La vida por Pichón Rivière

Pichón, a diferencia de Goldenberg, era una especie de bohemio, de padre satírico, diablo geminiano, hombre de la noche, con mucha calle, con mucha vida, que había sufrido mucho, que había gozado tanto como había sufrido, que no se compadecía de sí mismo porque sentía que valía la pena lo que había sufrido por todo lo que había gozado; que enseñaba no sólo en las aulas, sino también en las cervecerías, comiendo juntos una pizza (“el club del estaño”, como él le llamaba), que decía que más que en el consultorio, se aprende en la calle, en las canchas de fútbol, en el grupo familiar, donde está la gente, en el café, ahí se aprende la Psicología Social; que decía que el lenguaje académico es interesante pero deforma cuando forma. Yo lo conocía como una figura mítica que había diferenciado las oligotimias de las oligofrenias, que junto a psicoanalistas como Bleger, Ulloa, Liberman, mi otro supervisor en la APA y Rola, había hecho recientemente la “experiencia Rosario”, para difundir en forma intensiva su teoría de los Grupos Operativos. Experiencia fundacional de la que no participé personalmente, pero que sentía como propia y él era, junto conmigo, Goldenberg y otros pocos, uno de los becarios conductores que experimentó en el Neuropsiquiátrico la droga que yo investigué en Lanús como becario para los laboratorios Geygy, la Imipramina (Tofranil), antes que fuera lanzada para su suministro autorizado en hospitales y en privado. Cuando me enteré que él se la suministraba no sólo a los pacientes asistidos por su depresión, sino simultáneamente a todos los integrantes del grupo familiar (ya que decía que la enfermedad es grupal, pero su portavoz – paciente identificado – es un integrante especializado de la familia, por lo general), me deslumbró con esa experiencia inaudita. Así que pude conocerlo de cerca , por primera vez comiendo “accidentalmente” a su lado, en una cena de trabajo de los equipos investigadores. En algún momento él me preguntó : – ¿Y vos, pibe: cómo te llamás, quién sos, qué hacés?. Yo le dije quien era y que trabajaba con Goldenberg en Lanús. – Si, bueno – me dijo – ¿pero con qué corriente de la psiquiatría y de la psicología te identificás?. Le contesté con orgullo y pretensión de deslumbrarlo : – yo soy ecléctico. -¿Cómo ecléctico? – me volvió a preguntar. Yo le dije :- sí, ecléctico entre la Fenomenología y el Psicoanálisis. Me miró sonriendo tristemente y me dijo con sorna feroz : – ¡pobre! ¡pobre pibe ! ¿vos sabés qué purga describe el Dante para los que en vida han sido eclécticos? – me volvió a preguntar. – No – respondí. Y me dijo : – el castigo de correr toda la eternidad detrás de una bandera sin poder llegar a alcanzarla nunca!… Y yo sentí que en ese momento se relativizaban todas mis certezas, todos mis logros, todos mis privilegios tan ardua y tempranamente conseguidos.
Y ese contacto con Pichonfue para mí importante, porque así nomás como lo conocí, ya lo seguí. Yo venía de ser un ‘buen chico’ progresista, moderado, ecléctico y cambié de modelo. Lo seguí despacito por las noches por donde anduviera: por las librerías, los cafés, las reuniones, las charlas y tertulias, los momentos de estudio y soledad, que es donde a veces se encuentra el hombre ; la política, el compromiso social. Pichonfue un pensador socrático, un marxista peripatético y, como buen bohemio, su lucidez no se agotaba en el momento en que empezaba a escribir. Algunos dicen que Pichonno escribió mucho y no es cierto, escribió numerosos artículos y tres libros. Lo que pasa es que sus ideas iban más rápido que su puño y que su letra y su autocrítica feroz y su autoironía le indicaban que lo que iba a escribir ya era pasado y ya era criticable por él mismo. Pero sembró ideas como semillas al viento para los destinatarios que tuvieron el privilegio de escucharlo. Y eso hizo que realmente haya muchos psicoanalistas argentinos – y de otros lugares del mundo – que no tengan un libro publicado, cuyo germen, cuya idea fundamental, no haya sido suministrada gratuita y generosamente por PichonRivière. Pichonhabló en la calle y en la tertulia, transmitió de boca a boca ese pensamiento que está inscripto en la mayoría de la gente que ha escrito libros en nuestro país y en otros países, sobre el concepto de Grupo Operativo, de Vínculo e Interacción que trajo Pichona la Psicología Social. La Revista que co-fundé en Madrid en 1976: ‘Clínica y Análisis Grupal’, no tiene un solo número que no lo mencione central o colateralmente. Así desarrollé el Psicodrama Operativo, producto de un trabajo continuado por muchos años con Pavlovsky y Frydlewsky, y en el que las ideas de Pichon(“la vivencia estética permite el pasaje de los siniestro a lo maravilloso) han confluido con las del Psicodrama trayendo a éste una nueva configuración.
Luego de marcharse Fiasché, y tras algunas crisis personales serias y quebrantamientos en la salud de Pichón, formamos con Bauleo, Bleger y Ulloa un equipo para reflotar la solidez de la Escuela, único fortín de Enrique. Como Bleger y Ulloa estaban absorbidos por sus cátedras en las carreras de Psicología, Clínica Racker y otras tareas institucionales intra y extra APA, Bauleo y yo encabezamos el movimiento soporte de la Escuela de Pichón, ayudados por los antes mencionados y hasta en alguna ocasión, por la negra Aberastury, Rolla, García Reynoso, López, Liendo, Teper, Taragano y otros. Con Bauleo y Ana Quiroga realizamos junto a Enrique su gira por Londres, París, Venecia y Roma, que sería su despedida y que recordé cuando le escribí la carta desde el exilio en Madrid para el homenaje que en 1977, en el Teatro Payró, le hizo la intelectualidad “con y sin calle” el día que cumplió setenta años, en un acto que los que resistían heroicamente en el insilio titularon: “Al troesma con cariño”. Carta que reproduzco en esta publicación.

