“Los otros y uno mismo”: cifras para una genealogía desde el artista moderno

La frase con la que Rimbaud inaugura el “descentramiento” del sujeto moderno permanece como horizonte de la tesis de graduación de la curadora e historiadora del arte cubana Tamara Díaz Bringas, “Yo es otro”, y es precisamente ella quien rescata el concepto de heterónimo [1]…Una estrategia no sólo comprensible para los artistas cubanos, sino para todos nosotros. No creo que la recuperación del heterónimo en su caso suponga dar cuenta de una crisis de identidad, sino la adopción de identidades múltiples para salvarse de la crisis. De este modo lo entiende también el esquizoanálisis que se basa en las teorías de Deleuze y Guattari. Adoptar diversas identidades para salvarse de otro que siempre, en última instancia, es el Poder. Nunca para salvarse de los otros con los que intercambiamos papeles de género, raza. Toda identidad es visitada por “el otro”, si jugamos intuitivamente con términos psicoanalíticos. Por “los otros” si nos asomamos más a la antropología. Sólo imaginándote en el lugar del otro es posible…Siempre imaginándote en el lugar de los otros…En definitiva, siempre ejercitando la imaginación se acaba haciendo política.

Esto dicho y como en el catálogo ya se trata la heteronomía desde el punto de vista de la literatura, me dispongo a hacer aquí un breve recorrido por las aficiones que han tenido siempre los creadores para “escapar” del yo. Para ello no tenemos que esperar a ninguna “muerte del autor”, ni siquiera a un ligero “desvanecimiento”, aquel tan anunciado en torno al 68, y del que naturalmente daremos cuenta. Se trata de detenerse en momentos (cifras) de la historia de la modernidad, (un poco barthesianamente: aquellos quizá que más nos han “punzado”). De este modo tan personal proponemos una serie de paradigmas en torno a los que poder “tramar” en algún momento ese viejo mito de la identidad más o menos visible en los distintos tiempos y espacios del transcurso moderno y postmoderno.

1790. Goethe dice la famosa frase “Tan verdadero, tan siendo” Lo hace ante una caracola, en una playa. La poesía ingenua, la verdad, contra el arte de fingir, lo artístico que “brota” como un sentimiento expresado de forma orgánica, que acompasa su sentir con el crecimiento natural, parecen demandar un sujeto fuerte. Como si ser verdadero, “uno mismo”, fuera necesario para albergar la voz interior. El mito de la autenticidad, dicen, acompaña al artista moderno. Si el genio es un producto de la naturaleza habla por boca de un autor que de alguna forma tiene que identificarse con un yo forjado al calor de ecos de la antigüedad, de mitos y leyendas, pero tamiz de todo ello, dador de sentido: el genio del arte a través del que la naturaleza habla. Todos tendemos a fantasear con una identidad sólida, segura de sí misma y “auténtica”, una “identidad-casa” de sus sentimientos y emociones. En eso nos han hecho creer al menos que estriba el genio, el artista romántico. No parece haber lugar (no parece, digo) para la trampa, la mentira, el engaño…

1799. Fragmento 196 de Athenäum, los hermanos Schlegel hablan de las autobiografías. Las hay de “neuróticos, obsesivos o mujeres”, los “prisioneros del yo”. Pero también los hay que traman voluntariamente la mentira, los mentirosos, autopseustes “el que miente sobre sí mismo”. Nada le interesa a Goethe el tema de la mentira:

“Entre los Schlegel y Goethe, el claroscuro romántico buscaba imponer el artificio como no-artificio; quería que la máscara del yo estuviese pegada a la piel del actor y que arte y vida fueran una sola cosa. Pero, aún soldada, la máscara cubre una superficie que no se le asemeja. Anfractuosidades, hendeduras y cráteres de lo escondido, que no se acoplan a la máscara, crean una cámara de aire que en su espesor abarca lo que acostumbramos a llamar impostura. Y esa cámara de aire, esa impostura es el espacio autobiográfico” [2]

1836. Al otro lado del océano, Nathaniel Hawthorne nos cuenta en “El velo negro del ministro” la historia de pastor Hooper quien “se había convertido en algo horrible, tan sólo con cubrirse la cara. En efecto, un mero pedazo de crespón negro, misterioso emblema que se agitaba con su aliento pausado al indicar los salmos. Un velo mortal, no para la eternidad, algo que debe llevar día y noche, en compañía y en soledad: ¡Ah, -le dice a su amada- no sabe usted qué solo estoy, qué miedo tengo de estar solo detrás de mi velo negro!”.

