(…)” El loco te cuenta
historias extrañas
como recompensa
por escuchar sus males
y no se da cuenta/ que
sus hazañas
si uno las festeja
pasan a ser reales”
Fragmento de la Retirada del año 2000 de la Murga “Contrafarsa”.
Letra de Álvaro García
La construcción de la esencia psíquica
El origen de las llamadas psicoterapias hay que rastrearlo a partir de las circunstancias históricas y políticas que subyacen y condicionan a diversas concepciones filosóficas propias de la llamada modernidad y del romanticismo victoriano. Como productos de esas circunstancias, las psicoterapias en general no pueden dejar de ser consideradas como dispositivos de tratamiento médico-símiles que apuntan, con objetivos curativos o correctores, a una supuesta esencia psíquica subjetiva.
En efecto, el tratamiento psicoterapéutico clásico requiere apoyarse en por lo menos dos supuestos para justificar su práctica:
1. que el sujeto es distinto de los objetos y que ambos están ubicados en un espacio o entorno que los contiene y separa al mismo tiempo.
2. Que el sujeto posee una esencia psíquica, y que ella es pasible de enfermarse, o sea de desviarse de la norma. A esa sustancia abstracta, esencial y profunda, consolidada a partir de determinado momento más o menos precoz del desarrollo infantil, podemos llamarle, alma, psique, estructura de personalidad, o incluso aparato psíquico. Esa supuesta esencia ha recibido estas distintas denominaciones según las épocas y circunstancias. Ella se ubicaría vagamente en un lugar “interior” de un sujeto, y sería más o menos independiente y constante en su funcionamiento y expresiones, aunque con el tiempo no haya habido mas remedio que admitir que responde también a las circunstancias “externas” e incluso materiales que la rodean. Esta esencia se consolida sanamente o no (lo que permite establecer taxonomías “psicopatológicas”), en el transcurso de un proceso o desarrollo, paralelo pero no idéntico al biológico, siguiendo ciertas pautas y normas que involucran a la familia y a la sociedad
La psicoterapia, cualquiera fuera su modelo y metodología, apuntó, clásicamente, a intervenir directa o indirectamente sobre dicha esencia.
El racionalismo científico necesitó no sólo de la existencia de un sujeto separado y de un entorno exterior a él, sino de la permanencia de una esencia interior sobre la que fuera posible operar: interioridad psíquica de un sujeto, así sujetado doblemente, y exterioridad de complejos sistemas sociopolíticos, culturales y económicos, también separados entre sí.
Los aparatos de poder y las maquinarias capitalísticas que promueven a estas producciones quedaron bien disimulados detrás de una ilusión realista y positivista que aparenta responder a la vieja aspiración escolástica de la adecuación entre el intelecto y la cosa.
Multiplicidad, levedad, superficies.
Nuestra propuesta invita a considerar la posibilidad de que la llamada “realidad psíquica” no responda a ninguno de esos dos supuestos sobre los que se apoyó el racionalismo cientificista.
Con respecto al primero podemos pensar que el sujeto y el objeto no están separados, no responden a ninguna dualidad, sino que son el producto de las estriaciones de un campo que a su vez, y al mismo tiempo, produce un espacio que ya no tiene ningún sentido considerarlo exterior, puesto que no hay nada que pueda considerarse interior. Sujeto y objeto, espacios internos y externos, continentes y contenidos, psique y soma : solamente pliegues, productos de acoplamientos maquínicos en los que no tiene sentido la distinción adentro-afuera; planos de consistencia variable manifestándose en un espacio liso que sólo va a sedentarizar categorías fijas según convenga a los intereses de los aparatos de poder. No tendría sentido atribuir entonces la producción psíquica a fijas y universales condiciones estructuradas individualmente, porque, a poco que uno se detenga, comprueba que, en realidad, remite a agenciamientos colectivos.
Obviamente, el segundo presupuesto deja de tener sentido en la medida en que negamos la existencia de un sujeto separado.
Al decir de Deleuze, lo que podemos considerar inconsciente es máquina productora de sentidos, que no puede reducirse a una única expresión, ni remite a una estructura (p.ej. el Edipo), y siempre implica a un colectivo. El inconsciente no condiciona ni crea, es creado para producir sentido y su expresión no es únicamente verbal sino también corporal y, por lo tanto, dramática.
Por amor al arte
Desde nuestra perspectiva, cuando jugamos una escena de teatro espontáneo-psicodrama, no estamos tratando de mostrarle ni enseñarle nada al relator-protagonista. No pensamos que haya algo “latente” o subyacente a la escena que el director deba descubrir y mostrar al protagonista para que éste haga “insight”. Porque tampoco creemos en la existencia de algo inconsciente que precede y condiciona la escena, determinando sus vicisitudes. El terapeuta no está facultado para mostrarle nada al paciente simplemente porque no hay nada para mostrar. Todo lo que aparezca será creado en ese único acontecimiento, irrepetible momento-encuentro-vínculo. La noción de la existencia de algo que precede y condiciona nuestras acciones impregna frecuentemente nuestra forma de pensar porque nuestra cultura se basó en la creencia de la realidad dualista y de las relaciones causa-efecto, y en concepciones físico-metafísicas que decretaron, sin discusión posible, la existencia universal de causas condicionantes absolutas, ocultas a los ojos de los no iniciados-especialistas. (Podemos incluir en la lista desde las creencias y conocimientos obtenidos a partir de experiencias místicas y extáticas hasta los basados en leyes científicas con pretensiones unívocas y de universalidad. El recorrido pasa, por supuesto, por todas las afirmaciones universalistas relacionadas con el Edipo, la castración, el incesto, etc).
