la psiquiatría. La relación con él, con su familia, Isabel su mujer y sus hijos Isabelita, Hernán, Carlos y Liliana (con los que hasta nos fuimos juntos a Brasil en barco en nuestra luna de miel), con sus sobrinos y hermanas y cuñados y con el grupo que integramos los jóvenes delfines de su primer Staff, con el que fundamos el servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús (provincia de Buenos Aires), constituyó la matriz que permitió todos mis contactos iniciales y todos mis desarrollos posteriores en este campo. Lo quise y lo quiero como mi padre sustituto, fue mi padrino de casamiento (mi hijo se llama Martín Mauricio en su honor) y creo que le di muchas alegrías y alguna vez sufrimientos, como los suelen dar los hijos amados: con exabruptos rebeldes.
Conformamos el primer Staff de Mauricio Goldenberg en Lanús: Lía Ricón (Internación y Docencia), Hernán Kesselman (Internación y Docencia), Carlos Sluzki (Investigación), Dora Romanos (Adolescentes), Aurora Perez (Niños), Gerardo Stein (Grupos), Valentín Baremblitt (Interconsulta), Octavio Fernández Moujan (Adolescentes), Vicente Galli (Consultorios Externos), por orden (aproximado) de aparición en el Servicio.
En el Servicio de Goldenberg, fui encargado de Docencia y fundador de la Escuela de Practicantes y Residentes de Psiquiatría en los Hospitales Generales y en el Hospital Neuropsiquiátrico. Trabajé con psicóticos, dirigí una Sala de Internación de psicóticos en Lanús. Me acostumbré a trabajar con ese lenguaje. Poco a poco me di cuenta de que el lenguaje que hablaban los psicóticos no era tan distinto al que se hablaba afuera. Inclusive me empecé a dar cuenta de que había más locos en la calle, afuera, que adentro, que algunos estaban adentro por ciertas situaciones de la vida, pero que había mucha gente exitosa, que su locura era premiada y otros que por su locura eran castigados, los electroshockeaban, les ponían chalecos de fuerza (físicos y/o químicos), se los encerraba, se les hacía comas insulínicos (recordemos a Artaud, el primer antipsiquiatra).
Las ideas socialistas y liberales y el gusto por lo humano, los mamé de Mauricio Goldenberg, un modelo de ecuanimidad, un modelo de vida equilibrada al que yo aspiraba porque realmente desde que era chico quise ser siempre un ‘buen chico’, aunque algo dentro de mí tiraba sacrílegamente para otro lado. Ese fue un modelo que seguí durante un buen tiempo y acentuado en la práctica privada, con la ayuda de mi supervisor, José Bleger, que estaba al lado de Pichón Rivière. Hice toda la carrera de psicoanalista y terminé como miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Me fui de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) en una apertura de movimiento, con otro grupo de psicoanalistas: Plataforma, movimiento que fundamos en Roma con Armando Bauleo en 1968, disidente en lo científico y en lo político de los psicoanalistas y de sus instituciones ‘ortodoxas’, no del Psicoanálisis; trabajé como Consultor Psicológico en Pedagogía Médica en la Organización Mundial de la Salud (OMS) donde conocí el Psicodrama colateralmente gracias a Edward Bridge y luego inicié la relación con Eduardo “Tato” Pavlovsky, mi amigo del alma y maestro de Psicodrama Analítico, que fue un gran motor para que yo pudiera estimularme a seguir trabajando en técnicas de acción y Psicodrama. Me especialicé en la OMS en técnicas de acción y grupos, léase Psicodrama, juegos infantiles para adultos, que es lo que más me interesa, bajo la idea de que el adulto, como el niño, se puede curar y puede aprender jugando.
Varios equipos me ayudaron en mis investigaciones en Lanús a lo largo del tiempo. En los primeros años, un equipo me auxilió para investigar en Psicofarmacología (Tofranil). Más tarde otro equipo me acompañó para estudiar medios auxiliares para la exploración de la dinámica de constitución y desarrollo de pequeños grupos con el “Test de las bolitas” ideado por Raúl Usandivaras, quien a su vez supervisó nuestro trabajo.
Por esa época creamos con Susana Kesselman el Centro de Orientación Vocacional (COV) para adolescentes del último año del bachillerato con seguimiento en el primer año de su camino en la Universidad (para la ratificación, rectificación o las nuevas elecciones de nuestros coordinados). En este Centro convocamos como colaboradores a Marta Maglio, Medalla Araujo, Elena Smulovitz, Irene Dab y Julio Gárgano y pasaron, durante más de 10 años, por este Centro, muchos de los hijos de colegas y amigos. Jóvenes con los que nos fuimos y nos vamos encontrando a lo largo de la vida.