1859. Rimbaud , es cierto, había dicho “Je est un autre” en la primavera de 1871 ( y en su famosa Carta a la vidente) ¿Crisis de identidad del sujeto creador? O la única forma quizá de llegar a la esencia de la poesía mediante “el desarreglo de todos los sentidos?
Prefiero imaginar a Baudelaire unos años antes, ese “yo insaciable del no-yo” que, según Champleury, volvía loco a su sastre “exigiéndole trajes llenos de pliegues”. Lo dijo también Asselinau, su gran amigo: “entretenía su espíritu con la contradicción por medio de la gimnasia perpetua”. Porque aunque a Baudelaire también le gustara “el desarreglo de todos los sentidos” tuvo, a mi parecer, una mayor y más lúcida conciencia del otro; payaso, observador, flâneur, filósofo, prostituta. ( recuerden esa famosa sentencia ¿Qué es el arte? Prostitución)…Y monaguillo. El poeta que iba a cantar los Tedeum y a dar incienso a los burgueses…

1910.- Thomas Mann comienza a trabajar en la novela Confesiones del estafador Félix Krull. A decir de su estudiosa, Silvia Tubert, [3] quizá la obra que “más profundamente penetra en la construcción de la identidad ficticia”. Y si la traigo a estas páginas como ejemplo, es más por los pertinentes análisis que la psicoanalista hace girar en torno al problema de la impostura, de la máscara y que resumo brevemente.
Según Tubert, el término de identidad no aparece en los diccionarios de psicoanálisis. La identidad funciona como una máscara que encubre tanto las distintas posiciones en las que se ha ido colocando el sujeto a lo largo de su vida como sus deseos caóticos e imprevisibles; en otras palabras, el terreno contradictorio y lábil de las pulsiones”(…) “no hay mucha distancia evidentemente entre las afirmaciones la “identidad es una máscara” y “la identidad es una impostura”(…)hablar de identidad falsa no significa, desde este punto de vista, suponer la existencia de alguna identidad auténtica, lo cual no sería más que otra impostura”.
Quisiera añadir, por mi parte, unas breves palabras del Diario de Malinowski durante estos mismos años (18.7.18). Palabras “modernas” todavía:
“Los remordimientos de conciencia resultan de la falta de sentimientos integrados y de verdad en relación con los individuos. Toda mi ética se basa en el instinto fundamental de la personalidad unificada. De esto se sigue la necesidad de ser el mismo en diferentes situaciones (verdad en relación con uno mismo).
A lo que, ya desde un planteamiento “postmoderno”, responde James Clifford: Malinowski siente el remordimiento y sólo “las totalidades inventadas de un sujeto y de una cultura parecen ser alegorías de identidad que se refuerzan mutuamente” [4]

1921- ¡Cómo destaca por estas fechas el autorretrato de “Marcel en Rrose” de aquellos que podemos encontrar en otros artistas protagonistas de una modernidad canónica que pintaban sus autorretratos al uso! Portadores de una excesiva carga de seguridad en su labor de autor, de productor, de sujeto de la creación… Sin embargo Marcel Duchamp había firmado un urinario como R.Mutt y nacido como Rose en 1920:
Quería cambiar de identidad. Primero piensa adoptar un nombre judío, “yo era católico y ya era un cambio eso de pasar de una religión a otra. No encontré nombre judío que me gustara o me tentara y de golpe tuve una idea : ¡por qué no cambiar de sexo!
E inventa a Rose Sélavy( Nueva York, agosto o septiembre de 1920) después a Rrose Sélavy (París, Julio de 1921). Rosse se la vie que a su vez inventa sin parar trastueques y juegos de palabras: [5] Rrose Sélavy et moi esquivons les ecchymoses des esquimaux aux mots exquis .

