Prólogo al libro “Psicología Clínica Pichoniana”

Este prólogo más que la descripción anticipada del texto, cuya sorpresa reservo al lector, pretende abrirle a este lector un lugar para compartir algunos conceptos que, en calidad de practicante de una Psicoterapia Operativa, fui desarrollando en mi práctica clínica durante los últimos cuarenta y cinco años y que los autores han venido a buscar para intercambiar en encuentros periódicos que he realizado con cada uno por separado.
Conozco a los autores, a través de nuestro amor en común hacia el Gran Maestro de la Psicología Social, Enrique Pichon Rivière.
Por Ana Quiroga y Martha Lazzarini entré en contacto con Fernando Fabris, quien en 1987 me hizo una entrevista sobre temas de psicología social a mi regreso después de once años de exilio en España.
Él integró, durante las primeras épocas, grupos de estudio e investigación (en Psicopatología Vincular, Escenas Temidas del Coordinador de Grupos, Multiplicación Dramática y Psicoterapia Operativa) a mi cargo.
Recientemente hemos vuelto a tomar contacto trabajando en la supervisión de casos clínicos de pacientes en psicoterapia con el objeto de ir pesquisando los conceptos que definirían a una clínica pichoniana. Supervisiones personales a las que se sumó María Dolores Galiñanes (Loly) en días alternos a los que compartimos con Fernando.
Es decir, que por una parte he ido leyendo y comentando con los autores la mayoría de los artículos presentados en este libro; y por otra, hemos discutido conceptos, abordajes, invenciones, intervenciones operativas posibles, realizadas con pacientes de Rosario y de Buenos Aires.
Loly me remite a mis resonancias juveniles (a mis pagos de origen) ya que yo también soy santafecino, y Fernando a mis expresiones musicales, ya que ambos somos músicos por vocación. Quizás por ello, con Loly me traslado en un ECRO nómade hasta Rosario sin moverme. Y con Fernando, estudiamos la posibilidad de escribir las músicas de los vínculos terapéuticos en ritornelos sonoros (con notas de pentagrama incluidas) ya que los ritornelos posturales, gestuales, pictóricos los estudiamos en relación con todos los pacientes y entre nosotros mismos.

Los autores plantean un Trípode para la clínica pichoniana centrado en el sujeto, la situación y la conducta. Y también, una concepción de mundo interno y de vínculo que definen como operativa una intervención en psicología social.
Conmigo, las concepciones de mundo interno las repasan en un Trípode de mestizaje deleuziano, antropofágico y cartográfico, uno de cuyos polos es la psicopatología vincular que abarca tanto a pacientes como a terapeutas. Porque intentar desarrollar una clínica pichoniana requiere actualizar las evoluciones de los hallazgos de Pichon, por un lado; y por otro, registrar los devenires que el ECRO Abierto pichoniano ha permitido disponer los acontecimientos que atraviesan cada histórico social, situacional, en la producción de subjetividad singular y colectiva. Así también en España e Inglaterra, los conceptos de Resonancia Vincular que aprendí trabajando como grupoanalista.
El arte, la literatura, la poesía se objetivan en un mundo interno capaz de ser representado espacialmente, dramáticamente y corporizado en personajes posibles a los que llamo Disposibles, siguiendo el estímulo que produjo en mí Fernando Pessoa, el poeta portugués que había leído en mi adolescencia pero que me consonó ahora en toda la potencialidad de su característica fundamental como escritor: la heteronimia.
Heterónimo fue el término elegido por Pessoa para designar a distintos personajes, biografías, estilos con los que fue enmascarando su ortónimo (su propio nombre). Para “otrarse”, hacerse otro, desde esa capacidad histeroneurasténica que él mismo decía que tenía. Y lo hace para diferenciarlo de la palabra “seudónimo” que sería el firmar con otro/s nombre/s para no ser reconocido como la misma persona, que usan algunos autores.
Los denomino Disposibles, síntesis de disposición, de posibilidad diferente, de estar en acto biográfico, y sus conexiones y relaciones desarrollados en mi práctica asistencial, de investigación y de docencia, al igual que en mi vida cotidiana hasta hacer de ellos una forma de sentir, actuar, de pensar y comunicarse. Cómo se impusieron sin que los llamara. Cómo influyó no sólo para transitar mi cotidianeidad personal sino también para proponérsela a los integrantes de mi entorno profesional, como herramienta y como ventana para la revisión de todos los esquemas referenciales, con los que operaba en el campo del estudio de las cartografías y taxonomías del comportamiento humano. Es la proposición de un procedimiento optimista para jugar a vivir varias vidas sin tener que morir varias muertes. En ocasiones, hemos jugado a esto con los autores.