Carta a PichonRivière desde Madrid, con motivo de su cumpleaños número 70…
(H. Kesselman, en revista El Portavoz y en revista Clínica y Análisis Grupal Nº 5, Madrid, Julio/Agosto 1977, páginas 122-127.)

Poco días antes de la muerte de Enrique PichonRivière, toda la intelectualidad argentina se reúne en un teatro para festejar los setenta años en un acto que se llamó “Al troesma con cariño”, en el que se proyectó un film de los años 20, de Charles Chaplin; se cantaron canciones folklóricas, tangos de Discépolo inéditos y que Pichontenía en su poder; en que el psicoanalista argentino Eduardo Pavlovsky representó un fragmento de su obra “Telarañas”; en el que Bernardo Ezequiel Koremblit hizo sostener a Pichonun diálogo imaginario con Antonín Artaud, paseando por la calle Corrientes, y en el que se leyó la carta que transcribo a continuación.

Querido Enrique:
Luisito (Frydlevsky) me avisó que se organizaba un homenaje para tus setenta años y me sugirió que te escribiese una carta, un par de notas, algo rápido que tenía que llegar antes del 27 para poder estar presente junto a tus otros discípulos en esa celebración. Y qué mejor que hacer de cuenta que hoy es uno de esos días que me escapaba del consultorio para verte, para contarte mis proyectos, para discutir juntos sobre fútbol, sobre ciencia, sobre todo. Entonces me vienen algunas imágenes de los primeros tiempos, cuando íbamos en el auto con José (Bleger) al Neuropsiquiátrico, con Fernando (Ulloa) y bajábamos a tomar una grapa, antes de entrar, porque hacía frío y no porque temblábamos de angustia, como decían las malas lenguas.
De la noche que Ana (Quiroga), el gordo (Bauleo) y yo transpirábamos como locos, cuando en París VII, en la Rue de Lille Nº5, le leías a Lacan y a sus discípulos tu proyecto para una “Escuela de Psicología Social”, mientras buscabas, con la punta de tu piesecito, el zapato que se te había perdido debajo de la mesa y que te tenía más preocupado que todo lo estabas diciendo.
De cuando abrías la puerta de tu consulta y le decías al grupo familiar que te estaba esperando en la sala: que pase el que pueda…
De cuando te tomabas las cervezas en los bares del aeropuerto, un minuto antes de salir el avión y te ibas sin pagar, dejando estupefactos a los camareros, mientras decías con gestos que no tenías cambio y que el avión se iba y te alejabas haciéndonos un guiño picaresco.
De cuando te empeñaste en hablar en francés durante toda nuestra estadía en Londres sabiendo que eso es lo que menos soportan los ingleses (sobre todo los taxistas], y continuaste haciendo la putada de prometernos que nos compensarías en París haciéndonos de guía, porque vos eras el único que sabia hablar bien el francés y no se te pudo sacar una sola palabra que no fuera en castellano (y en lunfardo para peor) hasta que salimos de Orly.
De cuando te dormías mientras estabas hablando en plena conferencia hasta inundarnos de toses y de angustias como si fueras un tenor al que le sale un gallo en el escenario y justo cuando estabamos por reventar abrías los ojos, decías dos verdades grandes como una casa y nos hacías sentir a todos despiertos, pero tontos.
De cuando Marta (Lazzarini) te entregó tu diploma de Primer Torero de la Psicología.
De cuando Bion tuvo que reconocer delante de toda la Asociación Psicoanalítica Argentina, que eras vos y no el, quien había sido el primer adelantado en el pensamiento de la psicología grupal y operativa.
De cuando fui a verte desde Pinamar a Villa Gesell, aquel verano del 76 en el que fuimos de visita con Susy y los chicos y yo te dije que estaba angustiado, paralizado y te pregunte qué tenía que hacer para salir de eso y me dijiste: trabajar, crear, es la única tarea que te puede sacar, y lo hice y salí… en todos los sentidos.
De cuando coordiné con Marquitos (Bernstein) el último laboratorio social, en la casa de Susy (Bag), para coordinadores de la escuela, y me dijiste que vos también querías hacerlo como cualquier otro participante. Y me pediste que lo coordinara, que te ibas a portar bien. Y te divertiste de lo lindo representándote a ti mismo a la hora del psicodrama y jugaste al fútbol como el Toti Veglio, cuando jugamos todos con la pelota de papel y saboteaste todo lo que se te dio la gana cuando, a la hora de hacer las evaluaciones finales, te pusiste a leer ese poema tuyo en francés que habla sobre la muerte.
En fin, que te extraño mucho, que sepas que estoy bien, que me siento un pedazo tuyo y de la Escuela aquí en España. Que me siento orgulloso de ser tu amigo, tu discípulo y me despido con las mismas palabras que te dije el día que cerré el acto de tu ultimo homenaje en Buenos Aires:
—¡Arriba Enrique, querido, viejo y peludo!
Hernán, Madrid, 20 de junio de 1977