Su propio nombre no es adánico, ni unívoco, ni creador, es un mensaje en clave que se pierde en múltiples sentidos. Pero esto no es todo, lo más importante es que esta dama elegante se hará fotografiar por Man Ray. [6] «Lovingly, Rrose Sélavy alias Marcel Duchamp» dice la dedicatoria de la foto. Las manos que no son las suyas traicionan su identidad. Rrose Sélavy, eros es la vida, una existencia más bien en el ámbito lingüístico. “Usted se da cuenta de que no he dejado de ser pintor, ahora dibujo sobre el azar”, le diría a Man Ray [7] ¿Qué significa que las manos, los gestos no sean los propios? Que se ha objetivado, acartonado el rostro como retrato lingüístico. Lo que Duchamp necesitaba era una firma para que fuera “una ella” la que realizara los calambours y los juegos. Quizá un erotismo mental, nada más. Los gestos (¿emociones?), por los que uno se convierte realmente en femenino, provienen de las manos de otra. No es casual que en Doublannage (Marcel), la fotografía de Yasumasa Morimura de 1988 sea en ellas donde más se percibe la escisión: una mise en avîme muy lúcida de manos y accesorios; no impórtale rostro sea Marcel o Yasumasa.

8 de mayo de 1945.- Nadie diría que la mujer con gabardina y pañuelo en la cabeza es la jovencita díscola y provocadora que conocemos por medio de todos sus disfraces. Es una de las pocas fotografías en la que, a cualquier mente “bienpensante”, Claude no le “parece” otra. Esta señora respetable acaba de salir de prisión porque la isla de Jersey ha sido por fin liberada del terror nazi. Entre los dientes, un galón, un águila alemana. Una mujer de 51 años que ha sufrido el fascismo en todos los estratos ha conseguido por fin vencer y ganar su último envite. Y es posible que si esto ha ocurrido fuera porque nunca creyó que la identidad fuera un asunto pasivo un asunto de ser, sino de hacer. Efectivamente, Lucy Schwob, es decir, Claude Cahun, tenía fascinación por la multiplicidad del yo. Es muy probable que le llegaran por vía familiar: vientos simbolistas. Ya sabemos del gusto de estos por los disfraces. A la artista Claude le gustaba “disfrazar su alma”: “frotaba tanto para limpiar que quitaba la piel. Y mi alma como un rostro desollado, en carne viva, no tenía ya forma humana. Siguió, como ha señalado Aliaga “una ferrea iniciativa en pos del cambio contínuo”, una empresa alejada del juego y la diversión, una empresa doliente de vida en continuos cambios, disfraces y desdoblamientos en sus autorretratos fotográficos: “inocente, sadica, masoquista, hermafrodita, androgina, lesbiana”. El sujeto que también Claude dibuja en su libro Aveux non avenus (1930) “se ve tras unos cristales que rompe y quiere recomponer. Existe una batalla interna entre transparencia y opacidad” [8]

1967.- Este proyecto de exposición, Heterónimos, es continuación de ANDEN 10, presentado sucesivamente en Quito y Cuenca (Ecuador), La Habana y Pinar del Río (Cuba), concebido “como un proyecto que tenía entre sus propósitos recrear la experiencia artística a semejanza de un anden al que se llega y del que se parte ininterrumpidamente”. Mientras leía las palabras de Magali Espinosa donde dice que, bajo la temática del heterónimo, la creación artística se convierte en un ”juego de disfraces, de pasajeros que se rozan o apenas se percatan de la existencia muda de lo indiferente” me vino a la imaginación un texto que casi sabia de memoria:

“La novela comienza en una estación de ferrocarril, resopla una locomotora, un vaivén de pistones cubre la apertura del capítulo, una nube de humo esconde parte del primer párrafo. Entre el olor a estación pasa una ráfaga de olor a cantina de la estación. Hay alguien que está mirando a través de los vidrios empañados (…) son las páginas del libro las que están empañadas como los cristales de un viejo tren, sobre las frases se posa la nube de humo” [9]

