Diez Mandamientos para un Psicoanálisis Trágico

Los mandamientos transcriptos abajo son un intento de expresar -bajo la forma de prescripciones- las directrices básicas para un psicoanálisis trágico, tal como lo he concebido y practicado, en los últimos años.
Sin embargo, a muchos puede parecerle extraño -si no aleatorio o incluso arbitrario- este intento de juntar psicoanálisis y tragedia, especialmente cuando elijo como interpretación privilegiada de lo trágico, la filosofía de Friedrich Nietzsche. Se podría preguntar cuál es el sentido de buscar resonancias entre una tradición eminentemente clínica, como el psicoanálisis -cuyas herramientas teóricas vienen siendo valoradas y transformadas por los impasses oriundos de la práctica, a lo largo de un siglo- y una filosofía polémica de fines de siglo XIX. Como también ponderar si esa elección no implica ya, de hecho, quitar potencia a ese cuidadoso trabajo de doble vertiente entre clínica y teoría, nutrido a lo largo de los años, por la intromisión de una filosofía y -lo que aún es peor- de una filosofía extraña al psicoanálisis.
No obstante, conforme ya dije en otra ocasión, esa supuesta exterioridad entre el pensamiento de Freud y el de Nietzsche es, como mínimo, controvertida. “Aún cuando los escritos de Nietzsche y los de Freud sean rigurosamente consecutivos, en el sentido cronológico del término, y los de Nietzsche ya hayan sido bastante difundidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, Paul-Laurent Assoun acepta la tesis de que Freud no había leído casi nada de Nietzsche, basándose en declaraciones del mismísimo creador del psicoanálisis [1]. Ronald Leher [2] afirma que existirían evidencias históricas de que Freud conocía los escritos más antiguos de Nietzsche y que, en 1908, habría discutido secciones de la Genealogía de la Moral y de Ecce Homo con miembros de la Sociedad de Psicoanálisis de Viena. Inclusive, llega a preguntarse, si las lecturas de Freud no hubiesen ido más lejos, dada la gran coincidencia entre las ideas básicas de ambos autores. De hecho, una deuda teórica de Freud para con Nietzsche es afirmada por psicoanalistas importantes como Ernest Jones y Didier Anzieu, Jones enfatizando la correspondencia entre el superyo freudiano y la formación de la mala-conciencia, descripta por Nietzsche; Anzieu diciendo que Nietzsche ya describió anteriormente la represión bajo el nombre de inhibición, el superyo y los sentimientos de culpa bajo la forma de resentimiento, mala-conciencia y falsa moralidad, además de haber anticipado otros varios procesos y conceptos”. [3]  El psicoanalista americano Daniel Chapelle va aún más lejos, al sugerir y desarrollar el argumento de que la noción nietzscheana del eterno-retorno sólo encuentra su fundamento real en la dinámica descripta por Freud como compulsión a la repetición, ya sea en el síntoma neurótico, ya sea en la transferencia. [4]  ¿Discutible? Por cierto, como todo lo que rodea esa supuesta relación entre los dos pensadores.
Otra vertiente, paralela a ésta, pero igualmente controvertida es la relación entre el psicoanálisis y arte trágico propiamente dicho. La referencia de Freud a Edipo Rey de Sófocles es conocida por todos, bien como toda la controversia que rodeó la noción de Complejo de Edipo, más recientemente, y convertirla en una noción muy poco trágica, principalmente por el nivel de reduccionismo interpretativo a la que se prestó, muy poco consonante con el espíritu trágico, cuya característica mayor es la tensión y ambigüedad de sentido. Pero, más allá de esta referencia directa, habría que considerar que el descentramiento del sujeto moderno operado por la noción psicoanalítica de inconsciente vino, de alguna forma, a recrear algo comparable a la fragilidad del héroe-trágico, eternamente dividido entre el êthos y la daímôn, el carácter y la potencia divina. [5] O sea, tal como el héroe-trágico que aparece, ora como agente -causa y fuente de sus actos- ora como alguien que es movido desde fuera, por una fuerza que lo sobrepasa y lo arrastra, también el hombre post-freudiano aprendió a reconocerse en una eterna tensión entre conciencia e inconsciente. Esta tensión y ambigüedad -que hacen oscilar al sujeto entre una identidad inconstante y la alteridad más radical- habían sido disimuladas por la filosofía platónica y así permaneció a lo largo de toda la modernidad. Fue Freud -siguiendo las huellas de Schopenhauer y de Nietzsche -quien las trajo a colación nuevamente.
Esas razones ya bastarían para justificar la decisión de buscar resonancias entre psicoanálisis y tragedia, de asumir, como intérprete privilegiado de lo trágico a la filosofía de Nietzsche. Entretanto, si en un primer momento ellas me motivaron a emprender esa tarea, es sin duda, la fecundidad de la propuesta en el ámbito de la práctica clínica la que me ha hecho proseguir en esa dirección. Percibo, cada vez más, cuánto hace potente y afianza las herramientas psicoanalíticas, posibilitando un más fácil acceso a las múltiples facetas, contradicciones y luchas internas que definen la subjetividad contemporánea.