RITORNELO TROILEANO para la apertura del festejo que celebró en Buenos Aires, en abril del ´98, el 31º aniversario de la creación de la Primera Escuela Privada de Psicología Social, fundada por Enrique PichonRiviére.

LA VIDA POR PICHÓN
Mi maestro Pichonera así …
nocturno y lunar como mi barrio.
Bueno … yo no sé si era así …
pero yo me lo acuerdo así.
Un Jean Gabin surrealista y pintón
del tercer mundo.

Un psicochef marxista
que ordenó en lunfardo
los platos del menú
de nuestra vida cotidiana.

Un conde reo y finoli hasta en las malas,
quizás por jugar a ser un pariente lejano de Ducasse,
con una voz de pipa entre los dientes
barriendo el reflector de su mirada intensa.
Con un ojo en París y otro en Buenos Aires
como todo dandy intelectual de aquellos tiempos.

Sembrando cultura en cátedra de estaños
con pupitres mesitas de bar
marrón oscuro
de tanta grapa, tanto grupo
tanto café y tanto tabaco.

Que construía púlpitos estéticos
para poder hacer el amor en los altares
porque sabía que el sacrilegio
de la invención
sólo es posible en el entre
de lo que se debe hacer y no se debe

Y que nos enseñó que la purga dantesca
para los eclécticos que temen implicarse
es correr
detrás de una bandera
sin poder alcanzarla nunca
eternamente …

Y que al abrir la puerta
al grupo familiar que lo esperaba
para que pase el que pueda …
abrió la Psicología Social
que por su culpa -y como lo dijo Freud-
fue Social desde el principio de los tiempos.

En la segunda mitad de los ´60
Él me nombró docente de su Escuela
y me llevó (lo llevamos) junto con Ana y con el Gordo
en su último viaje por Europa
que fue, para nosotros, un premio de viaje de egresados.

Amante infatigable de la literatura, la pintura
y los deportes
que eran materias obligatorias del currículum,
igual que los kilómetros de biblioteca,
de sábana y de calle,
requeridos para recibirse de
observador/coordinador idóneo
en el escenario de la vida
y del grupo operativo

Y en el ´76, como un seudopodio de su plasma
me fui a España
donde, para seguir la tradición mosaica
y como todos sus discípulos primeros,
no pude abrir una Escuela con su nombre
hasta un tiempo prudente, después de haberse muerto.

Y allí fundé una escuelita, por las noches
en un jardín de infantes parecido
al que dejé en Arenales, casualmente
adaptando activamente a la realidad española
las clases de su Escuela
que me mandaban -con el dulce de leche y con la yerba-
Ana Quiroga y Martha Lazzarini, gracias
a Mary y Miguel Gila que fueron puente aéreo
generoso y valientes mensajeros.

Y en el ´86 al retornar, continué con la Psicoterapia Operativa,
un devenir de su ECRO en mi experiencia.
Porque Él inventó un ECRO tan abierto y tan heterogéneo
tan desprovisto de racismo
que gente muy diversa se arroga el derecho de saber
qué quiso decir realmente, qué no dijo, qué diría hoy …
Y sin embargo, más allá
de las disidencias y rencores
a los pichonianos todavía nos conecta
un tic familiar de clan extenso
cuando nos quieren decir
que “ya no corre más”,
que “no es moderno”,
que “ya fue”…
Y a esos les replicamos desde el alma:
Pero ¿cuándo se fue? ¿cuándo? Si siempre está volviendo !!!

Hernán Kesselman

Del libro de Hernán Kesselman, “La Psicoterapia Operativa” (dos volúmenes) I. “Crónicas de un psicoargonauta” y II. “El Goce Estético en el de Curar.”, Editorial Lumen-Hvmanitas, Buenos Aires 1999.

La vida por Pichón Rivière
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