Los más conspicuos informantes claves de cada profesión, que eran amigos personales, que me nutrían con los alimentos de sus especialidades, fueron invitados al COV para informar y debatir con los adolescentes y a algunos de ellos los invité también a participar en la constitución de un equipo Interdisciplinario de Ciencias Sociales, materia que introduje en la formación de la Escuela de Residentes que fundé y dirigí en Lanús, dentro del Departamento de Docencia del Servicio, para que dictaran clases regulares para los residentes e integrarse a los proyectos de investigación cruzada con otros departamentos del Servicio. Configuramos un team de “primera división”: en Sociología, Gabriel del Olmo y Susana Kesselman; en Antropología, Eduardo Menéndez; en lingüística, Luis Prieto; en Filosofía y Epistemología, León Rozitchner; en Pedagogía: Jorge Fasce,; en Psicología, Sally Schneider, que entre otros constituían mi equipo asesor del Departamento de Docencia. Con ellos estaba proyectando un plan desde el Hospital General a la Psiquiatría Comunitaria, para trabajar en la villas de emergencia y barrios circundantes del Hospital. Pero este proyecto era incompatible con el que ya se había delineado con Viola Bernard, una de las más progresistas profesoras norteamericas, que era catedrática de Psiquiatría Social de la Columbia University de Nueva York y que había sido invitada recientemente por Goldenberg al Servicio.
Como el Departamento de Residentes a mi cargo debía ocupar un papel hegemónico en el proyecto y el subsidio ya había sido acordado, consulté con mi equipo y decidimos presentar la renuncia (1971), para que Goldenberg pudiera disponer libremente de esa asignación, hecho que permitió delegar el subsidio a un ex residente de Lanús, Tuncho Lubchansky, que, a instancias de Goldenberg, se había ido a formar en el `62 con la Dra. Bernard en Nueva York y que al retornar a la Argentina formó un Departamento de Psiquiatría Social en el que desplegó el trabajo en Psiquiatría Comunitaria en Lanús.
En Argentina, al igual que en toda América Latina, en ese tiempo hubo debates históricos para reivindicar la ciencia comprometida, cuestionar el papel de los subsidios de las Fundaciones americanas y del Plan Kennedy de “la Guerra contra la Pobreza” con sus técnicas de control social. Hoy por hoy estos argumentos que en otros tiempos habíamos defendido serían indefendibles. Y si en esa época, esos argumentos significaban una actitud drástica para enfrentar el problema, hoy directamente sería descabellado y anacrónico plantearlos, ya que por el contrario daríamos gracias al cielo de que alguien se dignara a poner unos dólares para subsidiar una investigación hospitalaria, comunitaria en la Argentina.
Y aunque dejé de ir a mi querido Hospital de Lanús, siguiendo otros caminos, siempre lo tuve a Mauricio y a mis compañeros como referencia identitaria, al punto que a la hora de elegir un Profesor Adjunto para encargarse del Departamento de Graduados para la Cátedra de Psicología Médica, que yo titulaba interinamente en la Facultad de Medicina, elegí a Valentín Baremblit, y como colaboradores a Héctor Fiorini y a otros lanusinos, que llevaban, como yo, tatuada en la piel la camiseta de Lanús, para acompañarme en la patriada del Hospital de Clínicas de Buenos Aires, donde pretendí implemetar las mejores ideas desarrolladas en Lanús.
Más tarde, con el exilio de ambos, el acercamiento con Mauricio volvió a ser muy estrecho. Organicé en mi casa de Madrid una reunión para juntar a todos los lanusinos que andaban por el mundo, y que llamamos jocosamente “Lanús al Este”. Invité a Goldenberg a mi escuela de Madrid para un Seminario de Síndromes Psiquiátricos Básicos, abierto a todo el ambiente “psi” de esos años y luego nos fuimos a veranear a un hotel de La Coruña, cerca de mis amigos Mari y Alberto Vázquez, que aún los recuerdan con el amor que supe transmitirles. .Ese amor por los Goldenberg que se renueva cada año y que se reconforta con cada una de sus visitas a Buenos Aires (para los homenajes que se le rinden o para ver a familiares), adonde sabemos que ya no pueden volver, pero … cómo nos gustaría.
También supervisé, en mi era Lanús (era que duró más de 10 años), entre otras psicopedagogas, a Betty Kovensky, Narda Cherkasky y Ro Langer, en el tema que bauticé como Psicopedagogía Clínica y que más tarde sería materia oficial de las Carreras de Psicología y Pedagogía. Asimismo desarrollé un cuerpo teórico sobre este tema con Blanca Tarnopolsky, que supervisaba conmigo (y a cuyo hijo, exiliado en París, sentí como ahijado, cuando trabajó conmigo en los talleres de creatividad que coordiné en esa ciudad). De igual modo, la Pedagogía Médica, como entrenamiento de profesionales, sigue siendo especialmente atractiva para mis investigaciones actuales.

Del libro de Hernán Kesselman, “La Psicoterapia Operativa” (dos volúmenes) I. “Crónicas de un psicoargonauta” y II. “El Goce Estético en el de Curar.”, Editorial Lumen-Hvmanitas, Buenos Aires 1999.

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