Si una noche de invierno un viajero, la novela en la que Italo Calvino rompe la ficción y apela continuamente al tú del lector y le obliga a participar en la obra; donde la “soberanía del sujeto creador se revela como una ilusión”. [10]
¿Quien habla? Recordemos que en la teoría francesa hacia ya unos años que el sujeto había muerto. Así lo certifica Roland Barthes en su famosos artículo escrito en 1967, “La muerte del autor”. Y con él la figura del creador se desvanece. Calvino escribe unos años más tarde. Aún así, esta novela es para Hans R. Jauss “umbral de época” el que sitúa en torno a ella y hace coincidir con la muerte del autor . Pero ¿qué jóvenes artistas rodean la experiencia barthesiana? Marcel Broodthaers (1924-1976) lo ha leído, es cierto, pero, como si tuviera de alguna forma que desaparecer, elige multiplicar sus funciones: poeta, artista plástico, cineasta cómico, coleccionista, historiador, director de un museo ficticio. Parece que el lugar del autor muerto es ocupado por distintos roles que juega el sujeto: disfraces, mascaras, operaciones como otros compañeros de generación. No resulta extraño que tanto él como Christian Boltanski, elijan vestirse de payaso. Boltanski que comienza su carrera en sus mail art, sus películas grotescas cuestionando la fuerza del autor, buscando otro desde el que hablar, por débil que sea. También Bruce Nauman utiliza la figura del payaso y se maquilla por la misma época en la que Ana Mendieta (1948-1985) hace muecas y deforma su yo. ¿Un adiós melancólico del arista-sujeto fuerte? Un tópico, lo hemos visto ya en Baudelaire. Lo ha trabajado Starobinski en su “Retrato del artista en saltimbanqui”. [11]
Tras el rol de payaso comienza otra operación de Broodthaers, la de París en 1968 con su Museo de las águilas. Broodthaers se hará conservador de un museo ficticio al darse cuenta de que es imposible producir objetos sin que estos caigan tarde o temprano en la mistificación. Ser coleccionista, conservador, director de mueso se convierte en una estrategia que desde la negación de la figura del autor llega hasta la revisión de los canales de control, consumo y distribución de la obra. Estrategia de hombre de empresa que imita también Pistoletto cuando aparece en un stand de negocios, “La oficina del hombre negro” y más adelante Philippe Thomas (1951-1995) que en 1987 creará la agencia “Les readymade appartiennent à tout le monde” (Los readymade pertenecen a todo el mundo). Alter ego –heterónimo perfecto- del artista que abandona su “yo creador” para que otro se lo apropie: puede Ud entrar sin esperar en la Historia del arte, convertirse en autor de la cabeza a los pies. El autor tiene sus derechos! (?)

1977. Se publica el seminario sobre la identidad dirigido por Levi- Strauss quien parece convencido de que la utilización de la noción de identidad ha de comenzar por una crítica de dicha noción. Advierte de que “nuestras diminutas personas:
“se acercan al momento en que cada una ha de renunciar a considerarse esencial, para aprehenderse como una función inestable y no como realidad sustancial”

“Por sí solo, cada uno de nosotros es varios, es muchos, es una proliferación de sí mismo –dice Pessoa. Y todo este universo mío, de gentes ajenas unas a otras, proyecta, como una multitud abigarrada pero compacta, una sombra única”. Una sombra única..”… la identidad es una especie de fondo virtual al cual nos es indispensable referirnos para explicar cierto número de cosas, pero sin que tenga jamás una existencia real.” [12] Sombra y fondo virtual coinciden a mi parecer y es tras la búsqueda de ese elemento invisible a la que se lanzan los artistas como si fueran conscientes de que han de perseguirlo como si fuera el inconsciente freudiano, ese “operador de heterogeneidad”.
Ese mismo año Cindy Sherman comienza su serie de fotogramas [13] La artista ha sido uno de los prototipos sin duda de la mascarada postmoderna. Ya sabemos lo que nos toca, sobre todo a las mujeres, si queremos escapar de la mirada del poder. Pero al mismo tiempo es la “performance” procesual contínua lo que importa, el hecho de demostrar que no hay nada detrás que sea verdadero.
Es un lugar común de la crítica tomar el alter ego de Duchamp como figura en la que se ensaya un trabajo sobre la performance de género y así es habitual encontrar enlazada la foto de Man Ray/Rrose Sélavy a la triada que se completa con alguna imagen de Claude Cahun y de Cindy Sherman. De este modo se habla de la construcción del género como mascarada y se teje alrededor todo un discurso que viene dominando en el ámbito de la teoría del arte y la estética de los últimos veinticinco años. Como siempre, la experiencia de la obra concreta nos salva de excesos retóricos (en el mal sentido de la palabra). Pongamos ante nosotros la fotografía de Duchamp que realiza Man Ray, el Autorretrato de Cahun de 1928 (con camiseta de tirantes y cabeza rapada) y Un fotograma de Shermann, de la serie 77-82. Las diferencias “estéticas” son muy grandes. Cada una de las fotografías (pequeñas) en los dos primeros casos y grande la de Sherman nos hablan de tres “self” distintos. No estoy muy segura de que los diferentes roles que “vitalmente” juega Cahun puedan incorporarse al sentido de “capacidad transformadora” que Judith Buttler tilda de preformativa en Gender Trouble” (1990) Y si “ha conseguido ser ella misma siendo otras” y si consigue escapar a la cultura de la culpabilidad y su vida siguió junto a otros intelectuales y artistas el camino de la provocación. En cuanto a Duchamp, ya hemos comentado más arriba su carácter lingüistico. Volviendo a Yasumasa Morimura no es ninguna casualidad que no se haya retratado como Cahun mientras lo hace tanto como Sélavy como con Sherman.