Propuesta metodológica básica:
Respetar los respectivos campos de producción y de estudio (Psicoanálisis y Arte trágico), sin querer reducir uno al otro; buscar las resonancias mutuas entre los dos campos y, solamente a partir de allí, construir un tercero que articule y dé forma a esos cruces de sentidos. Utilizar a Freud y a Nietzsche como intérpretes privilegiados de los dos campos originarios incluyendo, también a otros autores que puedan enriquecerlos con su producción teórica (Ferenczi, Klein, Winnicott, Ogden, Vernant, Vidal-Naquet, Detienne, entre otros). De esa postura básica surge la construcción del psicoanálisis trágico y de sus mandamientos, descriptos abajo.

1o mandamiento:
Escuchar con el cuerpo entero. Si primordialmente el psicoanálisis se define como el arte de la escucha; la filosofía trágica, a su vez, nos enseña a escuchar dionisíacamente, a través de la intensificación de todos los sentidos corporales. Es necesario entonces, escuchar el discurso del analizando no sólo con los oídos, sino con el cuerpo entero, tal como se escucha música. “Cuando escucho una música, (…), si me abandono a sus encantos, soy literalmente invadido y poseído por sus sonidos y todo el torbellino de afectos y de imágenes que pululan en el mismo movimiento. (…) En aquel momento -que puede durar una eternidad- soy aquella música corporificada: ella habita mi cuerpo, fluye en mi sangre, pulsa en mis venas….”. [6] Sin embargo, eso no quiere decir que la escucha analítica no implique distanciamiento; justamente consiste en la paradoja de una implicación distanciada, comportando incluso clivajes funcionales en la personalidad del analista: una parte disponible para acoger y dar forma a las identificaciones proyectivas y desplazamientos transferenciales del analizando, otra distanciada y libre para que el vínculo necesario no impida el pensamiento y que se pueda procesar un análisis.
Un fragmento clínico, que usé recientemente en otro escrito, puede ilustrar aquello que quiero decir con la expresión: escuchar con el cuerpo entero. “María es una paciente que está en análisis conmigo aproximadamente desde hace dos años y medio. En la sesión en cuestión, ella me cuenta un sueño: está en una playa y, de repente, el mar invade la arena y la arrasta hacia adentro. Las olas son enormes, de agua barrosa, que ella asocia más con el río que con el mar, pero a pesar de eso, se trata del mar. Ella dice que lo más sorprendente es que al ser envuelta por aquellas bravías aguas se siente inmovilizada, se queda con miedo de ahogarse pero no se ahoga. El sueño termina ahí y las asociaciones de María no agregan mucho: sobre el mar, dice que sólo le gusta el mar y que, en vacaciones acostumbra buscar ciudades balnearias; sobre el río, cuenta que cuando era niña había un río de aguas barrosas en la ciudad del interior de São Paulo, donde vivía. Y las asociaciones finalizan ahí. El clima afectivo del relato es calmo, tranquilo, acompasado, en contraste con la temática del sueño. Yo la escucho, con los ojos cerrados, mientras toco una naranja de goma que tengo sobre la mesa. Al comienzo, durante algunas sesiones, acostumbraba a tocar esa naranja, como forma de hacer ejercicios con la mano; posteriormente, comencé a usar ese tacto como forma de expresar corporalmente, para mí mismo, el clima afectivo emergente. A lo largo del relato de María, sucede que soy invadido por sensaciones extrañas: una voluntad incontrolable de jugar con la naranja en la pared. Buceo en las sensaciones y me viene un inmenso odio, un ímpetu agresivo: voluntad de exprimir la naranja, lanzarla con toda mi fuerza a la pared. Con plena convicción sé que esos afectos no son míos, o mejor dicho, acontecen en mí, pero en un cuerpo prestado a la depositación transferencial. Entonces, resuelvo interpretar, diciéndole a María que es posible que su sueño hable de momentos en los cuales se ve invadida por mucho odio y agresividad, y que intenta reprimirlos, inmovilizarlos. Ella me escucha y se acuerda de otro sueño, olvidado, en el cual era atacada por un animal enorme, del tamaño de un león, una especie de monstruo, de dientes muy filosos. Y, en el momento en que era mordida, ella misma se convertía en ese animal. A partir de ahí, surge una agresividad reprimida, que María vive bajo la forma de dolores musculares, calambres”. [7]
Para poder realizar ese tipo de escucha, es necesario, como decía Nietzsche,… ”no tener dudas respecto a las sílabas rítmicamente decisivas, (…) prestar oídos sutiles y pacientes a todo staccato, todo rubato, atinar con el sentido de la secuencia de vocales y diptongos, y el modo rico y delicado con el que se puede colorear y variar de color en sucesión…”. [8] O sea, es necesario aprender a escuchar con el tercer oído, que es, eminentemente, un oído musical, dejándose atravesar por aquello que podríamos describir como la estructura rítmico-melódica del discurso, su fondo afectivo.