En la década del ’60 reinterrogué a los paradigmas que dominaban la psiquiatría manicomial, desde mi práctica hospitalaria en Lanús, con Mauricio Goldenberg; junto al impacto de las enseñanzas de José Bleger, de Pichon Riviére, y mi formación psicoanalítica con Marie Langer y Emilio Rodrigué que desembocó en Plataforma (Roma 1969), corriente contestaria al Psicoanálisis tradicional de aquella época, con la búsqueda de un Psicoanálisis abierto. En la psicología vincular, el estudio de la psicopatología y de la psicofarmacología vincular, que incluían lo personal del curador (cuidador) ya que para ser curador hay que conocer y reconocer al herido que todos llevamos dentro. Si la psicología es vincular, la psicopatología también lo es.
El trabajo hospitalario y la práctica privada de la psiquiatría y psicoterapia clínica, tanto bipersonal como multiplersonal, se hicieron factibles para mí sobre todo por la adopción de marcas conceptuales que Enrique Pichon Riviere planteó desde lo que llamó El Cono Invertido en la Espiral Dialéctica de la tarea vincular. Los distintos grados de afiliación y pertenencia que rastreábamos en los trabajos institucionales y comunitarios desarrollaban el comienzo de la investigación de lo social que ya no estaba solamente circunscripto a lo que pasaba en la calle, fuera de los consultorios y de las instituciones psiquiátricas. También comprendí la utilidad de evaluar estos elementos del ECRO pichoniano: Pertenencia, Cooperación, Pertinencia, Aprendizaje, Comunicación y Telé, como factores del Cono que pude revisar supervisando, durante mi exilio, terapeutas en otras culturas (España, Suecia, Inglaterra, Francia, Italia, Francia, Italia, etc.) y no sólo en Madrid, donde fundé en 1978 la filial española de la Escuela de Pichon de Buenos Aires y el G.A.O.: Grupo Análisis Operativo, allí con Juan Campos intentamos una experiencia epistemológica Condivergente de un diálogo posible entre S.H. Foulkes –padre del Grupoanálisis- y Enrique Pichon Rivière desarrollando sobre todo el concepto de Foulkes sobre Resonancia, que practicamos también con los autores de este libro, en nuestros encuentros de supervisión clínica.
Ellos han recogido el testimonio para que se pueda seguir desarrollando la presencia de Pichon Rivière en la psicología clínica y para que los lectores y quienes se acerquen a esta corriente se animen para seguir aportando a esta teoría y a esta técnica, que no fue, que no es y que no será carrada porque con aportes está siempre siendo.
En la clínica pichoniana actual situamos (diagnóstico situacional) cada caso a investigar en sus núcleos de base que, respondiendo a las ansiedades de predominio denominé: confusional, melancólico y esquizofrénico. Su articulación en el plano real (visible invisible) con los cuerpos y fantasmas de sus dolencias, con los caleidoscopios que integran al coordinador y al terapeuta, interrogando al ojo que los mira y al oído que las escucha. Los problemas sociales que aquejan a nuestro país conectados con problemas consonantes y resonantes de otros países del Cono Sur pero con las característica que con Loly y con Fernando podemos comentar al iniciar la pre-tarea sobre la cotidianeidad que se da en nuestros encuentros periódicos. Así, los efectos deletéreos de la globalización (laborales, educacionales, sanitarios, etc.) que contribuyen a incorporarse al panorama de inseguridad e incertidumbre social que nos convierte a terapeutas y pacientes en actores y observadores del pánico que atraviesa a todos los sectores y de las reacciones resilientes para adaptase activamente. Adaptación activa que sigue siendo uno de los pilares de la clínica pichoniana y objeto de debate con los autores de este libro; quienes, a su vez, abren a diagnósticos tan en boga como la depresión y el trastorno de pánico para compartirlos con el lector, y a los que agregamos los diagnósticos de la psicopatología vincular (transferencia y contratransferencia) para configurar un diagnóstico estructural como guía para la programación de la cura; y un diagnóstico metafórico que bautiza los efectos de la producción maquínica de subjetividad, naciente en la máquina clínica.
