El hombre de la línea férrea: [1] una turbulencia en la masa de clichés de hombre/mujer/amor que pueblan el circuito de video.
Ella es una femme fatale a la francesa, tal como manda el mejor de los figurines cinematográficos. Impecable, incluye hasta tren en su décor. Además, es justamente en un tren donde comienza el film: compenetrada, ella arranca hojas de una libreta, probables trazos de su memoria. Su viaje parece ser el de una ruptura con el pasado: de tacos altos y medias de seda, ella desciende del tren (¿por engaño?) en un fin del mundo cubierto de nieve. Allí, solitario, vive el hombre de la línea férrea.
Cuando él la ve, se aproxima desconfiado. Al verlo aproximarse, ella automáticamente reacciona y se retoca el lápiz labial. Primera disonancia: sus señales de seducción no repercuten en él. Luego se percibirá por qué: el hombre de la línea férrea no dispone del repertorio de identificación que le permita descifrar como deseo los gestos de la mujer. Y el repertorio de puro cliché le es aún más desconocido.
Ya en este primer encuentro somos tocados por el impacto de su diferencia. Ella, una femme fatale, envuelta en encajes, tules, sedas, pieles y plumas. El, un hombre rudo, que compone su territorio a través de un riguroso ritual, cuyos elementos son, exclusivamente, el paisaje y la parafernalia mecánica con la cual controla la vía (ésta es su función). Su sexualidad es cósmica: completamente desterritorializada de la humana división de los sexos. Es íntimo de los sonidos, olores, temperaturas, texturas, vibraciones … Un ejemplo: él detecta a qué distancia se encuentra el tren, oyendo la reverberación de las máquinas en las vías. Para él, los humanos son bichos o cosas. Existen básicamente dos tipos de elementos en el universo: aquellos que pueden componer su territorio y aquellos que traen desarmonía, a los cuales él simplemente elimina de su paisaje. Por eso, las primeras señales de la mujer sólo le interesan en cuanto le permitan sondear si existe allí una posibilidad de buen encuentro.
Después de un período de desconfianza, él resuelve dejarla entrar. Las cartas están echadas. La irrupción de aquella mujer en su vida es una revolución en su universo cósmico-mecánico. La irrupción de aquel hombre en la vida de ella es una revolución con referencia a su pasado -no sólo con referencia a los hechos, sino principalmente a su subjetividad histérico-urbana, versión glamour.
Se inicia la metamorfosis. A través de una lenta aproximación, ellos expandirán su sensualidad de macho y hembra polimorfos, más allá de las imágenes clichés.
Pero existe un hombre de la ley -fiscal/policial/cartero/burócrata- que viene a anunciar el fin de ese encuentro. El, sí es sensible a las señales de seducción de la mujer y la desea. Un tercero se introduce entre ellos: su presencia deseante denuncia la ilusión del mundo de dos que habían creado. Se desencadena una guerra entre los machos, en la cual ambos son perdedores. El hombre de la línea férrea asesina al hombre de la ley, concretamente. Pero el hombre de la ley termina también concretamente, con la posibilidad de vida del hombre de la línea férrea: él es el portador de la carta oficial que anuncia que el tren no pasará más por allí.
El hombre de la línea férrea y la femme fatale llegaron al límite posible de su encuentro. En ese momento, y sólo en él, ella se ofrece para la penetración. Frígida, espera que él goce. Se reconstituye su cuerpo histérico-urbano. Ella se va en el último tren.
El, ahora conoce la ausencia. Llora y lame sus propias lágrimas y el sudor de ella en su rostro, descubriendo el sabor salado del dolor. Espacio y tiempo humanos se introducen en su vida. Descubre pasado y presente. El antes y el después de ella. El antes y el después de la parafernalia de la vía de tren con la cual cumplía mecánicamente su función de hombre de la línea. La vida pierde sentido como si se hubiese apagado. Cuando ella está por irse, hasta su grito -cuyo eco en el paisaje lo hacía reconocer(se) a sí mismo y a la naturaleza como una sola y única cosa- ya no produce más eco. Después que ella se va, su grito nisiquiera suena más.
La ausencia para el hombre de la línea férrea, no funciona como el humano motor del deseo para la constitución de un nuevo territorio. Para él no hay futuro. Sólo le resta la muerte, vivida como eternización de la presencia de ella. En la descripción del amigo maquinista, sexo de mujer es como musgo fresco. Y es con musgo fresco que él recubre la cama de ella, sobre la cual él se acostará para siempre, acogido por el olor, la humedad y la textura de su vulva-hierba.
Observación: aunque las palabras poco o nada importan en el film, hay ciertos errores como traducir merci (gracias) por “Luci”. Se recomienda ignorar la traducción.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
Bs. As. 9 de agosto de 1996
(T.A.A.) Traducción autorizada por la autora