2o mandamiento
Lanzarse hacia lo invisible//indecible de la experiencia humana. Es necesario tomar como ejemplo a Edipo y sus transmutaciones, a través de las dos tragedias sofoclianas: Edipo-Rey y Edipo en Colono. Ciego a las fuerzas invisibles del destino durante toda la primera etapa de su vida (la de príncipe de Corintio y la de rey tebano), fue preciso que se arrancase los ojos para que, de la oscuridad aprendiese a considerarlas, saliendo de las meras evidencias, para transformarse en un vidente. Edipo ofuscado por lo visible, Edipo omnipotentemente clarividente, Edipo ciego por la luz y -en un segundo tiempo- Edipo sumergido en la sombra, Edipo humildemente guiado por Antígona, Edipo aprendiendo a leer lo invisiblel/indecible de la vida y convirtiéndose en un sabio. Trayectoria que tiene que ver con el proceso psicoanalítico, para empezar por el uso del diván (que suspende la visión ordinaria y sus marcos referenciales, creando un vacío potencializador) y por la forma de escucha (que procura captar los inter-dichos del discurso, lo indecible que el verbo comporta y articula). Posibilitar la apertura a lo invisible/indecible de la experiencia humana da acceso al gran extranjero, a la alteridad mayor que nos atraviesa y constituye. No importa si, como Nietzsche, la llamamos Dionisio o si, a partir de Freud, la denominamos inconsciente (pues, aunque estos conceptos no sean equivalentes, ellos ocupan lugares homólogos en las respectivas teorías). Lo importante, es que se trata del acceso al universo de los campos de fuerza en constante devenir, aquellos que -a través de sus luchas interminables- dan origen a nuestra subjetividad. Ese acceso despliega la experiencia humana del ámbito del mundo visible y directamente accesible del sentido común y de la conciencia hacia el de las dinámicas invisibles del inconsciente.