Hemos tenido que revisar las históricas concepciones de Cooperación y Saboteo para cada caso y cada situación que hemos discutido en las supervisiones, al igual que los malentendidos básicos y secretos de la comunicación, los obstáculos epistemológicos y epistemofílicos que capturan a terapeutas y pacientes, y los avatares de la Telé en las actitudes de los actores del campo escénico de la clínica que observamos. En nuestros diálogos vamos progresando desde la supervisión a la covisión. Transformando la supervisión más en un encuentro de covisiones donde mutuamente aprendemos a aprender y aprendemos a enseñarnos para prevenirnos de las perversiones que suele portar las transmisiones conceptuales del saber instituido que, al cerrar y dar poder al mismo tiempo que forman, deforman.
La Pertinencia de las intervenciones y las interpretaciones de las metas clínicas también las vamos discutiendo en función del gran contexto de lo universal que atraviesa cada fractal de lo particular, dándole a cada acción analizada una multiplicidad de accesos y una multiplicidad de abordajes. Como marca la la antropofagia cultural por la que nada de lo humano nos es ajeno: no importa que las entradas sean muchas sino que las salidas sean plurales. Lo que hace bien, es bueno. Lo diferente (nacional y/o extranjero) nos enriquece cuando devoramos de fuentes heterogéneas para desovar en intervenciones clínicas adaptadas activamente a lo local.
En estos sentidos Pichon fue un gran adelantado en el Río de la Plata, tanto para la antropofagia cultural como para la cartografía situacional, ya que a los hallazgos de la medicina, la psiquiatría y el psicoanálisis, integró sacrílegamente los que provenían del Surrealismo en el campo del arte, de la literatura y de la filosofía con los del Deporte y la Política, en todos los campos sociales a los que se asomó para ejercer su observación.
Un verdadero elogio del mestizaje policompetente, para ejercer con idoneidad la psicología clínica.
Yo celebro la aparición de estos textos a ser completados por los lectores de la experiencia que estos autores pretenden compartir. Y espero con ilusión sus próximas publicaciones y la de otros autores estimulados por estas lecturas.

Buenos Aires, 27 de septiembre de 2004.
Dr. Hernán Kesselman
Médico psiquiatra. Psicoanalista. Psicodramatista. Psicólogo Social

Las escenas temidas en nosotros, los psicoanalistas, pudieron compartirse con otros en la medida que pudieron corporizarse en escenas dramáticas y transitar la via reggia de la di-versión. El sentido del humor permitió jugar con nuestros temores más sencillamente que si los clasificábamos como unidades patológicas (fobias, hipocondrías, obsesiones, persecuciones, depresiones, confusiones, etc.)
Las lecturas de Deleuze y Guattari y la clínica antropofágica propuesta por el tropicalismo brasileño, abrieron los axiomas rígidos de la psicología dominante y estimularon la invención desde el esquizoanálisis y la Obra Abierta de Umberto Eco, lo cual nos llevó a Pavlovsky y a mí a concebir evoluciones y prácticas de la multiplicación dramática en todo terreno. Y en lugar de reducir interpretativamente, las desplegábamos por multiplicación resonante de y por los otros.
No obstante la aparición de variaciones sinfónicas en el campo de la psicopatología vincular, sentía que debía realizar un rodeo para su revisión.
Durante el camino me nutrí con alimentos provenientes del arte, la filosofía y la literatura. En este caso, 25 años después, jugando con los heterónimos.
Reflexionando irónicamente con las patologías que me capturan en soledad, empecé a bautizar con nombres propios a los personajes que me habitaban en mis peores y mejores estares (mis disposibles). Personajes que tenían vida y nombre propio. Convivían en un solo cuerpo. Podían independizarse y corporizarse. Allí comienzo a investigar con pasión el quehacer heteronímico de Fernando Pessoa. A él, los personajes se le imponen desde una escritura automática como si él mismo fuera un médium para que se expresen, muchas veces diciendo cosas que no piensa ni siente, escribiendo con estilos diferentes y habitándolos con biografías, fisonomías y caracterologías diferentes entre sí. A uno de ellos, el más joven y cerril, Alberto Caeiro, lo designa el maestro de su propio ortónimo y de sus heterónimos, especialmente de Ricardo Reis -su amigo poeta monárquico pagano- y de Álvaro de Campos -el apasionado triunfal, que firma sus propios poemas explosivos. El único libro que firma con su ortónimo es Mensagem. Hay semiheterónimos inclusive (porque son casi iguales a él pero un poco mutilados, como Bernardo Soares).
