A la búsqueda de una biopolítica del hombro

Volver sobre mis pasos en la Biopolítica
Desde hace unos años estoy trabajando de diferentes maneras el concepto de Biopolítica, con la idea de cuán privilegiado es nuestro lugar de trabajo para hacer algunas observaciones en el marco de lo que Foucault denominó de este modo y que luego fue retomado por otros autores.

Desde que Foucault enunció el tema de la Biopolítica y del Biopoder han variado algunas maneras de pensarla, pero la palabra sigue designando lo que él quiso designar.
En una de sus clases del College de France, él dice al respecto:
“Ahora bien, todo esto comenzó a ser descubierto en el Siglo XVIII. …La relación de poder con el sujeto, o mejor con el individuo no debe ser simplemente esta forma de sujeción que le permite al poder quitarle al sujeto bienes, riquezas y eventualmente su cuerpo y su sangre, sino que el poder debe ejercerse sobre los individuos en tanto que ellos constituyen una entidad biológica que debe ser tomada en consideración, si queremos precisamente utilizar esta población como máquina para producir, para producir riquezas, bienes, para producir otros individuos. El descubrimiento de la población es al mismo tiempo el descubrimiento del individuo y del cuerpo adiestrable, el otro núcleo tecnológico en torno al cual los procedimientos políticos de Occidente se han transformado”.

Este concepto que me ha llevado a indagar nuestra realidad cotidiana fundamentalmente como persona que vive en un mundo que presenta muchas caras, pero también como terapeuta corporal, eutonista, que además de observar cuerpos, de tocarlos, de ayudarlos a mejorar su calidad de vida, de acompañarlos en algunos infortunios, debe ver a través de ellos, de reflexionar sobre las condiciones de existencia, sobre el modo como esos cuerpos son utilizados en las sociedades de hoy, con todas sus variantes.

Por estos lugares que nos abre la Biopolítca deberíamos circular con más asiduidad los terapeutas corporales. Descubriríamos tal vez que muchas de las problemáticas que nos parecen propias de una persona, nos atraviesan por ser miembros de una sociedad, nos competen como población y deben ser encaradas desde ese lugar sin perder de vista la singularidades que expresan.
En el estrés singular que cada persona presenta a través de su corporeidad, rescatar el modo en el que el medioambiente se ha convertido en estresor, por dar un ejemplo muy cercano y muy de nuestros días. Probablemente descubriríamos así que el estrés es una defensa útil frente a la apropiación de los cuerpos que hacen los medios de comunicación con sus mensajes terroríficos, los organismos múltiples que proliferan y dicen preocuparse de la salud física y mental poblacional. Incluso las familias, en su propio seno, no están exentas de convertirse ellas mismas en estresares de la salud de sus miembros.

En la actualidad, quienes reflexionamos sobre estos temas, decimos, inspirados en el pensamiento de Foucault, que la sociedad ya no necesita de la represión como sistema de control poblacional, aunque no hay que descartarlo, ahora controla a través del miedo. Hijos de la política del “no te metás” han conseguido enjaularnos en los propios cuerpos, pensando que nuestra salvación, nuestra salud, pasa por esta manera de comportarnos, de aislarnos. De este modo, y sin desvalorizar los consejos útiles que se dan ante las distintas plagas que estamos padeciendo por la mutación de los virus que afectan al planeta, “juntarse” se puede si es negocio, por ejemplo en canchas de fútbol, recitales, actos masivos de la política, pero si no es por las conveniencias de la economía o la política, parece que es un riesgo serio para la salud, para la vida.

Sensaciones que son reflexiones
Los que van siguiendo mis notas, habrán observado que estoy intentando focalizar el tema de la Biopolítica en partes del cuerpo que considero más propicias a estas consideraciones. Lo expuse en una nota anterior, a través de mi experiencia como testigo “no protegida”, que tuvo que ofrecer su “espalda” a las miradas de gentes que no eran precisamente protectoras, y también utilicé mi “fractura del quinto metatarsiano” y otros temas específicamente corporales, para ponerle letra a mis sensaciones y reflexiones en la materia.
De este modo, y con igual objetivo, me puse en movimiento para rescatar al hombro como un blanco posible de las maniobras de la Biopolítica.

Desde hace un tiempo vengo observando que han aumentado las consultas por dolores, localizados en los hombros, una parte del cuerpo que considero está muy expuesta a los excesos de la vida cotidiana. Siempre es allí, en la vida cotidiana, en las costumbres de un ama de casa, de las abuelas que levantan a sus nietos, en los modos de trabajo de cualquier empleada o empleado de oficina, en quienes deben utilizar computadoras a diario y ya han convertido sus manos en un mouse o en un celular. No suelen ser las situaciones extraordinarias las causantes de algunos males, sino la repetición mecánica, automática de costumbres, la desconexión con los mensajes que el cuerpo nos envía y que permitirían detectar algunos males y modificar conductas antes que se hagan patológicas, etc. Me refiero a lo que depende del usuario de su cuerpo.
Aún en condiciones extremas, en trabajos totalmente insalubres, como imagino lo son el del minero, por ejemplo, tal vez sea posible encontrar un atajo que permita hacerle una trampita al vigilador de turno.