1990. Años, como dice nuestra curadora, “de poses performatizadas, en las que el travesti y el actor juegan a parodiar conceptos culturales y circunstancias sociales” [14] Habla de René Peña, en concreto de un autorretrato con el título de Exile:
“Se fotografía con gafas, los labios pintados, en el cuello un lazo negro, deslizándose por el rostro dos manchas que nos hacen suponer el maquillaje corrido por el llanto. El exilio es un tema recurrente en la plástica cubana: balsas, remos, maletas, le han servido de metáfora. Peña lo conduce a un terreno dudoso, es tal su osadía que lo mezcla con el disfraz, puede estar llorando, un travesti, un gay o un caballero. No debe olvidarse que en el exilio las cosas cambian su significado y las apariencias son como las metáforas que evocan, aunque en el fondo las cosas sólo quieren ocultar su verdadera identidad. Las palabras que escribió para esta exposición terminan de la siguiente forma: De repente nos sorprendemos haciendo cosas y adoptando actitudes que están lejos de nuestra esencia como individuos, de tal manera que ya no sabemos si somos nosotros mismos o el otro”

Transcurre el siglo, se acerca a su final, y las poses performatizadas se abren paso al vacio y a la rapetición, como en los rostros “borrados” de Aziz+Cucher o ecos de voces que hablan agazapadas tras las grotescas caretas de Gillian Wearing: “Igual que detrás de las máscaras de goma de Confiésalo todo… detrás de las palabras, de los rostros y las fotos del DNI, sólo hay presencias evanescentes” [15]
Por su parte la identidad colectiva se llegó a repensar bajo la metáfora de la antropofagia (XXIV Bienal de Sao Paolo) con su idea de apropiación, concepto de estrategia cultural para discutir sobre la pluralidad de culturas: “Só a antropofagia nos une. Socialmente. Economicamente. Filosóficamente. (…) Só me interessa o que não é meu. Lei do homem. Lei do antropófago”, diría el poéta Oswald de Andrade en su Manifiesto antropófago de 1928.
Y así, casi sin querer nacidos de una misma lengua la antropofagia y la heteronimia, metáfora propuesta para esta exposición, se dan la mano con la figura del otro, de lo otro, lo diferente que nos sobrevuela y se cuela siempre por los intersticios .

2000.- Algunas notas integradoras del psicoanalista Hernan Kesselmann quien se presenta:
“partido para siempre entre Argentina y España, por el exilio y el desexilio, comparto los privilegios que consuenan con Pessoa, esta esquizofrenia cultural de sabores, colores, recuerdos, olores, ritornelos”
Kesselman retoma a Deleuze y Guattari, en ¿Qué es la Filosofía?, donde traen la concepción de “personajes conceptuales”: “El personaje conceptual no es el representante del filósofo, es incluso su contrario. Los personajes conceptuales son los ‘heterónimos’ del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero seudónimo de sus personajes (…) Ellos mencionan también las “figuras estéticas” que, a diferencia de los personajes conceptuales (potencia de conceptos) son potencias de afectos y perceptos. José Gil, biógrafo de Pessoa, planteó una convergencia entre el pensamiento de Deleuze y el de Pessoa, y se atrevió a “sostener” que lo que a veces aparece explicitado en Deleuze, en Mil Mesetas, ilumina lo que pudo haber sido una rápida y simple anotación de Pessoa en El libro del desasosiego (Bernardo Soares). La filosofía de Deleuze y Guattari y la poesía de Pessoa tienen un centro común: la multiplicidad. Gil profetiza una cartografía de la heteronimia que me estimula a intentar construirla con mis colegas y pacientes”. [16]
No es casual que esta genealogía comience en la Alemania de Goethe y termine en la Argentina de Kesselman, el Brasil de Suely Rolnik [17] …que los personajes conceptuales de un francés como Deleuze se retomen aquí; que Guattari necesitara viajar por encima de mil mesetas para reencontrarse con lugares donde se podía hacer más creíble su teoría.
No es casual tampoco que al “descentrar” el sujeto fuerte no sólo se busquen heterotropías, sino heterónimos.

“Los otros y uno mismo”: cifras para una genealogía desde el artista moderno
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