Desde la heteronimia, Pessoa se atrevió a vivir tantas vidas como “pessoas” (personas) escribían. En una disyunción inclusa, porque a los heterónimos asoció su propio ortónimo.
¿Acaso en la vida profesional no somos el conjunto de máscaras que se vinculan entre sí, con poses y gestos que van más allá del antifaz del rostro? Y esto vale para terapeutas y pacientes en cualquier continente en que se utilicen herramientas psicológicas. Yo les ofrezco jugar a bautizar sus disposibles.
De los tránsitos transculturales pueden surgir composiciones que transforman la nostalgia de las pérdidas en nuevas oportunidades de creación. Partido para siempre entre Argentina y España, por el exilio y el desexilio, comparto los privilegios que consuenan con Pessoa, esta esquizofrenia cultural de sabores, colores, recuerdos, olores, ritornelos. Probablemente, debe haber influido fuertemente en mi gusto por la heteronimia y el tema del doble que tanto fascinaron a Cortázar y Borges, como le sucedió a Octavio Paz, a Saramago y a Tabucchi. Antonio Tabucchi -escritor italiano, autor de la novela Sostiene Pereira y de Un baúl lleno de gente, entre otros- llegó a ser tan estudioso y apasionado por Pessoa que lo hace circular por sus novelas y lo llevó a adoptar Portugal como su segundo hogar, y a colocar a Pessoa como una sombra fantasmal que puede aparecer de pronto en cualquiera de sus narraciones o en sus recorridos por Lisboa. Deleuze y Guattari, son la presencia fértil de Pessoa en la obra filosófica (¿Qué es la Filosofía?) y les inspiran la concepción de “personajes conceptuales”: “El personaje conceptual no es el representante del filósofo, es incluso su contrario. Los personajes conceptuales son los ‘heterónimos’ del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero seudónimo de sus personajes”. Ellos hablan también de “figuras estéticas” que, a diferencia de los personajes conceptuales (potencia de conceptos) son potencias de afectos y perceptos.
José Gil, planteó una convergencia entre el pensamiento de Deleuze y el de Pessoa, y se atrevió a “sostener” que lo que a veces aparece explicitado en Deleuze, por ejemplo en Mil Mesetas, aclara e ilumina lo que pudo haber sido una rápida y simple anotación de Pessoa en El libro del desasosiego (Bernardo Soares).
La filosofía de Deleuze y Guattari y la poesía de Pessoa tienen un centro común: la multiplicidad. Por ello puede irse y venir una y otra vez de uno a otros autores.
Gil profetizaba una cartografía de la heteronimia que me anima a intentar construirla con mis colegas y pacientes.
Hay una “asamblea de cuerpos y almas” en la psicología del encuentro con que habitamos el espacio de la escena mostrativa, explorando el ballo in maschera pirandelliano en que un director busca los personajes que habitan a un protagonista que representa al profesional que prestó su script para descentrarse, desrostrizarse, en la covisión grupal. En esa búsqueda se indaga quiénes lo habitan antes y durante la entrevista, en qué heterónimo disponible o sea, en qué disposible se encuentran los actores hasta llegar a una mutua captura que se quiere abrir en el juego multiplicador. Hasta un tartamudeo escénico que habilita la multiplicación resonante de los otros para fabricar destiempos posibles, desterritorializaciones y se inventen multirrecursos futuros.
En este camino también me cruzo con Oliverio Girondo (Espantapájaros): “Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades…” Pessoa como Álvaro de Campos, nos revela en Passagem das horas el secreto de su multitud:
“Me he multiplicado para sentir/para sentirme/he debido sentirlo todo/estoy desbordado, no he hecho sin rebosarme/me he desnudado, me he dado/y en cada rincón de mi alma hay un altar a un dios diferente”.

Del libro “Psicología Clínica Pichoniana: una perspectiva vincular, social y operativa de la subjetividad”, Fernando Fabris y María Dolores Galiñanes, 2004

Prólogo al libro “Psicología Clínica Pichoniana”
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