Por lo general, se levantan pesos más allá de lo conveniente, se realizan tareas que repiten movimientos y cronifican patologías, se toleran dolores hasta límites que luego hacen difíciles algunas medidas.
Hay trabajos –la medicina laboral da muchos ejemplos- que son especialmente exigentes para los hombros. Basta con ver a los chicos de los supermercados levantando pesos que no son adecuados a la edad, ni a una vida saludable, para que nuestros cuerpos de observadores sensibles se sientan afectados. Con sólo detenernos a mirar a estos chicos, poniendo cajas y canastas en los carros que usan para los traslados, y luego sacándolas y cargándolas en ascensores o subiéndolas por escaleras, estoy segura de que alguna sensación “non grata” nos punzaría.
Aunque estos chicos lleven los cinturones de cuero que les ponen, y no a todos, para atemperar la influencia de los pesos en sus cuerpos, en sus columna, les suelen dar los cinturones sin instruirlos sobre sus usos y las mejores posturas, las más convenientes para levantar esos pesos que levantan.
Por un lado, intentan proteger las columnas, pero luego los brazos, los hombros, que por supuesto intervienen en esta alzada de peso incongruente no son tenidos en cuenta.

Una búsqueda que tuvo sus peripecias
Muñida de estos estímulos me lancé a la búsqueda acerca de qué nos dice Foucault sobre los hombros. Me preguntaba si él había observado alguna cuestión en particular en esta parte del cuerpo que motiva mi reflexión.
Sí, efectivamente. Él habla de castigos corporales, de torturas que afectan a los hombros.
La frase que va a continuación es del libro “Vigilar y Castigar”:
“En unas cuantas décadas ha desaparecido el cuerpo supliciado, descuartizado, marcado simbólicamente en el rostro o en el hombro, expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo. Ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la represión penal.”
He aquí la mención de los hombros, me digo y sigo la búsqueda.

No me conformo y sigo mi búsqueda. De pronto, en el artículo de un escritor chileno, Jorge Munguía Espitia -no lo conozco y no puedo detectar la fuente- encuentro una frase que me permite hilar más fino:

“A lo largo de su vida Foucault buscó descifrar el aforismo planteado por Nietzsche: ‘El enigma que debe resolver el hombro sólo se puede resolver siendo, siendo lo que se es y no otra cosa’. Para lograr ser lo que era emprendió una crítica de la cultura. El estudio de los pensadores radicales y el análisis histórico que realizó lo llevó al acierto de que el hombre había sido determinado por la sociedad, a través de las costumbres, ideas, representaciones, imágenes, que lo adecuaban para la vida con los otros… pero que negaban su intimidad. Así, se estaba frente a un sujeto reprimido e insatisfecho. La sumisión se lograba por medio de las instituciones que tenían la función de controlar y vigilar. Cualquier actitud contraria a lo establecido como moral o correcto era sancionada.”

Toda la semana le daba vueltas a la frase: El enigma que debe resolver el hombro…”
Me parecía estar recibiendo un mensaje profundo. Pensé que si Foucault hubiera trabajado su cuerpo a través de la eutonía o de alguna otra práctica corporal, tal vez tendría algunas respuestas al enigma. Me fui machacando con otros pensamientos por el estilo.
Cada vez que la frase emergía a mi cabeza, mientras tocaba un cuerpo, mientras daba las consignas de una clase, mientas escribía en la computadora, o realizaba cualquier otra actividad, me daba cuenta de que mis hombros no estaban siendo lo que eran. Estaban haciendo esfuerzos innecesarios para sostenerse de un modo que no había registrado antes.

Yo, a la frase la entendía, desde el cuerpo. Ser lo que se es era lo contrario de ser lo que no se es. Quizás de aparentar, de querer mostrar “algo”, ya sea con una elevación de los hombros o con un bajón de los mismos.

Comienzo a buscar, como corresponde, en los aforismos de Nietzsche, para localizar a éste de la incógnita y por fin lo encuentro: Ante mi sorpresa veo que el artículo que yo había leído traía un error de imprenta. El cambio de una letra, una “o” que era una “e”. Es decir que lo que donde decía hombro, debería decir hombre.
La cuestión, además de divertida, me pareció un mensaje que debía descifrar. Mi enigma ahora era el del hombro, el de la frase no dicha, y que sin embargo había producido un efecto tan beneficioso en mis propios hombros.

A la búsqueda de una biopolítica del hombro
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