3o mandamiento
Acoger el dolor y el sufrimiento como partes integrantes de la vida, tanto como el placer y la alegría. “Lo más preciado que la cultura trágica nos enseña es la aceptación de la vida, en todos sus aspectos: desde el más claro hasta el más sombrío, del más placentero al más doloroso. A duras penas, el héroe trágico aprende la aceptación del destino como la única forma de poder trascenderlo”. [9] A su vez, el psicoanalista se forma para desarrollar su capacidad de acogida. Entonces, es necesario aprender a acoger el dolor y el sufrimiento del analizando (tanto como su placer y su alegría), sin querer disfrazarlos o minimizarlos. El psicoanálisis trágico exige cierta dosis de crueldad, una crueldad saludable, contraria a la piedad. Es necesario aprender con Wotan, el héroe trágico wagneriano (y sus transmutaciones, a través de los cuatro dramas-musicales que componen El Anillo de los Nibelungos) a afirmar el dolor como forma de afirmar la vida en toda su plenitud. [10] Toda vez que un analizando trata de escapar al dolor, por no soportarlo, termina produciendo disfraces a las cuestiones fundamentales que lo acosan, sea desplazándolas hacia otras menos importantes, sea tratando de seducir al analista a la piedad y a la complacencia. O, en la vertiente opuesta, anestesiándose y representando el papel del irreprochable, inquebrantable, invencible. No cabe ahí tratar de forzar un pasaje prematuro del dolor por la coraza defensiva: la paciencia es una de las grandes armas del psicoanálisis. Pero tampoco cabe dejarse seducir por el pedido de clemencia o por la indiferencia simulada. Es necesario aguardar que el dolor pueda hacerse experiencia viva. Respecto a eso, Nietzsche decía: “La disciplina del sufrir, del gran sufrir -¿acaso ustedes no saben que hasta ahora fue esa disciplina que creó toda la excelencia humana? La tensión del alma en la infelicidad, que le cultiva a la fuerza su temor al contemplar la gran ruina, a no soportar su inventiva y valentía, persistir, interpretar, utilizar la desventura, y lo que sólo le fue dado misteriosamente, profundidad, espíritu, máscara, astucia, grandeza -no le fue dado en medio del sufrimiento, bajo la disciplina del gran sufrimiento?” [11]
Pero, permitirse vivir y degustar los placeres de la vida es también una experiencia fundamental, que muchos analizandos necesitan desarrollar en el proceso psicoanalítico, aprendiendo a lidiar con la culpa generalmente asociada a ellos. A pesar de toda la liberación sexual de los años ‘70 y de la expansión de las pulsiones agresivas que le siguieron -o quizás por causa de ellos- el sentimiento de culpa y la mala conciencia son muy poco elaborados, escondidos y disfrazados en un pliegue cualquiera de nuestras almas, aquella que normalmente guarda las marcas de nuestra educación.

4o mandamiento
Interpretar los movimientos de construcción y de destrucción como partes del mismo devenir creador. Eso significa considerar la muerte como parte integrante de la vida o, en otros términos, que la vida está hecha de movimientos de muerte y renacimiento continuos y concomitantes (partes nuestras que mueren y otras que nacen, al mismo tiempo): Dionisio despedazado y eternamente renacido en cada uno de nosotros.
En ese sentido, es necesario mantener en constante crítica nuestra cristiana tendencia de siempre querer concertar la vida. Nunca sabemos si un casamiento o una profesión en crisis, de un analizando, necesitan ser reparados, transformados o meramente deshechos, en pos de su crecimiento psíquico. Tampoco él sabe, cuando nos viene a buscar. Es necesario, pues, mantener una distancia capaz de acoger los acontecimientos, sin tomar partido por ninguno de ellos, permitiendo que la vida sea absolutamente soberana en sus elecciones, ya sean de construcción o de destrucción. Más que eso, es necesario mapear los movimientos de construcción concomitantes a los de destrucción y viceversa, como las dos caras necesarias del mismo devenir.
Entretanto, acoger a los movimientos vitales de destrucción no significa, en hipótesis alguna, un trabajo destituido de ética. Una ética tiene por función, justamente, guiarnos en la distinción entre lo que es saludable y lo que es enfermizo. Las actividades de un torturador, por ejemplo, aunque merezcan tanto análisis como cualquier otra -no se justifican desde ninguna perspectiva humana. Cuando la destructividad tiene que ser ejercida sobre otros –salvo en situaciones de autodefensa- eso generalmente es señal de identificaciones proyectivas de cuño psicótico: alguien es culpabilizado e inmolado para que e agresor se libere de alguna parte de sí mismo que no puede tolerar. El dolor, el sufrimiento o la culpa son, entonces, evitados por la creación de un chivo expiatorio. Por lo tanto, no confundir, “alhos com burgalhos” (N. de la T.: expresión idiomática muy regional, podría compararse con “ollas con cebollas”, “ajo por carajo”, desde el punto de vista semántico, y en lenguaje coloquial: “gato por liebre”)