Parece lícito pensar entonces que puede considerarse psicoterapéutica a cualquier instancia de co-creación que sea capaz de promover un movimiento en el sentido del goce de los implicados. Este acontecimiento creativo remueve las rigideces del entramado sociohistórico y político desde una postura estética, pues promueve el devenir de lo siniestro a lo maravilloso, y ética, porque cuestiona todo compromiso con los aparatos de poder así como toda sujeción promovida por la tristeza y el desánimo. Una actividad es psicoterapéutica si facilita la producción de sentidos mediante el devenir creativo de los más variados recursos personales y grupales. Y en este sentido también la consideramos artística.
La llamada psicoterapia debe ser una obra abierta de creación conjunta, única e irrepetible, cuyo proceso y devenir, al facilitar la libertad del goce estético común, habilita acciones que tienen significación en la vida de los que participan.
El Teatro de Multiplicación: entre el teatro espontáneo y la multiplicación dramática
Cuando la creación dramática fuerza los límites de la escena y de sus actores hasta desbordar las individualidades espacio-corporales se produce una alteración del orden. Cuando se desterritorializa el espacio y el escenario deviene corporalidad y el cuerpo es atravesado por multiplicidad de escenarios de diferentes intensidades, se altera el orden que nos impone la presencia de espacios cercados y privatizados, exteriores e interiores al individuo, como depósitos de “bienes” capitalizables. En la multiplicidad de la creación dramática colectiva la escena deja de ser el lugar de contemplación del capital de valor estético acumulable, el lugar predestinado para que actores-personajes re-presenten dramas paradojalmente inmovilizados por los límites que impone el escenario privado.
Este “teatro” (llámese teatro espontáneo, multiplicación dramática o incluso psicodrama) es terapéutico sólo en el sentido en que promueve una estética y una ética que fomentan la colectivización de diferentes escenarios y es capaz de agenciarse de la pública posibilidad creativa. Queda claro, en cambio, que no consideramos terapéutica la capitalización del sufrimiento privatizado, ni la consultoría monacal propiciatoria de acumulaciones individuales de sufrimientos públicos.
El hecho de que el grupo o la comunidad recree colectiva y espontáneamente las escenas de su cotidianeidad inmediata le permite agenciarse de aspectos de esa cotidianeidad que permanecen, de lo contrario, inaccesibles e invisibles.
Por ejemplo:
En una actividad de teatro espontáneo realizada en una dependencia universitaria, a partir de una escena de violencia callejera, el grupo se agencia del discurso de un connotado político, para resonar luego en escenas de sobrevivencia ciudadana. Terminan descubriendo la violencia de la comunidad de su propio instituido en el rechazo que reciben, de parte de otros alumnos y docentes, cuando desterritorializan el espacio escénico original y salen todos a bailar en silencio en el patio de la Facultad.
Para que exista un acto de micropolítica revolucionaria tiene que existir un descentramiento, la ruptura de un orden, una desterritorialización y el agenciamiento de espacios que enfrentan a los dispositivos de poder con sus propias contradicciones y debilidades.
Tanto el teatro espontáneo como la multiplicación dramática pueden gestionar agenciamientos que se desarrollan en los bordes de los sistemas, provocando flujos e intensidades de afectaciones que se deslizan en superficies continuas. La radical diferencia promovida por la irrupción de estos acontecimientos no profundiza un movimiento político, ni pretende establecer un nuevo paradigma, pero llega a poner en jaque a lo instituido al poner en funcionamiento dispositivos que Deleuze y Guattari llaman “máquinas de guerra”.
La importancia que otorgamos a la posibilidad de producción de micropolíticas comunitarias se relaciona con la noción de resistencia. Sin pretender introducirnos en el terreno de la psicología política, recordaremos solamente que muchos especialistas coinciden en afirmar que la posibilidad de resistir el avance de (y la destrucción producida por) la llamada globalización del capital, pasa por la capacidad social de producir múltiples acciones colectivas puntuales y específicas que tienen un alto contenido creativo. También es sabido que los mecanismos de sometimiento que utilizan los dispositivos de poder se sirven de la tristeza, del descreimiento y del desánimo. La alegría de la creación colectiva, la recuperación del goce de la mutua afectación grupal, las variaciones de ritmos e intensidades de flujos que se relacionan con los agenciamientos múltiples del deseo que siempre es colectivo, tienen el valor de actos de micropolítica auténticamente revolucionarios.
El presente artículo forma parte del libro “Por amor al arte”, que será publicado en breve por la Editorial Lumen de Bs.As.