5o mandamiento

Considerar la relación psicoanalítica como una “soledad de a dos”, donde cada uno ahonda y expande la capacidad de habitarse a sí mismo. Es fundamental que el diálogo analítico sea la oportunidad para que el analizando y el analista se escuchen a sí mismos; o sea, que esa presencia humana, ese testimonio, pueda servirle a cada uno para bucear en su propia soledad y rescatar de ella una potencia singularizante. Según Winnicott, son el respeto y la acogida a las singularidades propias los que pueden transformar potente la relación –en la calidad de gesto humano- para abrir las puertas a regiones aún no habitadas de nuestro ser, trabajando en la (re)construcción del self (sí mismo). Independientemente de la posición que cada integrante ocupa en esa relación (que, evidentemente, no es simétrica), su función es expandir siempre esa capacidad de habitarse a sí mismo, volverse aquello que se es (en la expresión de Nietzsche) .

6o mandamiento
Pensar las geografías singulares que componen el afuera y el adentro, el exterior y el interior, el mundo y la subjetividad como construcciones operadas por fuerzas-afectivas y sus potencias interpretantes. Nietzsche decía: “No, justamente no hay hechos, solamente interpretaciones. Nosotros no podemos constatar ningún factum “en sí”: tal vez sea un contrasentido querer ese tipo de cosa. (…) Son nuestras necesidades que interpretan el mundo: nuestros instintos, su pro y su contra…”. [12] O, en otro fragmento: “No es necesario preguntar: ‘¿quién interpreta entonces?’; por el contrario, el interpretar, en sí mismo, como forma de voluntad de potencia existe (sin embargo, no en cuanto ‘ser’, sino como proceso, devenir) como afecto (afección)”. [13] A su vez, Freud y Klein nos enseñaron algo del mismo género: que cuando estamos atravesados por un afecto -el odio, por ejemplo- es de ese afecto que adviene el sentido del afuera: es un mundo odioso y odiable (persecutorio) que se abre frente nuestro (delineado por nuestras proyecciones/identificaciones proyectivas). Cuando este afecto se transmuta, es el sentido del mundo el que también se transforma. “Afuera y adentro participan, pues, de la misma sustancia, el adentro constituyéndose como una envergadura del afuera, o afuera como una multiplicidad de perfiles proyectados del adentro. (…) Esa mutua constitución es lo que certifica (…) mi existencia como devenir mundano, la existencia del mundo como devenir subjetivo: yo-en-otro/otro-en-mí, bolsas de la misma harina, panes del mismo trigo”. [14] 

7o mandamiento
“La terapéutica psicoanalítica consiste fundamentalmente en un proceso de favorecer al sujeto la creación/ampliación de una envergadura interior, capaz de acoger, digerir y transmutar los afectos/interpretaciones para los cuales él, normalmente, no dispone de enzimas analíticas”. [15] A veces, no somos capaces de digerir ciertas experiencias vitales, por no disponer de “enzimas analíticas” para ellas. Ese concepto, creado por mí -e inspirado en la metáfora nietzscheana de la digestión- designa claves afectivo-simbólicas necesarias para que la experiencia sea decodificada, digerida y descompuesta, siendo asimilada a la vida en su parte nutritiva y expelida en sus residuos tóxicos. La ausencia de enzimas analíticas implica la paralización de las experiencias (en cuestión) en un circuito energético, produciendo enquistamiento traumático (represión de la representación según Freud) y dinámica de resentimiento (dispepsia del sentimiento/afecto, según Nietzsche). En casos extremos, puede suceder un rechazo de la realidad (según Freud), generando síntomas psicóticos. El niño abusado sexualmente por el adulto es el ejemplo clásico de esa falta de enzimas analíticas para que la experiencia sea decodificada y digerida. Pero nosotros, los adultos, también somos frecuentemente afectados por experiencias que, sea por lo inesperado de la situación, sea por la violencia del impacto afectivo que produce en nosotros, nos hace eco un “no”. Esa negación impide entonces, que esas experiencias logren ubicación en nuestro espíritu. La gradual expansión de nuestra envergadura interior [16] significa, pues, un aumento de la capacidad de decir “sí” a la vida, en todas sus manifestaciones. Como decía Fernando Pessoa: “Todo vale la pena, si el alma no es pequeña”.

8o mandamiento
El psicoanalista debe procurar crear un sinnúmero de voces diferentes para dar forma a los diferentes sentidos (interpretaciones) que emergen vía transferencia-contratransferencia. El analista debe recrear su método frente a la singularidad de cada analizando y de cada sesión, teniendo suficiente juego de cintura para inventar diferentes formas de interpretación. Algunas veces, interpretar puede implicar un silencio, otras, un juego con buen sentido del humor (capaz de generar la risa), otras también una síntesis de sentido verbalmente construida. Aunque no teniendo que encarnar un personaje (como en el teatro o en la ópera), el sicoanalista trágico tiene mucho que aprender de cantantes del porte de Maria Callas. “Lo que define el estilo trágico es una postura singular del artista frente al mundo. Siempre que él abra su cuerpo (y, consecuentemente, o su espíritu) para que las fuerzas tempestuosas, constitutivas del mundo tomen forma; siempre que, por ese mismo movimiento, él logra encarnar el pólemos de esas fuerzas, en sus múltiples configuraciones, pudiendo acoger desde los dioses más etéreos hasta las entidades más sepulcrales; finalmente, siempre que él consiga darle a todo eso una forma estética, estará recreando el arte trágico. Callas tenía ese don”. Lo que define su genio es… “ la capacidad de transmutarse en obra de arte, componiéndola con su sangre, su carne, su corazón, sus vísceras. Por esa razón, ninguna otra, fue llamada La Divina”. [17] De forma análoga, el psicoanalista trágico tiene que desarrollar su trabajo a partir de sus vísceras, ofreciendo su cuerpo (y, a partir de él, su mente) a la afectación transferencial, necesitando destilar, de la contra transferencia los fluidos de esa afectación, creando un sinnúmero de voces para interpretarlos. Felizmente, eso no presupone que sea un genio, del porte de Maria Callas; solamente que se desenvuelva lo suficiente como ser humano.

9o mandamiento
Al analista le cabe mantener la atención equifluctuante y ser capaz de deambular por diferentes lugares y metamorfosearse en diferentes otros (debido a las identificaciones proyectivas del analizando), sin miedo de perderse a sí mismo. Para poder atender a las demandas de la escucha analítica, es necesario que el analista pueda encarnar a Dionisio-viajero, deambulando por los diferentes lugares donde lo conduce el discurso del analizando y metamorfoseándose en las innumeras máscaras del dios, sin miedo de perderse a sí mismo. Volverse devoto de Dionisio es la condición para ser sicoanalista y poder iniciar al analizando en el mismo “culto”, que se define por la pérdida del miedo a la alteridad, por el contacto y enriquecimiento con el extranjero que nos atraviesa. Entonces, la fórmula de salud es: “Ser sí-mismo siendo, al mismo tiempo, innúmeros otros…” [18]

10o mandamiento
Mantener siempre abierta la experiencia de participación dionisíaca: cada uno de nosotros es solamente un punto imantado en un vasto océano de fuerzas -que es el mundo (orgánico e inorgánico)- y nos desplazamos todo el tiempo sobre un abismo, un espacio sin fondo. Recordar siempre que es de esa forma de pertinencia (y de la experimentación que de ella se desprende) que adviene nuestra fuerza, nuestra potencia. Cuando nos olvidamos de eso, caemos en la omnipotencia o -lo que es lo mismo- en su contrario: la impotencia.

Traducción: Andrea Álvarez Contreras
Registro de la propiedad intelectual
T.A.A.: Traducción autorizada por el autor (comunicación personal)
Buenos Aires, 29 de septiembre de 2000.

Diez Mandamientos para un Psicoanálisis Trágico
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